De todas las batallas que está perdiendo Pablo Casado hay dos que marcan su caída. No ha medido sus fuerzas en el enfrentamiento con Isabel Díaz Ayuso y se le ha vuelto en contra la pulsión antipolítica que lleva meses agitando. La desconexión con el partido y la militancia es evidente. Y aunque los barones guarden silencio en público sin apoyar expresamente a Ayuso, ha sentado mal que Casado haya querido reforzar su liderazgo a base de arrastrarles a elecciones donde solo gana Vox.

La estrategia de Ayuso estaba tan preparada como la de Casado. La diferencia ha sido de habilidad, de rapidez en la detonación, que en política lo es todo. Ayuso disparó primero contra Génova y orgánicamente la presidenta de Madrid salió indemne. La debilidad de Casado ha sido tan flagrante que, horas después, la cortina de Ayuso con la denuncia del espionaje funcionó y la presunta corrupción pasó a un segundo plano.

El mensaje de ejemplaridad de Casado no ha sido creíble. Primero, por ese adelanto de Ayuso denunciando el espionaje para acabar con ella. Perdido el relato, difuminado el leit motiv, los barones lo entendieron como una deslealtad antes que una limpieza. Casado reaccionó tarde, abrió un expediente, no aguantó la presión y anunció la retirada. Ya era tarde, Ayuso no iba a desconvocar el Rodea Génova de la militancia y la tropa de los barones ya iba camino de Madrid. Eso dentro. Desde fuera, Casado no se ha mudado de la sede como prometió hace un año, no ha respondido a las últimas condenas por el caso Gürtel y tampoco le escandalizó la denuncia por financiación ilegal del PP de Alfonso Fernández Mañueco.

La implosión en directo retransmitida en streaming desde Génova 13, el botón nuclear que apretó Isabel Díaz Ayuso cuatro días después de las elecciones de Castilla y León, les ha hecho saltar por los aires mostrando con crudeza las entrañas del partido. La caída de Pablo Casado pone en evidencia tres realidades que permanecerán tras su posible salida. La dirección nacional no sabe qué hacer con Vox, los presidentes autonómicos con sus legítimos intereses territoriales quieren controlar sus procesos electorales al margen de la estrategia de Génova y el trumpismo con sede en Madrid ha salido del armario. A nadie se le escapa que Mañueco necesita ahora pactar con Vox al menos con la misma fórmula que Ayuso.

El balance deja un mensaje que no afecta al futuro del PP pero sí la salud democrática

La historia se repite: espionajes, comisiones con dinero público ―también llamadas en el PP intermediaciones― y dosieres para destruir al adversario. Cuando esta semana pasaron por el programa FAQS las dos expresidentas de Madrid, Esperanza Aguirre y Cristina Cifuentes, ambas políticas describieron la peor alma del PP desde sitios opuestos: las malas prácticas continúan, sus víctimas siguen ahí. Esperanza Aguirre, cuyos principales consejeros pasaron por la cárcel y están a la espera de juicio, normalizó la presunta corrupción y activó el habitual ventilador. “Su hermano [el de Ayuso] es un crac”, dijo. Trajo mascarillas desde China en plena pandemia y cobró por ello. Preguntada por cuál fue entonces el papel de la empresa del amigo de Ayuso que se llevó el contrato, respondió. “No sé en qué consistirían esas gestiones”. Y como no hay quien lo explique, remató: “¿Por qué tenemos que investigar estas gestiones y no a los padres de nuestro querido presidente Pedro Sánchez?”.

En la siguiente entrevista, Cristina Cifuentes describió las consecuencias del PP de Aguirre y las “cloacas” que provocaron su caída. “Llevamos tres días de parte de guerra y me he sentido como el día de la marmota”. Cifuentes señaló, con más sinceridad de lo habitual, como en Madrid opera “una mafia policial” ―textual― con “episodios” que sufrió “como delegada de Gobierno por parte de compañeros de partido y tenían que ver con seguimientos. No me sorprende nada”, apuntó. El vídeo (el robo de las cremas) fue el último mensaje de “Te vas a marchar por las buenas o por las malas”. Los motivos, según Cifuentes, son preocupantes. “Levanté alfombras que no había que tocar. No ayudé a personas muy poderosas. Metí el dedo en algunos ojos que no debía. E iba a tomar decisiones que afectarían a poderes empresariales”. Y continuó: “No hay que olvidar que llevé a la Fiscalía el Canal de Isabel II que dio lugar al caso Lezo; la presunta corrupción en la Ciudad de la Justicia; personé al gobierno de Madrid como acusación particular en el caso Púnica (sobre financiación ilegal del PP), levanté ampollas y algunos quisieron dispararme con una escopeta si la hubieran tenido a mano”. "¿Quién?", repreguntó la periodista Cristina Puig. “Participaron personas muy poderosas, bien relacionadas en los medios de comunicación”.

La derecha describiéndose a sí misma deja un retrato escalofriante del partido. Un PP en 2018 con trazas reconocibles en 2022. El intento de espionaje a Ayuso para acabar con ella en el momento oportuno. Y unos contratos a su hermano que la Fiscalía va a investigar por presunto tráfico de influencias. El balance deja un mensaje que no afecta al futuro del PP pero sí la salud democrática. El hecho de que el presidente del PP haya denunciado una presunta corrupción y pueda acabar cesado. O que el mismo día en que Ayuso activó la operación contra Casado, la noticia fuera el veto del PP a Vox. En este momento, ya no hay cordón sanitario y no sabemos qué Partido Popular va a quedar. Lo que sí sabemos es que el PP nunca será el mismo.

A estas alturas, ya nadie habla del contrato del hermano de Ayuso y la presidenta ha despejado el camino verbalizando que su sitio es Madrid. Alberto Núñez Feijóo, líder moral del partido, no cuenta con los dos tercios de los apoyos para forzar el cambio. En los próximos días veremos a Casado intentar ganar tiempo a la espera de resolver lo único que esperan de él: la convocatoria del congreso ordinario o extraordinario.

Cuando hagamos la digestión de lo que está ocurriendo en el principal partido de la oposición veremos que hemos pasado a otra pantalla. Los movimientos tectónicos están ahí: la votación de la reforma laboral casi tumba el Gobierno; Casado intentó un cambio de ciclo para acelerar su llegada a la Moncloa y es muy probable que se haya matado en esta curva; y el ascenso de Vox es una realidad social al margen de las encuestas.

Aunque lo parezca, esta conmoción no tiene por qué beneficiar a Pedro Sánchez. Hay que recordar que en 2016 el PSOE estaba en peores condiciones que el PP de hoy, en 2017 se reconstruyó y en 2018 estaba gobernando. La destrucción de este PP puede ser el inicio de la reconstrucción con Vox. Aupado por ese electorado que gritaba amenazante a las puertas de Génova “Sois basura” apuntando indiscriminadamente a medios e instituciones. El bloque de derechas, con el germen de la antipolítica, es la militancia a la que Ayuso agradece el apoyo. Ese es el principal aviso a navegantes.