Gema Sirvent, alicantina, ha escrito El Nadal desconegut, libro ilustrado por el tarraconense Armand en el que explica cómo la Navidad se ha extendido por todo el mundo hasta el punto de que ahora se celebra también en culturas que no tienen ningún vínculo con la tradición cristiana. O nos recuerda que muchos de los rituales tienen su origen en las antiguas celebraciones del solsticio de invierno, la noche más larga del año, la que da la bienvenida al nuevo ciclo de la luz y la vida. Y que todo, la culpa de las lucecitas, se remonta al Paleolítico. Bien, el caso es que, además, explica que Takeshi Okawara, gerente del primer Kentucky Fried Chicken abierto en Japón, en 1970, escuchó un día a un extranjero que aseguraba echar de menos el pavo en Navidad y que la segunda mejor opción era el pollo. Y que como no encontraba en ningún otro lugar, acabó en un KFC comprando un cubo de esas alitas fritas. Okawara tomó nota y, según le leo a Antònia Justícia en La Vanguardia, KFC Japón recauda 44 millones de euros en Navidad.

Quizá alguien pueda considerar, empezando por mi familia, que comer pollo frito del Kentucky en Navidad es una blasfemia, que aquí tenemos otras tradiciones

Hoy es 4 de enero y todavía me queda capón en la nevera. Mi hermana —y mi cuñado— se ve que han heredado la exageración de nuestra santa madre y he comido escudella i carn d’olla durante una semana, además del pollo castrado, claro. El problema de la comida de Navidad es que ya quedas lleno en el aperitivo. Y que cuando llegan los turrones, has terminado los ídem. Y entonces ocurre que los tuppers deben hacer su trabajo. Así que aprovecho el descubrimiento de los japoneses y esta tribuna que se me ofrece, para sugerir una innovación, la próxima Navidad, a estos más que dignos sucesores de Montse Cònsul. Quedan ya investidos como nueva tradición navideña, pero sugiero que se centren en los hectolitros de escudella y que, de segundo, vayamos a buscar un cubo de pollo crujiente. Nada, de los pequeños. Seis piezas por 10,99 euros el cubo.

Quizá alguien pueda considerar, empezando por mi familia, que comer pollo frito del Kentucky en Navidad es una blasfemia, que aquí tenemos otras tradiciones. Pues siento discrepar. No sé si conoceís el símbolo de KFC, el Coronel Sanders. ¿El Coronel Sanders? Sí, sí, mucho coronel Sanders, pero en la última campaña internacional, quien ha dado vida al fundador de la franquicia se llama Enric Barba, es actor, y vive en Osona. Y no se me ocurre comarca más catalana. Exempleado de banca y actor vocacional, lo habrán visto en campañas de CatSalut, La Bella Easo e, incluso, en Com si fos ahir. Además, la historia del fundador de KFC es digna del Cuento de Navidad de Charles Dickens. Nacido en 1890 en Indiana, Harland David Sanders, de origen irlandés, quedó huérfano de padre, tuvo que hacerse cargo de los hermanos y aceptar todo tipo de trabajos, desde campesino a bombero o vendedor de seguros. Cuando tenía 40 años abrió una gasolinera en el estado de Kentucky y empezó a servir pollo a partir de una receta propia. Se convirtió en una celebridad hasta el punto de que el gobernador del Estado le nombró Coronel de Kentucky. Pero no puso en marcha el negocio de franquicias hasta que tenía 60 años, desafiando al imperio de las hamburguesas. Y hasta la fecha. No el coronel. El coronel murió en 1980 a los 90 años, acompañado de su segunda esposa, Claudia Price, una empleada del restaurante que abrió junto a la gasolinera. KFC está ahora en manos de Yum! Brands, una escisión de PepsiCo, presidida, por cierto, por el catalán Ramon Laguarta, un CEO que empezó en la empresa fundada por Enric Bernat, otro catalán, que le puso un palo a los caramelos y que le hizo mejor la vida a otro innovador, y catalán, de nombre Johan Cruyff.