Lo peor de no tener estrategia no es el recurso semántico a la estridencia, al ruido. Lo peor es esta virulencia sistemática para impedir que otros puedan tener una que he escuchado en alguna ocasión al profesor Tresserras. Como el perro del hortelano, que ni come ni deja comer.

Estamos en las puertas de una sentencia que nada indica que pueda ser benévola. Y la pelota todavía está en el tejado. Porque a estas alturas persiste una duda más que razonable sobre cómo responderemos. La distancia entre lo que querríamos hacer y lo que estamos en condiciones de hacer parece sideral.

El rumor de confrontación que llega desde la otra orilla del río, lejos de las garras del enemigo, sólo tiene una traducción cainita en estos momentos. Todos los dardos, todas las pullas, toda la energía se emplea puertas adentro, con el llamamiento a la unidad como grito de guerra, de confrontación, la unidad vacía que no une sino que confronta y que toma vuelo y se acentúa ante cada convocatoria electoral. Porque ha sido y es la principal herramienta electoralista dentro del mundo soberanista, con una creciente agresividad. La apelación a la unidad (electoral) es un comodín arbitrario que permite a un determinado espacio cohesionar el frágil equilibrio interno precisamente porque señala un adversario a batir. Y al mismo tiempo permite cínicamente justificar regalar la tercera institución del país al '155' y que estos lo acepten a pesar de llegar de las filas del '3 por ciento', según terminología recíproca.  A nadie le amarga un dulce debe decirse Núria Marín. El ente provincial, el más importante de todo el Estado, ha pasado de estar presidido por un convergente con el apoyo de ERC a estar presidido por el PSC con el apoyo juntaire.

Las desafortunadas declaraciones de los abogados de Waterloo han intensificado esta línea de confrontación, contraponiendo peyorativamente presos a exiliados, para más inri en las puertas de una sentencia a los presos del 1 de Octubre. Hoy precisamente hace un año, haciendo especulaciones, anunciaban la inminente toma de control de las fronteras. En fin, sin comentarios, el calor estival. Es una actitud que no lleva a ningún sitio y en ocasiones también frívola, que va bien para tapar las propias incapacidades y también para cohesionar unas filas que discrepan en todo excepto en una animadversión feroz contra el adversario republicano a batir mientras la confrontación con el Estado queda en el terreno de la retórica.

La apelación a la unidad (electoral) es un comodín arbitrario que permite a un determinado espacio cohesionar el frágil equilibrio interno precisamente porque señala a un adversario a batir

¿Qué respuesta pues viviremos ante la previsible condena del 1 de Octubre? Es difícil de decir. ¿Debe ser una respuesta pura o amplia? ¿Interpelará a todos los que salieron a la calle el 3 de Octubre de 2017 o sólo a los independentistas militantes? Ante el 1 de Octubre se produjo precisamente este debate y el llamado Estat Major resolvió a favor de la actitud más impura, pragmática y amplia ante los que gobernaban el Ayuntamiento de Barcelona. En vez de chocar con Colau, se prefirió aceptar su nula implicación logística si, a cambio, mostraba su adhesión al referéndum votando y defendiendo la vocación democrática de éste. Y fue un acierto, absoluto.

La convocatoria o no de elecciones es secundaria. Y, de hecho, por sí sola tampoco resuelve nada si no es clarificar el actual escenario político, que hoy puede parecer en un callejón sin salida. ¿Podría superar el independentismo el 50 por ciento por primera vez? Ojalá. Tampoco vale engañarse. La mitad más uno es un requisito imprescindible pero tampoco suficiente. No es tanto un problema de mayorías sino de la capacidad de sostener la posición. En las ofensivas militares el problema no era tanto conquistar una posición como ser capaz de mantenerla. Tienen razón, aquí sí, los que propugnan cambios de fondo de la sociedad, como el cambio de compañía energética, entre otros. Porque este sí -aunque por sí solo tampoco- es un paso trascendente para fortalecer el país y debilitar un Estado que trabaja sin tregua para que la sociedad catalana no salga adelante.

Sólo hay que ver qué ha pasado en la Diputación de Barcelona y cómo sus socios conviven armoniosamente, mucho más que no en el Govern del país

El primero que defendió la convocatoria electoral fue el president Torra, que es el único que tiene la potestad de adelantar las elecciones. Pero el mismo incentivo demoscópico que tiene Pedro Sánchez para volver a celebrar elecciones es el mismo desincentivo del president Torra para poner las urnas. Y en este punto sí que hay un acuerdo unánime del conjunto del mundo postconvergente, la negativa tajante a convocar unas elecciones mientras tengan más a perder que a ganar, en términos partidistas cuando menos, con independencia del grosor de votos que pudieran obtener las fuerzas independentistas o las soberanistas, que tampoco significa nada por si solo.

Sólo hay que ver qué ha pasado en la Diputación de Barcelona y cómo sus socios conviven armoniosamente, mucho más que en el Govern del país. Por ahora, los socialistas han recuperado parcialmente la hegemonía metropolitana con los juntaires haciendo de muleta y deteniendo la pretensión republicana de hacer tambalear sus bastiones tradicionales. Aunque todo es más complejo porque lo que no han podido evitar los de Iceta son dos dolorosas pérdidas en manos republicanas, las alcaldías de Tarragona y Lleida, con Pau Ricomà y Miquel Pueyo, con mayorías soberanistas amplias, impuras, incluidos los juntaires afortunadamente, suficientes para impedir que el bloque del 155 las retuviera. Son precisamente estas dos capitales las que posiblemente señalan el camino a seguir, las que permiten obtener réditos y conformar mayorías que se parecen más que ninguna otra a las del 3 de Octubre. Ojalá todo el mundo fuera capaz de asumirlo.