Fue tal la represión que ejerció Felipe V sobre Catalunya —y sobre todos los territorios de la Corona de Aragón— que James Fitz-James, duque de Berwick y responsable de ejecutar el dictado del rey, escribió en sus Memorias que aquellas órdenes le parecían "desmesuradas y poco cristianas". Y añadía que Felipe V y sus ministros consideraban que "todos los rebeldes tenían que ser pasados a degüello" y que "los que no habían manifestado su repulsa contra el archiduque debían ser tenidos por enemigos". El resultado fue terrible: más de cuatro mil catalanes ejecutados públicamente, miles de condenados a galeras o a la deportación, confiscación generalizada de bienes a cualquiera que no mostrara entusiasmo con el nuevo régimen, y un éxodo sin precedentes en la época, con más de 30.000 catalanes exiliados. En resumen: la destrucción social, política, económica y cultural de Catalunya. Tal era el terror borbónico, que un cronista austriacista escribió que incluso el silencio era peligroso, porque "se conjeturaba poca satisfacción y gusto del gobierno". La metáfora de la represión quedó ejemplarizada en el martirio y ejecución del general Josep Moragues, que, descalzo y con camisa de penitente, fue arrastrado vivo por las calles de Barcelona por un caballo hasta el patíbulo, y allí fue ejecutado, decapitado y descuartizado, con el fin de cumplir las tres condenas a muerte que había recibido. Finalmente, como escarnio y recordatorio de quién mandaba en Catalunya, su cabeza fue depositada en una jaula de hierro colgada en el Portal de Mar. Estuvo allí doce años.

Para toda esta intensa labor de represión fue necesario contar con el apoyo y la acción de lo que, en la época, se llamó "los botiflers"; es decir, aquellos que durante la Guerra de Sucesión se habían situado al lado de los Borbones y que conformaban la nueva clase dirigente. De hecho, el equivalente a lo que hizo Franco cuando entró en Barcelona. Un cronista de la época, Ramon Fina, los describió con dureza en su dietario personal, cuando explicaba que, a partir de aquel momento, "los catalanes quedarían esclavos para siempre", y que serían gobernados por “botiflers, negres de cor, traïdors a sa pàtria i sanch”. Sin embargo, fue tan escaso el número de botiflers en muchas partes del Principado que Felipe V tuvo dificultades para proveer los cargos municipales que preveía el Decreto de Nueva Planta, según el cual sólo podían ejercer los afectos a la causa borbónica. Desde entonces, el término botifler tiene la connotación de traidor a Catalunya, y ha sido usado en todas las ocasiones históricas en las que ha habido catalanes que han avalado y/o colaborado con la represión del régimen español de turno.

Desde 1714 ha quedado apuntalado un principio que nadie cuestiona: contra la lucha nacional catalana, todo vale y todo se perdona, y eso deriva en un estado enfermo y corrupto desde la base

¿Es lícito usar ahora el término botifler? Es decir, ¿hay equivalentes contemporáneos a los botiflers de 1714? Personalmente, creo que los momentos históricos son tan diversos como lo son las contingencias de cada momento, y probablemente sería un término extemporáneo muy forzado en la actualidad. En todo caso, es absolutamente evidente que nunca se podría referir a posiciones ideológicas, ni a las personas que, legítimamente, no han estado de acuerdo con el procés catalán o con la idea de la independencia, y que incluso han trabajado en su contra. Este es un marco de confrontación dialéctica, totalmente legítimo, que pertenece al terreno de la diversidad y la democracia. Pero si el foco no se pone en la confrontación ideológica, sino en la acción represiva, es un hecho que ha habido personas que han colaborado explícitamente con esta represión, ya sea por la vía de la delación, el señalamiento de personas, la criminalización o el abuso del poder para hundir prestigios y carreras. Es decir, una cosa es defender la idea de la unidad, y otra muy diferente intentar destruir a las personas que defienden la independencia. Para preguntarlo directamente, ¿cómo habría que llamar a algunos periodistas catalanes que señalaron a jueces en favor del derecho a decidir, o a entidades y empresarios próximos al independentismo, o a otros periodistas por sus ideas? Y cómo llamar a determinados jueces que se pusieron a favor de la causa, como aquel al que Lesmes le agradeció los servicios prestados a España (no a la justicia, o a la democracia, sino a España...). Y así, en otros campos, desde empresarios a políticos.

Pero, los casos más emblemáticos, dada su preeminencia y efectividad, son de sobras conocidos. ¿Cómo tendríamos que llamar a personajes como Alicia Sánchez-Camacho o Jorge Fernández Díaz? Porque en casos como estos, no se trata de las diferencias ideológicas, sino de la perversión del juego democrático para intentar aniquilar, de la peor manera, a las personas que defienden ideas democráticas. No sé si hay que llamarlos botiflers, dado que ni siquiera estoy segura de que se sientan catalanes, de modo que no pueden traicionar una patria que no conciben como tal. Pero sí han sido los personajes, junto a muchos otros, que han usado sus artes, sus poderes, sus contactos y su fuerza para ayudar a reprimir el movimiento catalanista. Es decir, son el equivalente a los catalanes borbónicos de 1714, o a los franquistas de 1939, sirvientes de un poder represivo por el que han delatado a conciudadanos, los han puesto en la diana y han colaborado con las redes policiales corruptas, con el fin de destruirlos. El caso de Sánchez-Camacho es espectacular, dado que todos los nombres que dio sufrieron algún tipo de represión: señaló al empresario Sumarroca, y empezó a sufrir todo tipo de problemas legales; señaló al periodista José Antich, y lo sacaron de la dirección de La Vanguardia; marcó al actual conseller Jaume Giró, y perdió la dirección de la Fundación La Caixa; señaló a Oriol Pujol, y fue el primero de los Pujol que cayó; marcó a fuego a Artur Mas ("no te olvides de Mas"), y perdió las elecciones... Ahora la tenemos felizmente premiada en la Asamblea de Madrid y como miembro del Senado, por designación también de Madrid. Roma no paga a traidores, pero España es más indulgente.

En el caso del exministro Fernández Díaz, el escándalo es un pudridero de tal categoría, que en cualquier país decente estaría, a estas alturas, bajo la lupa judicial. Las campañas que dirigió, con las cloacas, para destruir a líderes políticos e influir electoralmente (recordemos a Trias o a Mas) y, sobre todo, para crear un macroescándalo con la familia Pujol, sólo para poder aniquilar el símbolo que significaba en Catalunya, fue tan chapucera y brutal que sería equiparable a las maneras represivas de la Stasi comunista.

Sobra decir que todos estos catalanes tenían la bendición de los estamentos del Estado, y como buenos lacayos, usaron los métodos más sucios para servir al Rey y a España. Valle-Inclán habría hecho, de toda esta chusma miserable, alguna obra memorable. La tragedia, sin embargo, no reside sólo en el hecho de que actuaron con impunidad y que seguirán viviendo bajo la impunidad de sus actos, sino que sus abusos y sus acciones indignas no escandalizarán a casi a nadie en España, hasta el punto de que seguirán recibiendo favores y simpatías. Desde 1714 ha quedado apuntalado un principio que nadie cuestiona: contra la lucha nacional catalana, todo vale y todo se perdona, y eso deriva en un estado enfermo y corrupto desde la base. Lo expresó el socialista y presidente de la Segunda República Juan Negrín, hablando de los catalanes: "Si esas gentes van a descuartizar a España, prefiero a Franco. Con Franco ya nos entenderíamos nosotros, o nuestros hijos, o quien fuere, pero estos hombres son inaguantables. Acabarán por dar la razón a Franco". Y siguen pensando lo mismo. Por eso a las Camacho y a los Fernández Díaz no les pasará nada: son patriotas.