Hace muchos años decidí que me llevaría mi colección de la Bernat Metge (que voy ampliando con persistente dedicación) a la casa de Cadaqués. Por cierto, y hago el paréntesis obligado: qué maravilla la decisión de crear una colección de clásicos traducidos al catalán; probablemente, uno de los proyectos más importantes de la cultura catalana de todos los tiempos. Fue patrocinada por Francesc Cambó, con el empujón de Joan Estelrich y Carles Riba, y desde el primer momento contó con los mejores helenistas y latinistas del país, con traducciones de gran excelencia. Su primer volumen, en 1922, fue el poema didáctico De rerum natura, la única obra conservada del epicúreo Lucrecio, la traducción del cual, por parte de Joaquim Balcells, mereció grandes elogios.

Durante los años más convulsos, sufrió dos momentos de mucho peligro. El primero fue la toma del edificio Cambó por parte de la FAI, que, sin embargo, no dañó la colección. El otro, la entrada de las tropas franquistas en Barcelona que, tal y como acababan de hacer los nazis en Berlín, se dedicaron a hacer grandes hogueras de libros en catalán. No olvidemos que, por ejemplo, quemaron todo el fondo de la Institució de les Lletres Catalanes y la biblioteca entera de Pompeu Fabra. Afortunadamente, la Bernat Metge se salvó y en 1945 publicó un nuevo volumen, el número 46 de la colección. La familia Cambó siguió patrocinando la colección hasta que se creó la fundación, en 1999. Carles Riba fue el director hasta su muerte.

La colección Bernat Metge es, pues, con más de 400 volúmenes, una de las colecciones de clásicos griegos y latinos más antigua y completa del mundo. Este año esta magna obra, vinculada al espíritu noucentista que valoraba la cultura y enaltecía el idioma, cumplirá cien años. Esperemos que reciban el reconocimiento a la altura de su extraordinaria valía, aunque tengo pocas esperanzas.

De repente, leyendo los clásicos, lo más viejo se vuelve nuevo, y todo se reubica: se oscurece la trivialidad y se ilumina lo que realmente es importante

Decía, pues, que hace años decidí llevarme mi colección de la Bernat Metge a Cadaqués. Me parecía más adecuado leer los clásicos en las pausas de la vida: los veranos, la Semana Santa, las fiestas que le escarbamos a la locura cotidiana. Los clásicos son un templo en el cual hay que entrar con calma, casi con respeto religioso, para poder saborear toda su profundidad y belleza.

La decisión, sin embargo, no solo tenía que ver con la calma necesaria, sino también con una imposición que me hago desde hace muchos años: no leer, durante el verano, ningún autor que tenga menos de dos mil años. Espero que me perdonen los escritores y pensadores recientes, pero aquellos que vivimos con la política en vena, enganchados a la actualidad de un modo enfermizo, necesitamos un tiempo de limpieza interior, de desintoxicación, si queremos recuperar la mirada larga. Y no hay mirada más larga que aquella que permanece inalterable después de milenios. De repente, leyendo los clásicos, lo más viejo se vuelve nuevo, y todo se reubica: se oscurece la trivialidad y se ilumina lo que realmente es importante.

Sobra decir que creo que el consejo tendría que servir no solo para los que hacemos análisis político, sino también y sobre todo para los que lideran, o tendrían que liderar, los grandes proyectos de país. Al fin y al cabo, una de las tragedias de la Catalunya actual es su inmediatismo, tan vinculado al tactismo más ruin, que ha perdido el sentido de la lejanía, aquel horizonte lejano que da alma a cualquier proyecto ambicioso. Quizás es eso, quizás es que algunos de estos líderes han perdido la ambición, y han pasado de estar alzados, a arrastrarse por los suelos. Sea como sea, vivimos un momento de una gran mediocridad, con personajes con muy poca categoría que dominan la primera línea política.

En el caso del independentismo, este hecho es irrebatible. Fuera de excepciones escasas y notables, la mayoría de los dirigentes son la tercera fila de la segunda fila, de la primera. Y aunque podrían haber surgido notables sorpresas, no parece el caso, más allá de algún nombre propio. Eso, sumado a la rendición de una parte del independentismo, especialmente la rendición de ERC (cuyo máximo dirigente se ha convertido en el principal cordero del rebaño), y a la falta de ideas renovadoras, el resultado es un momento triste, gris, sin resplandor, ni aspiraciones, situado en el territorio yermo del ir tirando. El último ejemplo del propio president Aragonès asegurando que tendríamos la independencia con un acuerdo con el Estado es paradigmático de esta borrachera de palabras sin ningún sentido. . Por cierto, contundentemente respondido por Lluís Llach. Están tan metidos en la mediocridad cotidiana que no se dan cuenta de que han perdido completamente la capacidad de pensar más allá de la declaración, el tuit o la justificación diaria. E instalados en la noria, no saben que se han convertido en hámsteres, todo el día moviéndose en la rueda, sin ir a ningún lugar.

Pero la falta de ambición política y de proyectos de largo alcance no ataca solo el independentismo, porque el resto de las opciones son igualmente tristes, aburridas y faltas de ideas regeneradoras. Los socialistas hace mil años que no tienen ningún proyecto propio más allá de la retórica progre, muy a la madrileña, que pasa por vaciar de contenido dialéctico todos los conceptos que algún día tuvieron sentido. No tienen un modelo territorial, excepto el de sostenella y no enmendalla; no tienen un modelo económico, más allá de repetir todo el día que tampoco lo tienen los otros; y, lo que es peor, no son la regeneración de nada, sino el blindaje progre, para que nada cambie. Los socialistas se han convertido en simples funcionarios dedicados a asegurar que el viejo régimen del 78 ni se rompa, ni se modifique. A estas alturas, podemos decir que forman parte del atado y bien atado de infausta memoria. Sobre el triplete de derechas, desde Ciudadanos hasta el PP, llegando a los ultras, nada que decir, ni nada que esperar: son lo que son, y no se pueden esperar milagros. Y quedan los de la izquierda auténtica, autoproclamados el ariete de la nueva política y la regeneración democrática. Como es bien sabido, con el nefasto ejemplo de Colau como paradigma, ni han practicado ninguna nueva política, ni han regenerado nada. Eso sí, son más histriónicos que los demás, posturean más y hacen muchos más aspavientos dialécticos, pero el vacío de los resultados es absoluto.

En definitiva, un momento bastante desolador que, además, ya está perfectamente descrito en los clásicos. Me remito al inicio del artículo: solo hay que leer el De republica de Cicerón, y entender todo lo que pasa.