A finales de los noventa y principios del 2000, en plena negociación con Israel, cuando ya hacía años que se habían firmado los históricos Acuerdos de Oslo y se trabajaba por un acuerdo definitivo que nunca llegaba, se hizo famosa una controversia, especialmente virulenta en los Estados Unidos. Según la información que se hizo pública, Arafat se había dedicado a "tranquilizar" las diversas audiencias árabes mencionando el Tratado de al-Hudaybiyya. La cita no era nada inocente, porque aquel tratado, firmado por Mahoma con la tribu de los Quraysh, después de ser derrotado en la conquista de la Meca, había sido vulnerado por el profeta cuando las circunstancias le serían favorables. Muchos articulistas, entre otros nombres tan prestigiosos como Daniel Pipes o Charles Krauthammer, llegaron a una conclusión evidente: si Arafat recordaba los Quraysh en plena negociación con los israelíes, quería decir que tampoco él pensaba mantener sus compromisos. También fue el análisis de muchos congresistas, como el senador demócrata de California que, en un discurso en el Senado, dijo: "es evidente que el enfoque de Arafat del proceso de paz se basa en el Tratado de al-Hudaybiyya de 628, que fue un acuerdo engañoso. Las fuerzas islámicas llegaron a una tregua con elementos no islámicos y no tenían intención de respetar el acuerdo. Pasaron a la ofensiva y destruyeron a los que tenían un acuerdo con ellos. El comportamiento de Arafat sugiere que es el tipo de paz que tiene en mente". Pero, sorprendentemente, la controversia no se produjo por la conclusión sobre el juego engañoso de Arafat, sino por la indignación de algunas organizaciones islámicas que no permitían que se dijera que Mahoma había faltado a su palabra. Durante semanas los articulistas y políticos que mantuvieron esta hipótesis recibieron todo tipo de insultos, ataques y amenazas, hasta el punto que algunos medios llegaron a publicar disculpas. Pero la conclusión sobre Arafat no fue controvertida: había un amplio consenso en que, ciertamente, Arafat había engañado a Clinton haciéndole creer que creía en un acuerdo de paz, cuando solo requería tiempo para ganar la guerra.

Obviamente, no cometeré la temeridad de hacer ningún paralelismo entre el endémico conflicto árabe-israelí y cualquier otro, por pura lógica analítica. Cada conflicto es él y sus circunstancias, y eso también vale para el conflicto que sufre Catalunya con España, desde hace tres siglos, a pesar de los intentos que a menudo se producen en ambas direcciones: ni somos los judíos que lucharon por conseguir crear el Estado de Israel, ni los palestinos que luchan por tenerlo. Sin embargo, hecha la afirmación y marcadas las necesarias distancias, creo, sin embargo, que la metáfora que utilizaba Arafat, para indicar a los árabes que la tregua era un engaño malicioso para poder aplastar mejor a sus enemigos, explica mucho de la historia de los catalanes con España. Una historia que ha basculado en un ciclo infernal de rebelión, represión y tregua, y siempre que ha habido tregua, ha sido como el Tratado de al-Hudaybiyya: una tregua para el engaño.

El Estado español, el profundo, el de verdad, el que siempre ha mandado por encima de partidos y voluntades, con el único hito de mantener inalterable la unidad de España, ha utilizado esta estrategia con notable habilidad: primero aplastarnos y, después, desde la fuerza de la represión, darnos un poco de oxígeno, pero nunca con la intención de resolver el conflicto. No ha habido ni un solo momento en la historia de estos tres siglos, ni siquiera en la historia reciente, en el que el Estado español no haya utilizado la engañifa de Arafat, y el último ejemplo es uno de los más chapuceros: la Mesa de Diálogo. No es que sea un engaño camuflado y sinuoso que necesite metáforas sobre tribus de la Meca, sino una estafa sin sutileza, y en todas direcciones: no es un encuentro entre iguales, dado que la parte dominante decide quién puede y quién no puede ir; no es un diálogo, dado que no se permite tratar el conflicto nacional catalán, sino meras cuestiones provinciales; y no es bienintencionado, sino que se utiliza para el tactismo más chapucero, de aquí el juego permanente del calendario. Con esta Mesa nos han humillado cada vez que han querido, y, en todos los casos, la humillación no ha tenido reacción, ergo, ha sido efectiva. Hecho que no es nuevo, porque cada generación de catalanes que ha intentado alzar la bandera de sus derechos e, invariablemente, ha sido represaliada, después fuera por derrota, por incapacidad o por fatiga, siempre se ha dejado engañar con artilugios, quincallas y promesas arteras.

Cada generación de catalanes que ha intentado alzar la bandera de sus derechos e, invariablemente, ha sido represaliada, después fuera por derrota, por incapacidad o por fatiga, siempre se ha dejado engañar con artilugios, quincallas y promesas arteras

Pero, aunque el repaso del pasado nos explica el presente, la cuestión que nos tenemos que plantear no es cómo nos engaña España, sino por qué motivo le resulta tan fácil. Y empiezo con una convicción dolorosa: estamos en uno de los momentos más mediocres de la historia autonómica de Catalunya, y uso el término "autonómico", porque sería un atentado contra la dignidad utilizar la palabra "nacional". Hablo de la fatídica mediocridad del Govern catalán que, a pesar de tener algunos consellers de alta categoría política, ha decidido hacer un vuelo tan raso, que parece más bien que se arrastra por el suelo. Siento decirlo, especialmente porque tengo en gran estima a algunos de sus miembros, pero conseguirá ser el Govern más triste desde la recuperación de la Generalitat, superación de Montilla incluida. No hay altura, ni altos horizontes, ni una mínima capacidad de resistencia, hasta el punto que debe ser el momento más cómodo que ha tenido el Gobierno en su relación con Catalunya. Tan cómodo que, incluso, se han cargado la inmersión lingüística de un golpe, y se han quedado tan anchos.

Puedo entender las dificultades de la situación, y no es menor el hecho de que la mayoría de los grandes líderes catalanes han sido encarcelados, inhabilitados o están exiliados, de manera que hay mucha segunda fila en las primeras butacas. Pero ¿es necesario ser tan servilmente sumisos? Perdonen, pero la puñetera vergüenza que oímos muchos cuando, en la "bilateral" —eufemismo humorístico— nos hicieron el gran honor de "ceder" el centro meteorológico del Turó de l'Home (que habíamos pagado los catalanes a la República, había requisado Franco, se había inutilizado y ahora no valía nada), y ningún miembro del Govern se levantó de la silla y dijo BASTA, ni uno, perdonen, pero lo repito: qué puñetera vergüenza. No sé si nuestro Govern se da cuenta de hasta qué punto se han convertido en meros funcionarios que acatan y callan. Es cierto que ha habido algún momento glorioso, como la jugada de salvar, vía Institut Català de Finances, los avales impuestos por el Tribunal de Cuentas a los miembros represaliados del Govern anterior, o algunas iniciativas esperanzadoras, pero son flores en un desierto aterrador.

Y no entro al valorar cómo se le ha regalado todo a Pedro Sánchez, gratis et amore, en momentos que se podrían haber hecho grandes negociaciones, porque eso ya no sé si es una tragedia o una comedia. Pero más allá de las estrambóticas estrategias de los partidos —en este caso de uno concreto— para otorgar presidencias y presupuestos a un Sánchez que nos ha represaliado, humillado y se nos ha miccionado encima, lo que es incomprensible es que el Govern no reaccione a nada. "Están en modo alfombra", dijo una ministra socialista de un partido independentista, en plena negociación, y en "modo alfombra" parece que se mantiene el Govern. Eso sí, a menudo oímos frases épicas y retóricas del "no pasarán" dichas con sonoridad presidencial, pero ya sabemos lo que pasa con las palabras cuando se fundamentan en la nada: que caen en el vacío.

Evidentemente, las heridas y las carencias del movimiento independentista no se reducen al Govern, sino que van más allá, con algunas urgencias (como la necesaria sacudida en la ANC) muy evidentes. Afortunadamente, la nueva junta de Òmnium permite un luminoso optimismo, tanto como la fuerza que va adquiriendo el Consell per la República. Pero antes de la gente y de las entidades, hay unos partidos y unos líderes que han sido votados por los ciudadanos, con unas mayorías independentistas únicas en la historia. Y la mediocridad y sumisión que demuestra el Govern que ha surgido es una estafa a estas mayorías. Se puede entender la real politik, el necesario pragmatismo, pero aquí no hay pragmatismo, ni peix al cove pujoliano [literalmente "pescado en el cesto"]. No solo no nos dan el pescado, sino que hemos regalado el cesto. Y mientras tanto, Pedro Sánchez feliz con los catalanitos: al fin y al cabo, hemos pasado de querer ser una República a actuar como una provincia. Ciertamente, somos los Quraysh de la Meca catalana, y la historia demuestra que es muy fácil engañarnos.