Los resultados que los estudiantes catalanes han obtenido en el informe PISA que se ha publicado esta semana han supuesto uno de esos disgustos que, como país, nos cuestan digerir. Sólo somos conscientes de la realidad cuando nos topamos de cara con ella. Es necesario reaccionar. Cuanto más política y menos partidista sea esa reacción, mejor. La consellera tiene la responsabilidad de liderar medidas para revertir esta situación, pero no la responsabilidad de cómo se ha llegado hasta aquí, o al menos no toda. El sistema educativo de Catalunya lleva tiempo sufriendo una fuerte desorientación. Víctima de un alud de nuevas propuestas metodológicas —más cercanas a la ideología que a la pedagogía y más orientadas a la moda que a los resultados— que son equivocadas.

La realidad es compleja. Se apunta a la inmigración, pandemia y pantallas como principales elementos que han motivado las malas notas de nuestros estudiantes en comprensión lectora, habilidad matemática y conocimientos científicos. Seguro que todas estas realidades han influido. Incluso quizás han influido mucho, pero no son las únicas. Catalunya lleva mucho tiempo pendiente del reto de la juventud: un propósito, unos objetivos y unos valores al servicio de la esperanza. Mientras la UE plantea poder conducir coches a los 17 y rebajar la edad para conducir camiones para beneficiar a conductores de autobuses y autocares, en Catalunya se han ampliado las ayudas de ocio y transporte público hasta los “jóvenes de 35”. Para reflexionar.

Es necesario afrontar debates críticos sobre la escuela, los jóvenes, la inmigración y el sistema de valores que queremos construir como país si queremos tener futuro

A raíz de los resultados del informe PISA la escuela de iniciativa social emitió un comunicado en el que destacaba que no sólo saca 36 puntos por encima de la media catalana, sino que se sitúa por encima de la media de la UE y de los países OCDE. El comunicado añade que, según los datos estadísticos del Departament d'Ensenyament, el porcentaje de alumnado vulnerable en la Escola de la Gent es de un 14%, mientras que en la escuela pública es del 14,59%. Por tanto, no es sólo la inmigración. Con porcentajes tan similares y puntuaciones tan diferentes parece que debe haber otras causas que justifiquen la diferencia de resultados entre unos y otros. Sería muy conveniente analizarlo y, sobre todo, generalizar lo que funciona. Hace demasiado tiempo que los debates sobre enseñanza que se realizan en Catalunya se resuelven diciendo que es una cuestión de poner más recursos. Hace demasiado tiempo que estos recursos que se reclaman son para mejoras para el profesorado y no para los alumnos.

Parece que el informe PISA puede espolear que se abran debates estratégicos que hace demasiado tiempo que no se hacen porque están secuestrados por la corrección política que impone una minoría social que es mayoritaria en la administración pública y en los medios. Es necesario afrontar debates críticos sobre la escuela, los jóvenes, la inmigración y el sistema de valores que queremos construir como país si queremos tener futuro. Porque ahora ha sido el informe PISA, pero exámenes vendrán más, y de mayor trascendencia. Y no estamos listos. Porque no sabemos qué queremos y no estamos haciendo los deberes. Cuando esto ocurre me vienen a la cabeza dos frases atribuidas a los profesores: “Reíd, reíd. Que ya lloraréis” y “Yo te apruebo, no sufras. Ya te suspenderá la vida”. Qué bueno sería que el país recuperara el gusto por el trabajo bien hecho. En la escuela, en la administración, en la política. Y a la hora de encarar los debates sobre qué hacemos como sociedad.