Ganar las elecciones y que casi todo salga mal ha sido el destino de Pablo Casado en Castilla y León. Forzar convocatorias electorales sin que el electorado entienda por qué suele tener estas consecuencias. Le pasó a Pedro Sánchez en 2019, al bloque comunista en Portugal y ahora al PP. Pero en este caso, Pablo Casado ha hecho triplete: ni rastro del ansiado pistoletazo del cambio de ciclo con un resultado que le aleja de la Moncloa; no recupera su liderazgo y refuerza a la presidenta de Madrid, y hace grande a Vox, que tensionará internamente a los populares y coloca a la formación de Abascal en el centro de la política nacional para el resto de la legislatura. De tener los problemas normales de cualquier candidato, a tener tres: la ultraderecha, Ayuso y la estrategia nacional.

El empeño de Pablo Casado de acabar con Ciudadanos y conseguir mayoría absoluta ha dejado un resultado endiablado para formar gobierno en Castilla y León. El error del PP fue de base: quería acabar con Ciudadanos pensando que esos votos eran suyos y eran de Vox. Cambiar al socio blando al que puedes ningunear, que sobrevive a sus últimos mandatos, por el que está arrebatándote el liderazgo, es un win-win para Santiago Abascal. Vox gana si entra en las instituciones y gana fuera, desde donde podrá forzar acuerdos programáticos que ponen en una posición difícil al PP. Ya lo han verbalizado: para empezar, quieren derogar la ley de violencia de género y la de memoria histórica. Vox no está en el programa económico, está instalado en la guerra cultural. No pretenden profundizar sobre el salario mínimo, la reforma laboral, los fondos europeos. Están en la España única, anticomunista, anticatalana y antiderechos sociales de cualquier minoría. “Más Gallardos y menos Rufianes”, como resumió Abascal en su discurso. Un programa ultrafacilón, populista y peligroso, que recoge el cabreo envalentonado de la derecha.

Las elecciones de Castilla y León se forzaron desde la política nacional y es en ese plano donde tiene efectos. Los resultados obligan a los partidos a una profunda reflexión. 

El monstruo crece. La realidad se impone. Y Europa nos mira con preocupación. Si en Castilla y León se impone Vox, veremos qué derechos recortan y qué políticas impulsan

El PSOE ha tenido el resultado habitual en una comunidad sociológicamente conservadora con la excepción de 2019. Pero va acumulando derrotas mientras el bloque de la derecha avanza. Desde 2020 solo ha ganado en Catalunya con malos resultados en Madrid, Galicia o País Vasco. Y mientras Vox crece, el socio de coalición de Sánchez se desintegra electoralmente a la espera del frente amplio, una plataforma que será pero todavía no es. Cierto que hablamos de feudos del PP, donde los socialistas no gobiernan históricamente. Pero donde Podemos sí había logrado mejores resultados desde 2015 frente a su desaparición en Galicia en 2020 y el desplome en el resto de elecciones.

A la izquierda del PSOE la única opción es Yolanda Díaz, con un reto complejo que pasa por armar alianzas en las comunidades autónomas, apoyarse en marcas propias (Comuns, Compromís, Más País) y absorber la energía que ha abandonado a los morados. Todo en tiempo récord. Unidas Podemos e Izquierda Unida ya no pitan. Es más, ni siquiera se les asocia con los logros del Gobierno. Desde el espacio de UP reconocen que no pueden retrasar más la reconstrucción del espacio. Los morados saben que su único futuro es el frente amplio. Esto presiona los tiempos de la vicepresidenta. Y lo que podía parecer una ventaja, la descomposición y ruptura del espacio de Iglesias en favor de lo nuevo, puede dejar algún que otro herido de cara a 2023. Díaz no ha hecho campaña en Castilla y León, pero tendrá difícil desentenderse de Andalucía. ¿La ventaja? El zarpazo de Vox al PP despeja el adelanto electoral de Juanma Moreno Bonilla, donde ya lo colocan en octubre, fecha natural del fin de mandato.

El bloque bipartidista pierde fuelle (apenas llega al 62%) y esconde debates de fondo. La manida crisis de estado metida debajo de la alfombra por el PP y el PSOE desde 2014 no contenta al voto de cabreo e impulsa opciones políticas de quienes sienten un abandono y agravio histórico del Estado. Los partidos regionalistas y localistas ganan peso y, sin duda, condicionarán las generales, en un repunte por lo identitario en todas sus formas. En Catalunya por primera vez los partidos independentistas superaron el 50% y todo indica que llegarán fuertes a 2023; el proyecto de Ayuso, ese "Madrid, una grande y libre", ha sido más fuerte que el de Esperanza Aguirre; Alberto Núñez Feijóo escondió el logo del PP con el "Galicia, Galicia, Galicia" y al PNV solo le hace sombra Bildu. 

La centralidad está tocada. Gran parte de los votantes de los nuevos partidos en el ciclo 2015/2019 (UP, Cs) ahora están en las marcas regionales. El territorialismo, lejos de lo que parece, pasa por reconectar con la política, con la necesidad de una conexión directa con los representados. La España ignorada se reivindica sin necesidad de construir su ideario frente al otro, especialmente Catalunya, como hacen el PP y Vox. 

Y luego está el debate de la gran coalición, el cambio de paradigma en la política española. Desde el PSOE lo ha verbalizado el alcalde de Valladolid, Óscar Puente. Aunque ahora se descarte, el asunto está sin resolver. El bipartidismo tiene que responder de manera eficaz a la gran pregunta europea: cuánto de peligroso es Vox y qué precio están dispuestos a pagar para frenar al movimiento ultra. La idea de la gran coalición no pasa solo por pactos a la alemana, sino por garantizar abstenciones que permitan gobernar a uno u otro sin la extrema derecha. Garantizar un espacio seguro donde Vox no imponga su agenda ultra.

Todo apunta a que en las próximas semanas de negociaciones, Mañueco apostará por conseguir una suerte de tercera vía: la no gobernanza de Vox que Ayuso ha conseguido en Madrid. La realidad pasa por dos opciones: el apoyo de Vox o en minoría con la abstención del PSOE. Con una salvedad importante. En Madrid hay una identificación del electorado ultra con la presidenta madrileña. En la noche electoral del 4-M en Génova gritaban “Isabel y Rocío (Monasterio)” y nadie mencionó a Casado. En Castilla y León, el resultado, dos puntos por encima de Ciudadanos (15% frente al 17,2%), llevará a los de Abascal a forzar políticas y resultados en la lógica del enfrentamiento.

Hay amplios sectores del PP que darían por amortizado a Pablo Casado si pierde las elecciones de 2023. Los mismos sectores están preocupados por la falta de opciones para el relevo y por esa disputa por el liderazgo desde el eje duro Ayuso-Aznar, la voxización del PP. Hoy lo decía el consejero de Presidencia de Madrid, Enrique Ossorio: “Nosotros gobernamos bien con ellos”. Un PP duro, sentado en la misma fila de Vox, que complica el papel de España en Europa y la resolución de las crisis de estado, Catalunya entre ellas. 

El monstruo crece. La realidad se impone. Y Europa nos mira con preocupación. Si en Castilla y León se impone Vox, veremos qué derechos recortan y qué políticas impulsan. Pero la foto sobre la que hay que reflexionar es la que coloca a Santiago Abascal en la vicepresidencia del gobierno y a Macarena Olona, Javier Ortega-Smith o Iván Espinosa de los Monteros en carteras de Estado. Ya no estamos en la política de los resultados, sino en los pactos que se abren con ellos. El Gobierno de coalición no sale especialmente tocado de estas elecciones autonómicas, pero sí tendrá que apostar por un programa de gobierno que refuerce sus pactos y le saque de la campaña del dóberman de la ultraderecha. Una España alternativa y valiente frente a una derecha que se va recomponiendo en la pelea.