Acaban de sacar libro Clara Ponsatí y el 131 president de la Generalitat, Quim Torra i Pla. Un texto, Molst i ningú (La Campana), de la exconsellera de Educació, lo he podido leer y comentar. Desdichadamente, no tengo todavía en las manos Les hores incertes (Símbol Editors) —el segundo dietario de la estancia del president en Canonges, de mayo a octubre del 2020— y para comentarlo, ni que sea de pasada, me tengo que fiar de lo que contesta el president Torra en las entrevistas que le han hecho. Pasa con los dos, como con los buenos vinos, que con el tiempo mejoran... y se les añora. Porque ninguno de los dos ni flaquea ni decepciona. Ponsatí y Torra son de aquel tipo de políticos que algunos llaman outsider, pero que seguramente, aceptando las terminologías anglosajonas, se definen mucho mejor como políticos maverick, es decir, una persona que piensa y actúa de manera independiente, comportándose a menudo de manera diferente a cómo se espera o se considera "normal". Y ojalá siga siendo así, porque últimamente la "normalidad" en política no supera el listón de la mediocridad y la única ley que desafía es la de la gravedad. Los políticos convencionales viven el "mientras tanto" que han escogido en un perpetuo juego de volteretas sin ningún hito a celebrar, y giran en el vacío, hacia arriba o hacia abajo, sin puntos de referencia.

Últimamente la "normalidad" en política no supera el listón de la mediocridad y la única ley que desafía es la de la gravedad. Los políticos convencionales viven el "mientras tanto" que han escogido en un perpetuo juego de volteretas sin ningún hito a celebrar, y giran en el vacío, hacia arriba o hacia abajo, sin puntos de referencia.

Para ser un político maverick —de los que tanta falta hacen— es casi imprescindible no pertenecer a ningún partido, suplir con valentía la falta de apoyos internos incondicionales, dar poca importancia a los convencionalismos, no tener miedo a la soledad y reconocer, con coherencia y lucidez, que la inteligencia emocional es mejor que la obediencia a la jerarquía, y que —sin rehusar la acción para conseguir mejoras en bienestar—, es mejor hoy por hoy, resistir y confrontar. Eso quiere decir, también, hacer frente a la lawfare —la guerra jurídica represora— con la lógica democrática de la razón que fundamenta y libera y, como mínimo, no solo huir de los comportamientos que se pueden confundir con la sumisión, sino también desenmascararlos. La oratoria y los gestos indefinidos, divisorios, que se visten de la gran épica y de juicio indiscutido, menosprecian la ciudadanía. Y molesta mucho el falso ingenio de las frases que se pretenden brillantes y son solamente una primera dosis de colaboracionismo. Dar apoyo acrítico e insensible a lo que hay, por miedo a lo que pueda venir, solamente puede acabar en el peor de los resultados. Porque —lo sabemos lo bastante bien— hacer frente al fascismo quiere decir no educar en clave de súbdito.

Por eso agradezco lo que escriben, explican o recomiendan Clara Ponsatí i Obiols y Quim Torra i Pla. Porque nos mantienen en la memoria una imagen de la consellera plantando cara a las fuerzas policiales y defendiendo con el propio cuerpo que se pudiera votar el 1-O en la Conselleria de Educació, y de un president que puso en acción —y todavía sigue su tarea empoderadora— el Debate Constituyente... y dio impulso, apoyando al president Puigdemont y a los consellers Toni Comin y Lluís Puig, el Consell per la República. Hacen falta políticos de este otro tipo que miran a los ojos y dicen las verdades que nos trastornan, pero también nos hacen crecer. Ponsatí es heredera, por la rama materna, de la saga Obiols, y en palabras del poeta J.V. Foix, es la irreductibilidad misma. Y Torra es mucho más que el president de la pancarta donde se pide la libertad por los presos y exiliados: es un president que desobedece la estulticia vestida con soga y ornada de puñetas para cumplir con lo que se había comprometido, y obedecer a la ciudadanía.

Para ser un político maverick es casi imprescindible no pertenecer a ningún partido, suplir con valentía la falta de apoyos internos incondicionales, dar poca importancia a los convencionalismos, no tener miedo a la soledad y reconocer, con coherencia y lucidez, que la inteligencia emocional es mejor que la obediencia a la jerarquía, y que —sin rehusar la acción para conseguir mejoras en bienestar—, es mejor hoy por hoy, resistir y confrontar.

Hacen falta más gente como ella y él en el primer plano de la política para que no vuelva a pasar que "mientras la ciudadanía hace las marchas por la libertad, el Parlament y los partidos callan".