No sé qué pensar ni tampoco qué decir. No sé qué hacer.

Por un momento pensé que toda esta pesadilla podía acabarse pronto, pero estaba muy equivocada.

Todavía recuerdo aquel día cuando nos despedíamos por segunda vez, llenos de tristeza, con lágrimas en los ojos. Sólo quería llorar, gritar y salir corriendo. No me gustan las despedidas y todavía menos cuando el reencuentro es incierto y seguramente está más lejos de lo que yo querría. Es una sensación horrible, y ya la he vivido dos veces.

Me pregunto por qué, ¿por qué nos castigan de esta manera? ¿Por qué a nosotros? ¿Por qué tanta injusticia?

Estas preguntas no dejan de repetirse dentro de mi cabeza intentando encontrar alguna respuesta. Pero es imposible, todo esto no tiene ningún sentido.

La tristeza, la rabia, los nervios y la impotencia intentan apoderarse de mí; pero una vez, alguien especial me dijo: "Sonríe, porque la sonrisa es la mejor arma del indefenso y da esperanza a aquellos que se ven vencidos". Estas palabras consiguen de alguna manera tranquilizarme, respiro, cierro los ojos y me digo a mí misma que todo acabará bien.

Papá, ya hace más de una semana que nos volvieron a separar. No hay derecho. Te echo mucho de menos, todo es muy diferente sin ti.

Las mañanas son silenciosas. Añoro despertarme con las noticias de RAC1 que escuchabas mientras te vestías, añoro el olor de tus cafés matinales, añoro tu grito de "Espabila, Marta!!! ¡Que volverás a llegar tarde!!!", añoro tus ataques de risa explicando historias o verte cómo te ríes de mí después de hacerme alguna de tus bromas, añoro nuestras tardes del domingo mirando las películas que tanto nos gustan, añoro nuestras discusiones, añoro nuestras charlas antes de ir a dormir, añoro tus "buenas noches, porque te quiero". Ahora todo eso ha desaparecido porque tú no estás.

Cada noche, antes de ir a dormir escucho Que tinguem sort de Lluís Llach y My way de Frank Sinatra, son dos de tus canciones favoritas, me recuerdan los viajes en coche que hacíamos los cuatro.

Ahora tengo que acostumbrarme a verte dos simples horas en el mes. Pero para llegar a Estremera, tendré que seguir haciendo un viaje de muchas horas, pasar por todos los controles de seguridad, atravesar un largo pasillo que lleva hasta un patio, y llegar a una pequeña sala donde esperamos el grito de "familia de Turull y Negre, sala 1." Todo ello, para poder abrazarte una vez al mes y hablar contigo sin ningún cristal de seguridad de por medio.

Este Sant Jordi compraré tres rosas, dos rojas para la mamá y Laura y una amarilla para ti. Por el cumpleaños de Laura, por sus 21 años, le daré el abrazo y el beso que tú le habrías dado. En Josa de Cadí subiré de nuevo el Pas dels Gosolans, -la montaña que te enseñó a amar el abuelo, la misma que tú me has enseñado a amar- y en el pico más alto pondré un lazo amarillo, para ti y para todos vosotros.

Papá, es difícil e injusto, pero aquí estamos bien. Una de las cosas que me has enseñado desde pequeña es a ser más fuerte cada día y hoy tomo conciencia de que lo soy. Pero sobre todo, cuídate tú y recuerda que no estás solo. Tanto tú como el resto (Josep, Raül, Oriol, Quim, Carme, Dolors, Jordi Sànchez y Jordi Cuixart) tenéis un pueblo detrás.

Nadie puede saber el tiempo que estaréis privados de libertad, pero te prometo que el día que estés de nuevo en casa volveremos a sentarnos a hablar sin prisa, volveremos a hacer comidas con amigos y familia que se convierten en cenas, volveremos a subir a Josa y pasearemos por cada una de las montañas que la rodean.

En definitiva, volveremos a sonreír.

Pronto nos abrazaremos de nuevo, pero esta vez, las lágrimas serán de felicidad.

Te quiero.

Tu hija pequeña,

Marta

Domingo 1 de Abril de 2018