Durante el apagón general decidí que la mejor opción era ir a comer al restaurante del Casal de la Gent Gran de mi pueblo (lo hago habitualmente porque es donde encuentro más humanidad y buenos alimentos a un buen precio), y no me decepcionaron, todo el mundo estaba tranquilo. Las personas de cierta edad ya han pasado las de Caín y tienen más conchas que un galápago; forman parte de una generación que ha vivido la mayor parte de su vida sin tecnología ni prisas (por más que los adolescentes los traten de boomers; tarde o temprano se darán cuenta de que quizás les hubiera ido bien escucharlos un poco más cuando aún podían). Y se notaba. Estaban concentrados en el presente, en el plato que tenían delante y en charlar con los compañeros de mesa. Algunos incluso brindaban con cava; no sé si por el apagón o por algún otro motivo; da igual, la cuestión es que se lo estaban pasando en grande a pesar del caos que se había producido en toda la península Ibérica. Son gente de radio analógica y de velas; ¿qué más da si no funcionan los móviles y no hay luz? Les importa un pimiento; su ritmo cardíaco sigue estable, sin inmutarse lo más mínimo.
Los que hemos tenido la suerte de haber nacido antes de la era de la estupidez (de los get ready with me y de los labios infiltrados de baja autoestima) sabemos —o al menos deberíamos saber— que no podemos depender de la energía eléctrica; que es muy práctica, pero que no debe ser nuestra única opción ni ser vista como un dios. Siempre me han dicho que soy una exagerada, porque cuando me compré mi coche pedí que las ventanas de detrás fueran manuales, porque quería vivir en una planta baja y porque siempre quiero tener la opción de poder salir de los sitios por unas escaleras de toda la vida. Llamadme tiquismiquis, pero no acabo de fiarme de tanta estupidez humana y prefiero tener alternativas que no dependan de la electricidad ni de esta gente. Ahora se han puesto de moda incluso las persianas eléctricas. Pero, ¿qué nos pasa, ya no podemos levantar ni una triste persiana? Eso sí, luego todo son prisas para ir al gimnasio para tener un cuerpo atlético y estar en forma. Quizás, si levantáramos más persianas y subiéramos más escaleras, no sería necesario ir (en coche) al gimnasio tan a menudo ni hacer tantas dietas depurativas.
Más que un cero energético, lo que se produjo fue un suspenso del Estado español para gestionar una crisis como esta
Qué gran invento, la radio, no depende de ninguna central nuclear para informar; lástima que la mayor parte de las veces las informaciones que nos llegan dejan mucho que desear y están más distorsionadas y tergiversadas que una sala de espejos cóncavos y convexos. Por eso es tan importante contrastar la opinión de unos y otros. Así algún día sabremos si el apagón general fue provocado por una mezcla de avaricia, narcisismo y estupidez humana; por un ciberataque (para tener una excusa para subir el precio de la luz), o por algún extraterrestre que quería apoderarse de la receta de la crema catalana y de la escudella i carn d'olla. Más que un cero energético, lo que se produjo fue un suspenso del Estado español para gestionar una crisis como esta. No me hubiera gustado estar en la piel de la pobre gente que se quedó encerrada en un ascensor sin poder avisar al servicio (saturado) de emergencias, o de los miles de personas que se quedaron tiradas en cualquier sitio sin poder volver a casa.
En crisis como esta debemos preguntarnos qué hacemos mal y cómo y qué podemos mejorar. Nos ha quedado más que claro que la mayoría de la gente sin electricidad no puede hacer absolutamente nada; sobre todo la gente que vive en las grandes ciudades (en los pueblos siempre puedes sobrevivir de una u otra forma). Sin electricidad no nos pudimos comunicar, porque habíamos abandonado los sistemas analógicos de antes (radios, walkie-talkies, y, si me apuras, palomas mensajeras). Habría que plantearse vivir un poco más acorde con la realidad y más alejados de cabezas de chorlito con cargos que toman decisiones pensando solo en sí mismos y en su bolsillo.