De la misma forma que el ímpetu de las consultas de Arenys y Barcelona fue la llave de liberación individual-colectiva que precipitó el referéndum (los ciudadanos fueron progresivamente conscientes de que ningún factor, incluida la violencia policial del Estado, sería una losa a la hora de convocar el país con el objetivo de votar sobre la independencia), la abstención es hoy por hoy el único fermento que puede ofrecer un caldo de acción vivificadora de fuerza parecida. Miles de lectores me paran por la calle enloquecidos de ansia (o me tocan los cojones a Twitter) pidiéndome qué motivos hay para no votar. Entiendo su desazón. Hasta ahora, el soberanismo se había fortificado a través de la democracia directa, con el objetivo de anudar el autoritarismo español ante nuestros autonomistas y la comunidad internacional. Si nos hemos destrozado el gaznate con la cancioncilla del votar, ¿por qué hay que abstenerse ahora?

Antes del 155, era necesario insistir en la matraca de votar porque hacía falta engordar el músculo de los partidos independentistas con el fin de darles la fuerza necesaria para afrontar la desconexión con España. Había que participar, aunque parezca paradójico con respecto a la idea anterior, para recordar a los partidos que solo alcanzaríamos la independencia si estaban dispuestos a superar su bienestar cortoplacista en la sombra de las prebendas negociadas con España (el movimiento era arriesgado, porque había que engordar el cerdo para hacerlo explotar). Por mucho que nuestros diputados no estuvieran a la altura ni escogieran el lado adecuado de la historia, acatando con mansedumbre el 155 y protagonizando una retirada notoria a cambio de los indultos, la partidocracia catalana no fue capaz de patrimonializar el 1-O (ni puede hacerlo actualmente; no pasó con el 9-N, que se exhibió como una jugada maestra de Artur Mas).

El movimiento abstencionista pretende recuperar la fuerza de los individuos en Catalunya y, a su vez, fortificar las voluntades para que hagan de contención a la fuerza del estado en el interior del país.

Después de este momento histórico (que se volverá a repetir dentro de un tiempo largo, porque el conflicto nacional todavía pervive), la opción abstencionista permite que los catalanes recuperen la pelota del partido. La abstención, para ponerlo en terminología capitalista, recordará que el cliente somos nosotros y que siempre tenemos la razón. Debilitando la generación rendida al poder central, conseguiremos que el movimiento independentista vuelva al punto de partida de Arenys-Barcelona, pero con la lección mejor aprendida y el referéndum ganado. Los partidos (y los correspondientes articulistas a sueldo) no paran de vociferar que el abstencionismo provocará que el poder político natural de los indepes sea ocupado por opciones españolistas. La realidad es justamente la contraria: mediante la abstención, los electores recuperarán el poder de que los independentistas han cedido sabrosamente a España desde el artículo 155.

Más allá de castigar los partidos como si fueran enanos, el movimiento abstencionista pretende recuperar la fuerza de los individuos en Catalunya y, a su vez, fortificar las voluntades para que hagan de contención a la fuerza del Estado en el interior del país (que desde el 1-O, y se puede comprobar fácilmente, cada vez es más nula). Para decirlo de forma más clara, yo puedo entender que haya muchos conciudadanos temerosos de que el PP y Vox legislen contra la lengua catalana. Pero antes de pasarse el día llorando por qué harán a los españoles, diría que resulta mucho más oportuno asumir la adultez mental y entender que ni Pere Aragonès ni Míriam Nogueras te salvarán la lengua... Ni nada de nada. Volver a recuperar la iniciativa del tablero político nos desvelará y alejará a todo dios de la moral comodona que nos hemos impuesto. Recuerda cómo estabas en el 2017 y piensa en cómo eres ahora. ¿La comparación da vértigo, verdad?

Los asalariados del procesismo ya han corrido a equiparar histéricamente el abstencionismo a los anhelos secretos de erigir una nueva formación xenófoba de ultraderecha en Catalunya y también han caricaturizado la apuesta en cuestión como un caso prototípico del "cuanto peor, mejor". Son muestras delirantes de una histeria que no hará más que aumentar hasta la llegada del 23-J y que tiene como único objetivo seguir utilizando el chantaje para evitar que sigas haciéndote mayor de edad y te pongas en el centro de tus anhelos. Fijaos si están nerviosos, pobrecitos míos, que incluso Gabriel Rufián se ha puesto a charlar en catalán.