En la agenda del viaje de Obama a la Unión Europea, aparte del Brexit, ha destacado la defensa del presidente americano del Tratado para el Libre Comercio y la Inversión (TTIP) entre EE.UU. y la UE, cuyas negociaciones avanzan con dificultad por la oposición que encuentra a ambos lados del Atlántico. No se trata en este caso de rebajar barreras o aranceles, sino de fijar las reglas para el mundo, que junto a los factores culturales, definirá las nuevas cadenas de valor sobre las que va a descansar el trabajo en el futuro. China ya ha empezado por su parte a desarrollarlas a través de las nuevas rutas de la seda.

EE.UU. ya firmó en 2015 el Tratado Transpacífico (TPP) que engloba en Asia a Japón, Australia, Malasia, Singapur o Vietnam, entre otros, junto con países de Latinoamérica, como Chile, México y Perú. China no está en ese acuerdo porque rivaliza con el gigante americano sobre la hegemonía en esa zona crucial en el siglo XXI.

Todo hoy está en proceso de cambio y aún lo estará más cuando comience la cuarta revolución industrial basada en la economía digital

La Unión Europea y EE.UU. representan conjuntamente el 45% de la riqueza mundial y del comercio internacional. Pero todo hoy está en proceso de cambio y aún lo estará más cuando comience la cuarta revolución industrial basada en la economía digital, que supondrá grandes avances en la producción pero que asimismo esconde un potencial de destrucción de empleo muy serio ya que implicará la automatización de muchas tareas. ¿De qué trabajarán los que sobren?

Pekín, que está en la carrera de la nueva tecnología, es un competidor tremendo no sólo en la parte alta de los procesos, como han revelado la interrupción de la marcha meteórica de Apple, que ha sufrido en el primer trimestre de 2016 la primera caída brutal de los beneficios desde 2003, lo que le ha llevado a fabricar móviles más pequeños y más baratos para enfrentarse a los asiáticos. También China es muy poderoso en los tramos inferiores de las cadenas de valor, donde la lucha por los empleos de bajos salarios va a ser tremenda. El plan chino se basa en asegurar a los países incluidos en las rutas de la seda la participación y el mayor control posible en todos los escalones de la fabricación global.

No hay terreno más favorable para las transacciones que el comercio, máxime cuando el porvenir del empleo está en juego

En EE.UU. se está mostrando que los candidatos a la presidencia americana son bastante críticos respecto a los tratados comerciales firmados, entre ellos el Transpacífico. Hillary Clinton, que aparece como la persona con más puntos para sustituir a Obama, está adoptando una actitud más bien proteccionista, aun cuando el peso del comercio en la economía americana haya pasado de representar un 8-9% hace unos años a suponer hasta el 13-14% en la actualidad. El discurso de Donald Trump también está a favor de la defensa de la industria nacional, como punto prioritario. En EE.UU., la adhesión al TTIP de los ciudadanos es muy baja y sólo alcanza el triste porcentaje del 15%.

En Europa, ocurre tres cuartos de lo mismo, con sólo un 17% de los alemanes aceptando que el Tratado es “una buena cosa”, según un sondeo de la Fundación Bertelsmann. La manifestación popular en Alemania en contra ha provocado muchos comentarios. “No se trata de aceptar sólo comprar productos americanos, sino de vender Alemania”, habría dicho Angela Merkel a sus ministros. En Francia, la oposición puede ser aún mayor.

Las cuestiones del uso de las transgénicos en productos de la alimentación, por ejemplo, levantan ampollas en la UE, mientras que de manera más restringida, diferencias sobre qué tribunales decidirán quién tiene razón en cada caso, máxime cuando en Europa no hay unidad política, sino muchas opiniones, dificultan los avances. En cualquier caso, España, Italia y los países del Este de Europa están claramente a favor del proyecto de partenariado por considerar que favorece el crecimiento.

Pascal Lamy, que fue durante muchos el patrón de la Organización Mundial del Comercio (OMC) dice que sacar adelante el proyecto llevará años. Pero cabe ir aprobándolo por partes, dejando clara la intención final. No hay terreno más favorable para las transacciones que el comercio, máxime cuando el porvenir del empleo está en juego. Y cuando, además, el adversario -China- va a tirar muy fuerte de la cuerda porque lo considera asunto propio.