Como era previsible, el encarcelamiento de medio gobierno catalán ha servido para acabar de poner entre barrotes el cerebro de la mayoría de periodistas y políticos. Los mismos groseros que, si no fuese porque el feminismo está de moda, utilizarían las violaciones para discutir la medida del escote de las señoras, ahora trabajan para intentar criminalizar a los opinadores que insistieron en pedir al gobierno la celebración del referéndum y la aplicación del resultado.

Con el tiempo se verá que la mejor manera de defender a los prisioneros políticos es aplicar las leyes de transitoriedad y no poner el futuro de Catalunya en manos de gente amenazada. Si a mí me apuntaran con una pistola, no recomendaría a nadie que se fiara de mis opiniones. Un rehén puede servir para denunciar a los secuestradores o a una banda terrorista, pero no para dirigir su liberación o la vida de un país.

En Madrid saben que, como ya se vio el 1 de octubre, un Estado democrático puede aguantar un nivel de violencia explícita muy discreto. También tienen presente que hay tres millones de catalanes capaces de colapsar España si alguien conecta con ellos a través de una verdad de calidad, como la que defendieron en el referéndum delante de la policía. Por eso los diarios hacen todo lo que pueden para asustar a los catalanes y excitar los bajos instintos de los fiscales españoles, todo a la vez.

Las elecciones del 21-D están pensadas como un gran acontecimiento propagandístico. Se trata de introducir en la cabeza de los electores la idea de que el referéndum y la declaración de la República fueron acciones estériles. Con la ayuda de los diarios y las televisiones, una parte del país ya empieza a hacerse suyo el discurso de los abogados que llevan la defensa de los políticos encarcelados y perseguidos por la justicia española. El Estado necesita ahora rematar el trabajo.

Aunque Arrimadas se haga ilusiones, la idea del PP no es dar el poder a las fuerzas unionistas. Si los unionistas ocuparan la Generalitat las contradicciones de la España autonómica se multiplicarían como en el tiempo del tripartito y el remedio sería peor que la enfermedad. La finalidad es desarmar el independentismo ahora que sus dos grandes partidos están diezmados tanto desde el punto de vista personal como psicológico.

Las elecciones sólo harán la función que quiere el Estado si los partidos independentistas las ganan y no aplican la ley de transitoriedad. Para matar los anhelos de libertad y volver a legitimar la justicia española, el Estado necesita que sean los mismos partidos que organizaron el referéndum y declararon la independencia los que rectifiquen el camino que han seguido los últimos años, si puede ser sin oposición interna.

Así se explican reportajes como el del Jordi Pérez Colomé sobre "los animadores del proceso", para poner un ejemplo. Si cuando me llamó llega a pedirme directamente que hiciera "examen de conciencia" quizás lo habría mandado a hacer puñetas. Aunque no lo creo, porque resulta divertido ver hasta dónde es capaz de llegar la limitación mental de algunas buenas personas.

Cuando Pérez Colomé sacó el perfil de Andrea Levy el verano de 2015 ya le pedí inútilmente que me dejara al margen del folclore de entonces y que no hiciera propaganda del PP a costa de mis afectos. En aquel momento, Levy no estava preparada para aceptar la violencia y el Estado trataba de resolver el problema catalán de forma simpática, convirtiendo la política en un circo de revista rosa a medio camino entre Operación Triunfo y Gran Hermano.

Quemada la poca inteligencia que quedaba, ahora tira de la leyenda negra y de la pornografía penitenciaria y sólo Santi Vila utiliza el amor para intentar vender la unidad de España. Balzac se quedó muy corto cuando describió la pobreza de espíritu de los periodistas. Con los diarios en la mano, es un espectáculo ver con qué rapidez se van acostumbrando al imaginario y al lenguaje autoritario.