Belong es una palabra inglesa que sale a menudo en las canciones. Equivaldría a pertenecer, a un país, a un lugar, a "ser de". Cuando empiezas un curso, existe el ritual de las presentaciones. Es curioso ver cómo se presentan las personas. Hay quien empieza diciendo quién es, y cómo es, pero la mayoría de la gente explica de dónde es. Nos marca más el pasado que el futuro. En mi caso sería un "yo soy de Girona", y no tanto yo soy periodista, o profesora. Sería bastante inaudito oír presentaciones que nos hicieran saber "soy moderadamente feliz", soy Bahaí" o "soy una persona resistente". Porque explicamos lo que somos parcialmente, naturalmente, y necesitamos que nos ubiquen. Y la geografía ayuda si la decimos en grueso. La gente de un pequeño pueblo de Lleida te responden que son de Lleida, para evitar dar todavía más explicaciones. Pertenecer es muy potente para configurar nuestra identidad.

Melodías como You belong with me, de Taylor Swift, o We belong de Pat Benatar insisten en este sentimiento de pertenencia. Los textos bíblicos se refieren a pertenecer y no solo a creer porque pertenecer tiene un deje colectivo. De hecho, la socióloga británica Grace Davie alerta del fenómeno espiritual según el cual las personas creen, pero no sienten que forman parte de una comunidad. Es el "believing without belonging", el hecho de creer pero no sentir una especial afiliación religiosa. Pero es aplicable también a la política: personas que se sienten ideológicamente de una cierta posición, pero que ni tienen un carné político, ni han pensado en afiliarse a un partido y contribuir, ni con tiempo, ni económicamente, ni de ninguna manera. Esta creencia cómoda que no te lleva a implicarte es un peligro real en la configuración de las personitas que hoy están naciendo y que vivirán en un mundo en que podrán no probar la realidad porque esta vendrá mediatizada por la tecnología. No hará falta que conozcan países diferentes porque ya se pasearán por ellos a través del metaverso, ni será necesario que sepan qué es una peregrinación o un retiro espiritual porque desde el sofá de su casa podrán experimentarlo virtualmente. Quizás también se podrán enamorar y desenamorar así, digitalmente. Y formarse a distancia sin saber qué olor a mandarina hace un patio de escuela. Sin el perfume de la realidad, sin el cansancio y al mismo tiempo la fuerza de la reunión semanal de un grupo (parroquial, sindical, político, de lectura) no tocas la realidad. Te la explican. Es por eso que los efectos de la pandemia nos han trastocado también en nuestra experiencia de pertenecer, de "ser de". Ser de un lugar, ser de un grupo, ser de un cierto sector o pensamiento. Para pertenecer hace falta un elemento indispensable que es sentirse parte de alguna cosa.

La fabulosa Carson McCullers ha escrito líneas magistrales sobre el sentimiento de pertenencia. En Frankie Adams escribe: "Pasó en aquel verano verde y sublevado en que Frankie cumplió doce años. Aquel verano hacía mucho tiempo que Frankie no era miembro de nada: no pertenecía a ningún club ni pertenecía a nada en el mundo". Porque pertenecer es formar parte de alguna cosa o de alguien, es el paso de un yo al nosotros que la autora trata de evidenciar en toda su obra. Cuidar de la integración es mantener los vínculos, empezando por el que nos ata a nosotros mismos.