"Si no había solución, ahora tampoco había problema. El fuego era lo mejor para todo"

Ray Bradbury

Al iniciarse el mes, la responsable de un programa de verano se preguntaba sobre si este sería finalmente un agosto normal, como los de antes, en los que los periodistas teníamos que buscarnos las habichuelas para sacar adelante planillos, escaletas o guiones. Hace más de diez años, como poco, que eso no sucede. Así que sin demasiado riesgo la tranquilicé: pasarán cosas y habrá polémicas, le dije, y si no las provocarán. Hace tiempo que el monstruo del Lago Ness tiene siglas y bandera y surge en forma de portavoz veraniego sin que haya que esperar en la orilla de la desinformación. Combustión espontánea.

Esto lleva pasando con o sin motivo, de forma natural o de forma forzada, varios años, desde antes de los criminales atentados de las Ramblas que provocaron un agosto terrible. Al año siguiente fueron los coletazos de la caída de Rajoy y la formación de nuevo gobierno; al siguiente los pactos imposibles con Podemos y el riesgo de repetición electoral; llegado el verano del 20 nos ocupó la salida del emérito hacia su exilio, y un año después la desbandada occidental de Afganistán y el triunfo de los talibanes, y así seguimos hasta la desaforada polémica desatada por el beso de Rubiales o el regreso el año pasado de Puigdemont y su nueva marcha. No hay verano tranquilo y si fuera a serlo lo incendian. Y a este año le prendió fuego con sus tuits, incluido el que tuvo que borrar, el encargado de atizar las ascuas políticas, que no es otro que Óscar Puente. Hasta esos tuits, los incendios existían y se trabajaba para extinguirlos; tras los tuits, lo que primaba era el gallinero partidista.

En esta política de tierra quemada ejercida por los que se aferran al poder y los que creen tocarlo con la punta de los dedos, solo salen perdiendo el paisaje y el paisanaje

Visto desde la distancia, lo de este año es desesperante. En cuanto uno se aleja física y culturalmente de esta península agostada por mandatarios y políticos que no nos merecen, se da cuenta de lo inane que resulta la bronca. El monte arde, lo incendian voluntaria o negligentemente, y el ardor climático dificulta su extinción. Hasta ahí los hechos. Todo el resto da vergüenza y es de un vacío estremecedor, no aporta nada, no resuelve nada, quedará en nada hasta el próximo verano en que todo arda. El principal problema es que en esta batalla incendiaria entre los dos grandes partidos, en esta política de tierra quemada ejercida por los que se aferran al poder y los que creen tocarlo con la punta de los dedos, solo salen perdiendo el paisaje y el paisanaje, como decía don Pío Baroja.

No me pidan que me decante entre el pacto de Estado trampa y la lista de medidas hecha a toda prisa. El primer paso para cualquier pacto de Estado consiste en pactar sustraer de la contienda política esa cuestión, como se hizo con el terrorismo en su día. ¿De verdad alguien cree que con un gobierno en la cuerda floja y una oposición moviéndosela como puede alguno de los dos grandes partidos va a renunciar a utilizar las catástrofes como garrote goyesco para arrearse pensando que afianzan a los suyos y desactivan a los contrarios? No, no lo harán. Los socialistas plantearán una propuesta de pacto totalmente ideológica para impedir que el PP u otros la suscriban y poder así echar la culpa —único objetivo real de todos— a los que no hayan tragado con su rueda de molino. Feijóo ha lanzado sus medidas, algunas inútiles o ya existentes, para poder decir que no suscribe el pacto porque no las contemplan y así obviar esa zancadilla del Gobierno. Así hasta la extenuación. Mientras, las catástrofes naturales, exacerbadas por el real cambio climático, siguen produciéndose y castigando a poblaciones cada vez más indefensas y expuestas.

Todo lo que se oye en la esfera pública son fuegos, pero de artificio, y, como es sabido, los fuegos no apagan fuegos. Necesitamos que los técnicos fríos, los que no tienen un puesto de libre designación a expensas del humor del político, los que no tienen el rabillo del ojo puesto en las urnas, determinen cómo mejorar nuestra seguridad común frente a las catástrofes naturales, sean incendios, inundaciones, arrambladas, temporales, huracanes, terremotos o cualquier otro desastre que pueda sobrevenir. Necesitamos que el sistema de competencias no sirva como barrera de contención política cuando es preciso socorrer a la población amenazada. Necesitamos que unos no se piensen veinte veces el pedir ayuda, por si los tachan de inútiles o por si pierden el control, y los otros no la retrasen o contengan para poder vender políticamente que son los salvadores. Necesitamos que la emergencia de nivel 3 no se considere un fracaso de nadie ni deje fuera de la solución a ninguna administración, porque ahora mismo se ha convertido en el botón de escape que nunca se pulsa.

La comparecencia de la ministra Robles de ayer fue como un espejismo. Seré antigua, pero me siguen gustando los políticos que se toman en serio la gestión, que acuden con datos y la tarea aprendida y que han estado al pie del cañón sin salir en la foto durante toda la emergencia. Y Robles lo ha hecho hasta que los senadores populares le han pisado los callos diciendo que la hacían comparecer "para sacarla del letargo vacacional". Así que Robles se cabreó y sin reproducir el argumentario de su gobierno le dio bien a los del PP con razones: "¿por qué no hablan los presidentes de esas autonomías? De vacaciones no están, que yo lo tengo muy claro" —porque ha estado en contacto con ellos. Dio los datos de los medios pedidos al ejército que han sido entregados y no se han usado y visiblemente afectada se ha referido al militar en estado muy grave tras un accidente al acudir a los incendios. Y es que Margarita, como dice Sánchez, sí que duerme con el uniforme o al menos con sus deberes como ministra. Una rara avis más que una pájara en un gobierno en el que muy pocos están a lo que deben estar. Puente es el ejemplo más evidente.

La bronca evitará que se analicen las debilidades. La pelea no dejará que se pongan medios de prevención efectivos durante los meses que vienen, que se modifique la legislación que sea precisa para que la limpieza de los montes se lleve a cabo con agilidad, que se organice la coordinación de medios interterritoriales. La rivalidad política no permitirá que se colabore, que se estudien las debilidades, que se pongan los medios adecuados para que el verano que viene no sea otro territorio el que arda con fuego inextinguible y la desidia o la descoordinación arrase con vidas, haciendas y paisaje.

Mientras continúe la política de tierra quemada, todos en todas partes estamos expuestos a unos elementos cada vez más desatados. No nos merecemos eso. Nos merecemos que las cosas funcionen y sentir que estamos en buenas manos cuando vengan mal dadas. Las cosas no funcionan mejor que antes. Es la percepción que la ciudadanía tiene y eso solo sucede porque la realidad es muy difícil de tapar.