Si estos últimos diez años has estado un poco al corriente de la actualidad política del país, el anuncio electoral te habrá despertado un sentimiento de pereza profundo. En un país normal, una convocatoria electoral te puede pillar por sorpresa, no sorprenderte nada, o ser una puerta abierta a la esperanza y a la participación, confiando en que tu voto cambie las cosas. En Catalunya, la vida política está tan erosionada que creerse esta última línea ya nos parece una gilipollez idealista. La apatía es el último refugio de los que no nos queremos tragar los simulacros repetitivos de la clase política catalana. La enésima entrevista del president Aragonès en RAC1, si provocó algo a los oyentes, solo fue narcolepsia. Esta es la paradoja de nuestra política: al abandonar la independencia, pero reteniendo una cierta retórica de los derechos civiles y de la democracia para camuflar las renuncias, se han cargado el sentido de participación política de los ciudadanos. Nada es lo bastante creíble como para levantar el culo e ir a votar.

Al abandonar la independencia, pero reteniendo una cierta retórica de los derechos civiles y de la democracia para camuflar las renuncias, se han cargado el sentido de participación política de los ciudadanos

Junts se ha encargado de utilizar las últimas tres contiendas electorales en el Parlament para hacer girar el país en torno a Puigdemont. Ahora que se avista alguna posibilidad ligera de cambio con la ley de amnistía, reinciden con el mismo discurso: Catalunya será independiente si vuelve Puigdemont, y Puigdemont solo podrá volver si todos juntos le votamos muy fuerte. Piden fe. De esta consigna no solo es agotadora su simplicidad, señal de que no necesitan esforzarse mucho en construir un proyecto de país que se pueda explicar. También es agotadora la repetición. Y preocupante, me atrevería a escribir, porque mientras la política catalana permanece atascada en el mismo sitio desde hace siete años —eso vale para todos los partidos— el país se deshace a marchas forzadas. La sensación es que la vida política va por libre y que no es capaz de resolver ninguna de las urgencias nacionales, porque no se enfrenta al Estado. La perspectiva de tener que vivir una campaña electoral donde funcionarían los mismos spots de hace tres años, es un horizonte que favorece a la erosión de la vida política.

El país se deshace a marchas forzadas y la sensación es que la vida política va por libre y que no es capaz de resolver ninguna de las urgencias nacionales, porque no se enfrenta al Estado

En este intríngulis de la desgana, todo el mundo ha jugado su papel y ahora todo se ve venir porque nada ha cambiado mucho. Junts convertirá las elecciones en un plebiscito sobre su líder. ERC lo llenará todo con discurso de probeta de comunicador político que cree que esto son matemáticas. El PSC se centrará en no equivocarse mucho, porque tienen el camino asfaltado. Los comunes harán ver que no son tan parecidos al PSC como creemos y explicarán su negativa al Hard Rock como la liberación de la Alemania nazi. Vox será Vox. El PP procurará pescar votos entre los convergentes decepcionados que no quieren pensar mucho. La CUP paseará el discurso españolizado de Laure Vega como si a la gente de fuera de Barcelona que los ha votado hasta la fecha les pareciera normal. Da mucha pereza. Lo peor de esta pereza es que no solo carcome la confianza que los ciudadanos depositan en el sistema político. Lo peor es que, como la nacionalidad es indiscernible de la vida política que la vertebra, estropea la manera como nos miramos la catalanidad. It's shite being Catalan, dice el meme. Si este no es otro síntoma de la renuncia de los partidos a la confrontación y de que aceptan la ocupación española, que venga el Irvine Welsh y lo vea.

Quien ha favorecido la desconfianza y la desvinculación de la gente ha sido la retórica engordada de la clase política y su incapacidad de tomar riesgos, ni aunque sea en nombre de la eficiencia de la autonomía

La parte más cínica de todo esto es que el sistema de partidos se encargará de etiquetar a los que no los han votado, de egoístas, de gente privilegiada que no necesita defender nada y de cómplices de la extrema derecha. De entrada, la extrema derecha ya está en el Parlament: Vox. Luego, quien ha favorecido la desconfianza y la desvinculación de la vida política del país ha sido la retórica engordada de la clase política y su incapacidad de tomar riesgos, ni aunque sea en nombre de la eficiencia de la autonomía. Tienen lo que quieren. El problema es que esta tendencia a la despolitización independentista, si se puede decir así, es más que un estado de ánimo: es una dinámica que, ahora mismo y con las elecciones plantadas dentro de solo dos meses, parece imposible de romper. No cuesta mucho adivinar que recortar las posibilidades a las nuevas propuestas políticas que rondaban el cuarto espacio ha sido un factor a tener en cuenta a la hora de apostar por la convocatoria. Es la forma de preservar el sistema de partidos actual en nombre de la democracia, pero remando en contra de ella. La nación se les descompone en las manos y no tienen ninguna intención de esforzarse para nada que no sea una campaña electoral, pero la única pereza que verán será la nuestra.