Cualquier aproximación a la gran bomba que ha hecho estallar Gabriel Rufián en el ya deteriorado territorio (o campo de batalla) independentista, debe partir de tres previas que marcan a fuego el análisis. La primera: no ha sido un exabrupto improvisado. Rufián puede tener una dialéctica algo arrabalera, muy al estilo madrileño, pero piensa lo que dice, y no dice nunca lo que no quiere decir. La segunda: es impensable que disparara una bala de este calibre contra sus socios de gobierno (y contra el mismo movimiento independentista) sin que la pistola no la hubiera cargado la dirección de su partido, como además él mismo ha confirmado en el simulacro de disculpa que ha perpetrado. Y, tercera: no ha sido fruto de la improvisación, o de un cálculo torpe, ni siquiera una rabieta por la presumible candidatura en Santa Coloma (que Junqueras ya le propuso desde hace días), sino el resultado de un tactismo muy bien estudiado y enmarcado en una estrategia de fondo, cuyo objetivo empieza a ser evidente. De hecho, se parece mucho a lo que ya dijo, en palabras más "vaticanas", el propio Junqueras en una entrevista en El Periódico del pasado septiembre, y después de la bomba, la consellera Serret esquivó el escándalo Rufián, pero remachó en la misma idea: Catalunya solo puede relacionarse con democracias occidentales.

Que esta última afirmación es una estupidez lo ratifica cualquier estado del mundo que, lógicamente, se relaciona con el resto de países de la ONU, la mayoría de los cuales no son precisamente una democracia. Y ya puestos a hacer la broma pertinente, incluso el rey emérito, huido de su reino por los escándalos financieros, ha escogido una funesta dictadura teocrática para su exilio dorado. Además, los negocios multimillonarios del reino de España, muchos de ellos armamentísticos, con las peores dictaduras del planeta, tendrían que estremecer la delicada piel del diputado Rufián, que, sin embargo, se encama con los socialistas sin muchos preservativos. Y si hablamos de Rusia, la cosa ya es puro cachondeo, porque las relaciones empresariales y políticas de España con la Rusia de Putin han sido, hasta hace dos días, intensas, jugosas y muy fluidas, conversaciones de Pedro Sánchez y fotos de Aznar incluidas. Para muestra, el botón de un titular de El País de hace un tiempo: "Sánchez habla con Putin sobre las relaciones bilaterales con Rusia y con la UE". Hola, Rufián, ¿y ahora qué hacemos con tu amigo!? Digámoslo claro: todo el mundo estaba encantado con los oligarcas, los negocios y el resto de la putinada. Y, lógicamente, como decía el president Puigdemont en un artículo en La Vanguardia, cualquier nación que quiere convertirse en estado también debe conseguir ser escuchada por todas las cancillerías del mundo y, cuando ocurra, tiene que intentar ser reconocida. ¿O debemos ser el único estado que solo acepta ser reconocido por Francia, Alemania y algún otro? Esta afirmación es una necedad que solamente se puede predicar desde una mentalidad regional (o autonomista), que no mira a Catalunya como una nación de pleno derecho, o desde un populismo burdo para salvar la cara cuando está en retirada independentista. Sea como sea, la proclama vaticana de Junqueras, la sinuosa de Serret y la chapucera de Rufián son de la misma categoría demagógica, y confluyen en la misma intención: desprestigiar las relaciones internacionales del president Puigdemont desde el exilio. Unas relaciones que, encima, no se han producido nunca con la Federación Rusa, como afirma Puigdemont con contundencia, a pesar del delirante argumentario de las cloacas que ahora ERC acaba de validar.

Es impensable que disparara una bala de este calibre contra sus socios de gobierno (y contra el mismo movimiento independentista) sin que la pistola no la hubiera cargado la dirección de su partido

La cuestión, sin embargo, no es si se ha hablado o se habla con Rusia, Armenia, Senegal, México o, directamente, con España, el país, por cierto, que ha represaliado brutalmente el independentismo. ¿O tenemos que olvidar que no ha sido la Rusia de Putin la que ha perseguido miles de catalanes, encarcelado a sus dirigentes, inhabilitado a presidentes y diputados y perseguido internacionalmente a los que están en el exilio? Porque, puestos a ser escrupulosos, los males de Catalunya no están precisamente en el norte de Europa, sino más cerca... Pero el tema no es si se puede hablar o no con Rusia, porque es un planteamiento tan falaz que debatirlo es caer en la más simple de las trampas. El tema es por qué, y por qué ahora, ERC ha decidido disparar una bala directa a la línea de flotación de su socio de Govern, una bala dirigida específicamente al corazón del president Puigdemont.

Las hipótesis más plausibles son dos. La primera, la estrategia de tensar la cuerda para romper la coalición de Govern, pero hacerlo a la manera también "vaticana", es decir, encabronando tanto al socio, que sea él quien haga el estropicio. La unidad independentista no existe, especialmente desde el giro estratégico de ERC, que decidió transitar momentáneamente (se supone) por vías autonómicas, muy parecidas, por cierto, al viejo pujolismo. Ni Esquerra se siente cómoda con Junts, ni Junts con ERC, ni ninguno de los dos partidos se siente cómodo con la CUP, pero todos mantienen el espejismo de una precaria unidad, porque nadie quiere parecer el malo que lo ha echado a perder todo. Por eso, cuando Rufián disparó la bala, puso en una situación muy complicada a los socios de Junts, porque al validar, desde Esquerra, una campaña de las cloacas contra el entorno del president Puigdemont (campaña que han elevado a categoría penal), eso era motivo suficiente para una ruptura de gobierno. No hacerlo los tildaba de miedosos o, peor, de enganchados a la silla; hacerlo los convertía en los malvados que habían dinamitado el acuerdo de Govern. Un acuerdo, por cierto, que cuando se revise también estallará por los aires, porque no se ha cumplido ni un punto de la ruta independentista firmada. Sea como sea, a estas alturas no es ningún secreto que ERC preferiría reeditar un tripartito, o uno bipartito con los comunes, que gobernar con Junts: el acento ya no lo ponen en el eje nacional, sino en el eje ideológico.

Ni Esquerra se siente cómoda con Junts, ni Junts con ERC, ni ninguno de los dos partidos se siente cómodo con la CUP, pero todos mantienen el espejismo de una precaria unidad, porque nadie quiere parecer el malo que lo ha hecho partir todo

La segunda hipótesis no invalida la primera, más bien la complementa: la voluntad de ERC de anular totalmente al president Puigdemont, su entorno, y la actividad política del Consell per la República. Al fin y al cabo, la acción política del exilio en favor de denunciar en todos los aforos la represión y alzar la causa catalana internacionalmente lima la estrategia de ERC, que ha virado en un sentido diferente. Y esta voluntad de neutralizar Puigdemont se ha convertido en obsesión, cuando se ha conocido la decisión del president de volver a Catalunya si la sentencia del Tribunal de Justicia Europeo es favorable. En este sentido, embrutecer el nombre de Puigdemont con el de Putin, aprovechando el delirio de las cloacas, y en plena guerra en Ucrania, parece una maniobra pérfida, pero hábil, para ensuciar la causa del exilio.

Habría otras hipótesis, pero todas giran en torno a estas. En suma, es bastante evidente que la bala de Rufián la ha cargado el diablo: busca la ruptura definitiva con Junts. Pero lo hace de manera sibilina: pone el veneno a su alcance, con la esperanza de que el otro caiga en la trampa y se lo tome.