Hubo un tiempo que solo tenía en la cabeza escalar. Sin ningún otro propósito que disfrutar haciéndolo. Era tanta la pasión que, incluso, pretendía dejar el trabajo e ir a vivir cerca de un riscal. En una furgoneta, itinerando, en función del tiempo. Catalunya es la Meca mundial de la escalada. Algunos de los mejores escaladores del mundo venían a vivir aquí. Y algunos de ellos se asentaron, si no definitivamente, durante muchos años. Catalunya es un paraíso de la escalada. Ser catalán y ser escalador es, si te gusta, bien fácil.

Era tanta la pasión por escalar durante años que todo iba vinculado a la escalada. Los amigos, las vacaciones, los propósitos, los retos. Escalar e ir mejorando cada día, para hacerlo un poco mejor. Escalar era el presente y el futuro. No había ningún otro. Ahora me parece mentira. Pero era así, y si no fue más así es porque no era lo bastante bueno para dedicarme profesionalmente. Ni lo bastante atrevido para proponerme retos de magnitud en grandes paredes.

Sin pasión nada tiene sentido en esta vida, pero hacen falta una tenacidad y un compromiso a largo plazo para llegar a Ítaca

Y así fue. Durante meses. Durante años. Solo las lesiones te dejaban unos días sin escalar. Pero solo pensabas en volver a estar bien. Para volver. Hasta que las circunstancias cambiaron. Tampoco, probablemente, se puede mantener una pasión desmesurada indefinidamente. Una de estas circunstancias fue ser padre. Al principio me resistía. Quería llegar a todo. Pero escalar necesita tiempo. El trabajo —de alguna cosa se tiene que vivir, si no eres hijo de un mecenas— toma tiempo. Y quedaba poco y si el poco que quedaba, lo empleaba en escalar, ya solo quedaba un tiempo residual para los niños. Así que el orden de prioridades cambió. Y los niños pasaron felizmente por delante de todo. Porque todo al mismo tiempo no podía ser. A medida que los niños fueron ocupando más y más espacio, la escalada fue siendo residual. Hasta que los pies de gato se quedaron en un rincón acumulando polvo.

Hace unos meses que los pies de gatos vuelven a encajar en unos pies que ahora —repentinamente— se resisten a sufrir las estrecheces de aquel calzado. Después de tres años en una especie de cesto, todo parecía haberse oxidado. Y ponerte un calzado que ya va ajustado y que ya pedía (en el mejor momento) un cierto ingenio y energía, ahora ha sido una proeza. También es verdad que enseguida todo fluyó. No ya al aire libre, en una pared como tantas hay y he hecho. Ahora, en un rocódromo. Junto a casa, con presas artificiales y con toda la seguridad del mundo.

Pero indudablemente, ya no es lo mismo y probablemente no lo podrá volver a ser. Aun y así, va bien, reconforta. Es estimulante volver a sentir un poco de aquello que fue tu vida vivida con toda la intensidad. Ni que sea ahora para no perder del todo la forma y evitar que la flacidez muscular siga avanzando, inexorable, ante el paso del tiempo. Sin renunciar, sin embargo, a volver a sentir aquella adrenalina, ni que sea un trocito de aquella pasión tan estimulante. De entrenar, de insistir. Me hizo tan feliz que no añorarlo sería pecado.

A mis hijos, ahora, les digo que hagan lo que quieran. Pero que aquello que hagan —porque lo quieren hacer— lo hagan con toda la pasión. Con actitud, con sacrificio, con una voluntad y tesón para hacerlo cada día mejor. Ahora juegan a hockey. Quizás dentro de un tiempo será otra su pasión. Pero es esta y ahora la que les toca vivir, la que tienen que vivir, la que tienen que aprender a vivir con toda la energía. Y lo hacen bien, muy bien. Y se lo pasan bien.

Sin pasión nada tiene sentido en esta vida. Por eso cuando veo y escucho tan poca pasión, tanta comodidad, tan poco atrevimiento en tantos ámbitos, sé a ciencia cierta que así no se va a ningún sitio. Cuando no hay pasión y no va acompañada de sacrificio, no se va a ningún sitio. Tampoco sin sentido común, tampoco sin actitud, tampoco sin prepararse como Dios manda. Tampoco sin entender que hacen falta una tenacidad y un compromiso a largo plazo, que llegar a Ítaca no se logra haciendo volar palomas, ni haciéndose el milhombres, ni con una prisa atropellada que no va acompañada de ningún tipo de responsabilidad.

Pasión para el 2024. Pero siempre tocando con los pies de gato en el suelo.