El alma europea que varias generaciones buscaban con más eco que suerte desde la Gran Recesión, cuando Alemania y los países del norte trazaron la línea roja de la deuda dejando que el sur se despeñara en la austeridad, ha despertado. Tras la década más negra que desdibujó al continente convirtiéndolo en un bloque financiero, soporífero, en un geriátrico suizo, como ha descrito atinadamente la politóloga Cristina Monge, por fin reacciona. Europa resurge ante el desafío al orden de las democracias liberales y como respuesta a la guerra unilateral rusa con bastante mayor acierto y consenso que en Irak.

La ultraderecha fue la primera amenaza que puso al continente en alerta. El otro, el enemigo, siempre une. Y ese otro es un bloque antidemocrático ultra con representación institucional y distintas marcas en cada país, difícil de frenar, que se ha ido extendiendo desde Hungría a España. Tras la amenaza, el primer gran revulsivo para el resurgir europeo fue la pandemia y la aprobación del Plan de Recuperación NextGeneration, el mayor paquete de estímulo jamás financiado para que la salida de la crisis sanitaria fuera a marchas iguales.

Sumidos en esta salida, todavía recuperándonos de la ola ómicron, Vladímir Putin seguramente no calibró al bombardear Ucrania en la madrugada del 24 de febrero la respuesta de Europa. El pasado viernes, solo un día después de la invasión, expertos y críticos dudaban (dudábamos) de la reacción europeísta. Ni siquiera el ministro de Exteriores José Manuel Albares estaba en condiciones de aclarar la respuesta militar o el plan para la acogida de refugiados. En esa madrugada de viernes, cundía el pesimismo con la sensación de que la OTAN y Europa no tenían mucho que hacer en Ucrania. La pregunta más repetida era: ¿les hemos abandonado? Hoy, al sexto día, la reacción es una larguísima batería de primeras veces.

Rusia quería ser la Gran Rusia en una ocupación relámpago y se ha encontrado con la Gran Europa. O al menos, con una respuesta a la altura del reto: frente la autocracia bélica, la respuesta del bloque demócrata liberal. Ni la Comisión Europea, con Ursula von der Leyen al frente, ni el BCE con Christine Lagarde, tenían una reacción diseñada en el cajón. Pero se ha ido articulando en cuestión de horas lo que es el muro de contención más vigoroso a la altura de la amenaza rusa. En la lista de las primeras veces, Alemania cambia su política exterior y destina un 2% del PIB al presupuesto de defensa; Europa diseña una política exterior común con el envío de fondos para armamento; junto al gran paquete de sanciones económicas, desde el bloqueo al sistema Swift a los activos financieros de las fortunas de los oligarcas rusos. Además de la ruptura de la neutralidad suiza y la intervención militar de Suecia.

Rusia y probablemente China han subestimado la capacidad de resistencia de los valores europeos

La Europa de los ciudadanos ha emergido con una respuesta social coordinada en un "no a la guerra" de Putin que ha dejado hasta ahora más de 4.000 detenidos en Rusia, donde hay que ser muy valiente para defender la paz y arriesgar la vida. En Moscú la gente salió al mismo tiempo que en Berlín, Madrid o Barcelona. Un dique de contención cultural tan dañino como el bloqueo financiero, que lanza un mensaje al régimen en suelo ruso: "Masacraréis pero no convenceréis".

Sin querer ser triunfalista, Rusia y probablemente China han subestimado la capacidad de resistencia de los valores europeos. Una resiliencia invisible que se ha visualizado en cómo se están ayudando los ucranianos para salir del país, buscar refugio o cómo se han abierto las casas de toda Europa para recibirles. La idea de la democracia, tan vacía y tan débil a veces, que tantos ensayos deja sobre ‘cómo caen’ y ‘cómo mueren’, es la verdadera guerra de guerrillas a las autocracias.

En la geopolítica no siempre es fácil elegir, los intereses son complejos y las relaciones históricas de las naciones entran en conflicto. Pero esta vez, con este giro sin retorno de Putin, es fácil saber de qué lado se está. La elección ha puesto en evidencia a Vox por muchos requiebros que haga de última hora. Santiago Abascal se ha intentado separar de la estela de ultraderecha que une a Putin con el bloque amigo de Vox. Ha intentado culpar a Pedro Sánchez y Unidas Podemos de tener al enemigo dentro. Pero es Abascal quien se ha fotografiado con Viktor Orbán, quien ha celebrado sus victorias con Jair Bolsonaro o Marine Le Pen, y quien se desmarcó de Putin en la cumbre ultra de Madrid por iniciativa de Polonia, no propia, archienemigo de Rusia. La historia y la implantación de Vox se escribe desde 2014 con Steve Bannon y sus campamentos de formación, las visitas a varias secretarías de Estado de Donald Trump, el mano a mano con Le Pen y Orbán.

Por no dejar escapar otro asunto supuestamente polémico, en plena invasión de Ucrania, la UE ha querido mandar un mensaje al aparato mediático de Vladímir Putin anunciando el cierre de Sputnik y RT en Europa. La medida tiene un debate sobre si el cierre de ambas emisiones sirve de algo o si la responsabilidad de frenar la difusión de bulos cuando hay vidas en juego está por delante del derecho a la información y, por tanto, el precio de convivir con la propaganda. Un debate similar surgió cuando Twitter decidió borrar los tuits de Donald Trump en las horas de asalto al Capitolio. Abordar cómo los estados regulan la desinformación es uno de los asuntos cruciales de las democracias actuales. Pero de ahí a que el exlíder de Podemos Pablo Iglesias compare a RT y a Sputnik con La Sexta o Antena 3, solo puede responder a argumentos de escasa elaboración o interés personal.

Quien defienda ambos medios es porque no los sigue. Y si los sigue, sabe que en demasiadas ocasiones son mera correa de transmisión del Kremlin. Y las consecuencias para quienes sufren la desinformación en Rusia ―opositores, disidentes, activistas― no tiene comparación con ningún país de Europa. Lo resumía muy bien el periodista Enric Juliana en Twitter: “Que los instrumentos de propaganda del neo-zarismo sean bloqueados en Europa mientras el sátrapa amenaza con el arma nuclear no debiera hacernos perder ni cinco minutos. El foco no es ese. Es la conexión del autoritarismo ruso con las extremas derechas europeas”.

El reto de parte de la izquierda en un contexto de guerra pasa por madurar el debate internacionalista. El de Europa es mantener el pulso y diseñar nuevas estrategias políticas y comerciales ante el envalentonamiento de las autocracias. El nuestro, el ciudadano e incluso periodístico, pasa por madurar qué precio estaremos dispuestos a pagar para mantener los valores que hoy ondeamos con orgullo. El futuro era esto. El nuevo orden global también dependerá de nosotros.