Puigdemont no es ningún modelo de país. Insistentemente, sin embargo, Junts utiliza su nombre y su símbolo para marcar una agenda política que gire a su alrededor. Ahora mueven filas para convertir las elecciones del 12 de mayo en un plebiscito en torno al president porque saben que cualquier otra tecla que toquen solo hará aflorar las similitudes con el PSC. Pero igual que mantener una retórica rupturista mientras tomaban la vía de la negociación de ERC ha erosionado la confianza que el movimiento independentista deposita en el rupturismo, el abuso que Junts ha hecho de la solemnidad de Puigdemont —y de su retorno— ha erosionado su sentido. No se toman demasiadas molestias para explicar por qué tiene que volver y, cuando lo hacen, magnifican el poder y la importancia de la restitución para pedir votos desde el sentimentalismo. Cada día que Junts se ha dedicado a acercar posiciones con el Gobierno, el retorno de Puigdemont se ha desprendido del poder de confrontar el Estado que tuvo en su día. Cada día que pasa es menos importante que vuelva Puigdemont. Antes era una amenaza y hoy es una anécdota.

Cada día que Junts se ha dedicado a acercar posiciones con el Gobierno, el retorno de Puigdemont se ha desprendido del poder de confrontar el Estado que tuvo. Antes era una amenaza y hoy es una anécdota

Para el votante típicamente convergente, sin embargo, con una anécdota basta. A pesar del vacío ideológico que hace años se intenta enmascarar con Puigdemont, Junts siempre ha mantenido el mínimo de unos treinta escaños en el Parlament. Eso, que de entrada puede leerse como un remanente de la antigua Convergència, es en realidad el producto de los cantos de sirena con que Junts secuestra emocionalmente al segmento de votantes que no ha conseguido separar Puigdemont del 1 de octubre. El dog whistle de Convergència era la independencia, el de Junts es el president. Todo ello recuerda al tono con que Artur Mas hablaba de estado propio en los años 2010 y 2011. La idea, ya entonces, era dibujar un horizonte que sacudiera los anhelos del catalán medio y lo empujara a creer que su voto era primordial para alcanzar un fin verdaderamente disruptivo. Eso, sin embargo, tenía una condición: que el vehículo para alcanzarlo fuera Convergència. El año 2012, esta estrategia ya supuso un descalabro, como pasará el 12 de mayo, cuando se den cuenta de que los únicos que han pensado estas elecciones en clave de plebiscito al president han sido ellos y los que responden a sus silbidos.

Mientras tanto, Salvador Illa se mantiene en la primera posición en las encuestas, a pesar de los rumores de corruptelas, porque el PSC tiene algo más que su líder. Tiene un proyecto para Catalunya: España

Mientras tanto, Salvador Illa se mantiene en la primera posición en las encuestas, a pesar de los rumores de corruptelas, porque el PSC tiene algo más que su líder. Tiene un proyecto para Catalunya: España. Da la sensación de que podrían cambiar la cara visible hoy mismo, que la estrategia política tanto de Junts como de ERC les ha jugado tanto a favor que la primera posición sería suya igualmente. Aunque los pactos con el PSC se hayan intentado pintar superficialmente de victorias para el país, las consecuencias de fondo de pactar han sido redimirlos y revestirlos de una capa de poder e institucionalidad que, desengañémonos, ha servido para validar el proyecto. El PSC ha conseguido aparentar profundidad y solidez sin moderar su españolismo, mientras que Junts vive anclada en la insustancialidad y la carcasa. En estos términos, no hay plebiscito posible, por mucho que los grupos de difusión de Junts den instrucciones unánimes de trabajar bajo esta consigna.

Cada vez que intentan forzar la agenda política con eslóganes majestuosos, lo único que hacen es mostrarnos el vacío de su partido

Un voto discutido necesita más que apelar al instinto. Quizás en 2012 bastó con eso para poner en marcha el proceso independentista, pero en Convergència ya empezaron quedándose cortos. El plebiscito Puigdemont no existe porque el momentum que necesitan para abonarlo ya ha pasado, y han sido ellos mismos que se han encargado de borrarlo. Para los que no vivimos bajo la influencia de su chantaje, eso es tan evidente que, cada vez que intentan forzar la agenda política con eslóganes majestuosos, lo único que hacen es mostrarnos el vacío de su partido. Para que un plebiscito sea un plebiscito, las partes que participan en él se lo tienen que creer. Parece, sin embargo, que estos dos meses veré las filas de Junts gritar con el puño alzado "plebiscito Puigdemont" contra una nube. Si no hacen el esfuerzo de ofrecer algo más, si se dejan llevar por la rutina de silbar y esperar, no tendrán ninguna posibilidad de sembrar sal sobre el terreno que durante años se han dedicado a abonar para Salvador Illa.