Ayer mismo, el Govern de la Generalitat pidió al Real Madrid la retirada del famoso vídeo que relacionaba al Barça con el franquismo. En palabras de la replicanta mayor de la administración catalana, la portavoz Patrícia Plaja, el documento en cuestión es "una manipulación burda, una fake news indecente y una ofensa insultante para los millares de personas que sufrieron la represión franquista." Aquí da igual la opinión de servidor, de los culés o incluso de los cadáveres que descansan (sin Franco) en el Valle de los Caídos sobre un documento que no me he molestado en ver porque en casa ya nos gusta contemplar de lejos cómo el Madrid lloriquea chapuceando la historia. Lo que resulta más entrañable e incluso delirante, por otra parte, es que el Govern de la Generalitat dedique una parte de su tiempo a exigir censura y disculpas a una entidad privada a raíz de un vídeo sobre otra entidad privada.

Por muy relevantes que sean las opiniones de un ente como el Barça o el Madrid (cuyos seguidores suman millones de catalanes), diría que la administración tiene trabajos mucho más urgentes que dedicarse a meter la nariz en la programación de la tele de un club de fútbol. Catalunya tiene los campos de cultivo secos como una longaniza, la enseñanza pública prácticamente trinchada y la juventud largándose de Barcelona porque no puede pagarse ni un catre en las afueras de la ciudad, entre otros problemas urgentes; me atrevo a opinar que —por muy aficionados al fútbol y la historia que seamos— no nos hace falta que nuestro pequeño Molt Honorable y sus consellers nos dicten sobre qué tenemos que ofendernos. Entiendo que las bajas pasiones del balón permitan que el Govern meta las narices en el embrollo de la actualidad, pero harían bien en guardarse eso de la política futbolera para la hora del lunch break.

Catalunya vive una decadencia de liderazgos demencial. Preguntad a cualquier conocido o saludado si os puede citar más de tres consellers de este Govern y os daréis cuenta de la magnitud del drama (de hecho, según las últimas encuestas de la propia cosa pública, apenas un 40% de los catalanes sabe decir el nombre de su president). La cosa no es de extrañar, pues tenemos una de las pocas cúpulas administradoras del mundo que tiene el curioso objetivo de convertirse en invisible a la ciudadanía. Ya es una lástima que, del fútbol, solo aprendan eso de lloriquear, porque con Joan Laporta tendrían la oportunidad de hacer un curso sobre cómo se pueden defender las convicciones sin claudicar ante el enemigo. De Florentino, cuando menos, podrían entender cómo las gasta un Estado cuando le tocas las narices, antes de volver a embarrancarnos en un proceso de teórica secesión.

La política catalana gasta un aroma de partido de costalada continua y es futbolera en el peor de los sentidos. Al fin y al cabo, eso del balón es un asunto privado y todo el mundo tiene el derecho de ejercitarlo a través las pasiones más bajas. Pero la política y la comunicación del Govern tendrían que ser otra cosa; cuando menos, tendrían que ser algo diferente de tener que pagar 92.258,459 euros anuales a una periodista como Plaja para que le diga a un club de la talla del Madrid qué tipo de vídeos tiene que compartir con la humanidad. De hecho, ya que estamos, haría falta que fuéramos comandados e informados por gente que no pierda el tiempo de oficina mirando vídeos sobre fútbol. Haríamos bien en abandonar las exigencias con unos clubs deportivos que, en resumidas cuentas, han aportado éxitos y alegrías a sus aficionados, y empezar a ser menos complacientes con la gente que dedica recursos públicos a tener discusiones de bar.

Aparte de todo eso, cuando un procesista habla de fake news y de manipulaciones burdas, solo podría excusarse si la persona en cuestión protagoniza una clase magistral. En eso no les gana ni Franco.