El fracaso de los socialistas en las recientes elecciones gallegas no puede atribuirse a ninguna circunstancia coyuntural. El problema viene de lejos y está más relacionado con la deriva conservadora de la socialdemocracia europea que en España ha sido impuesta más por los dirigentes antiguos que por los nuevos, que, al menos por el momento, han logrado no desaparecer del mapa como sí les ha pasado a sus homólogos franceses e italianos, por poner sólo dos ejemplos.

En Galicia ha pasado lo que suele ocurrir siempre, que gana el Partido Popular de calle en una comunidad creada a medida por el exministro franquista Fraga Iribarne y cuyos déficits democráticos sólo hacen posible el cambio en circunstancias tan específicas como cuando el desastre del Prestige. No es nuevo ni que los socialistas pierdan la segunda posición, porque eso ya ocurrió en 2016 y 2020. Lo que ha pasado ahora es que el BNG ha sabido superar las divisiones en el movimiento galleguista y capitalizar la falta de proyecto específico para Galicia que los socialistas arrastran desde la derrota del 2005. Da risa atribuir la victoria del PP a la ley de amnistía, si el partido que ha ganado más votos y más escaños está inequívocamente a favor y el que está en contra de ellos ha perdido dos.

La deriva conservadora del PSOE impuesta por el sanedrín de la Transición es el motivo por el que fuerzas de izquierdas y soberanistas le han comido el terreno hasta cambiar el paradigma de la política española 

Esto que le ha ocurrido a los socialistas en Galicia también les ha ocurrido a otras comunidades donde habían tenido posiciones de gobierno como en el País Valencià o en las Balears, por no hablar de Andalucía, aunque es un caso también muy específico. Y es que desde 1982 hasta ahora la evolución electoral del PSOE es un continuum a la baja a medida que se hace más y más conservador o, si se prefiere, más incoloro, inodoro e insípido, salvo en el período liderado por un Rodríguez Zapatero adversario del establishment y víctima de la crisis de 2008 que arrasó prácticamente con todos los gobiernos europeos.

Zapatero, como antes lo había intentado Josep Borrell, lideraron propuestas de cambio interno que levantaron grandes expectativas y la militancia acogió con esperanza en contra del sanedrín felipista que no cesó en su empeño por abortarlas. Borrell ganó las primarias de 1998 y a continuación le derribaron con malas artes para reubicar al perdedor, el oficialista Joaquín Almunia. También los militantes prefirieron a Zapatero que contra pronóstico superó a José Bono, el hombre del aparato felipista. Desde que González y Guerra perdieron el poder en las instituciones, el sanedrín de la Transición, que se considera propietario de la marca, ha desplegado un combate constante para impedir que los militantes socialistas marquen un nuevo rumbo al partido coherente con sus ansias transformadoras. Y no lo han dejado de hacer ni un minuto ante Pedro Sánchez, al que significativamente destituyeron para que, en el colmo de la deriva recalcitrante, el PSOE acabara apoyando la investidura de Mariano Rajoy pese a los casos de corrupción que ya le afectaban. Y fueron los militantes socialistas quienes se rebelaron, restituyeron a Pedro Sánchez, y volvieron a ganar las elecciones.

Da risa achacar la victoria del PP en Galicia a la ley de amnistía, si el partido que ha ganado más votos y más escaños está inequívocamente a favor y el que está en contra ha perdido dos

Evidentemente, el proceso involutivo impulsado por los antiguos dirigentes tuvo sus consecuencias. Por la izquierda surgió el movimiento de los indignados, el 15-M, que situó en expectativas de poder dos partidos nuevos como Podemos y Ciudadanos, cuando algunos lo confundieron con una opción progresista. Y en algunas comunidades lo capitalizaron las fuerzas soberanistas. El PSOE había perdido credibilidad en tanto que proyecto de progreso cuando las desigualdades se disparaban.

De alguna manera, desde el punto de los intereses del PSOE el daño ya está hecho, porque ha sido el causante de un cambio de paradigma en la política española, que sólo puede ser gobernada por coaliciones de partidos distintos pero con intereses convergentes y adversarios comunes, por lo tanto, las elecciones ya no las disputan PP y PSOE, sino el bloque de la derecha contra el bloque progresista. Y es obvio que Pedro Sánchez por convicción o porque hace de la necesidad virtud ha sabido leer la nueva partitura, la que no quieren aceptar sus adversarios internos. En todo caso, el PSOE no podrá mejorar posiciones si no es recuperando apoyos por su izquierda, sobre todo ahora que se lo ha puesto en bandeja el conglomerado de Sumar y Podemos, en fase de desintegración, precisamente por las maniobras de Yolanda Díaz para acreditarse como inofensiva frente a los poderes fácticos del Estado. Aun así, el PSOE seguirá necesitando los apoyos de las fuerzas soberanistas para seguir teniendo opciones de gobernar.

Cuca Gamarra dijo la noche electoral del pasado domingo que "ha ganado España". Es tanto como decir que ellos son España y los otros, no. Es una concepción históricamente instalada que ha determinado el funcionamiento del Estado. Esta es la gran batalla a la que se enfrenta Pedro Sánchez y eso le supondrá una lucha titánica contra los adversarios externos e internos que son de hecho los mismos y muy poderosos

Cuca Gamarra dijo la noche electoral del pasado domingo que "ha ganado España". Es tanto como decir que ellos son España y otros, no. Es una negación de una España real con castellanos y andaluces, pero también con gallegos, vascos y catalanes, valencianos y baleares. Y con campesinos, obreros, maestros y sanitarios del sistema público. Sin embargo, es una concepción históricamente instalada que ha determinado el funcionamiento del Estado. Esta es la gran batalla a la que se enfrenta Pedro Sánchez y eso le supondrá una lucha titánica contra los adversarios externos e internos que son de hecho los mismos y muy poderosos. Si no lo logra, lo más previsible es que la antigua cúpula socialista imponga sus ansias involucionistas y entonces quizás sí que al PSOE le pase como a los socialistas franceses, que hace tiempo dejaron de ser necesarios para nadie. Han desaparecido y nadie les echa de menos.