La corrupción es tan frecuente en la vida como en la pantalla. Esta no deja de reflejar una vez y otra esta lacra. La novela negra ha sido un medio muy habitual de los comportamientos ilegales de los poderosos, tanto si son autoridades o funcionarios públicos como si son particulares. Incontables veces estos dos grupos están unidos en potentes sindicatos del crimen, parasitando, incluso, las instituciones y poniéndolas a su servicio personal y político. Una variante del deep state, cuando no su primigenia manifestación.

Una de las obras maestras en este ámbito, siguiendo punto por punto las reglas de la serie negra, la tenemos en Bosch (7 temporadas x 10 capítulos —la 7.ª solo 8—, en Prime Video). Dije —tuneo— en la nota de junio de 2020, con ocasión del final de la 6T: estamos ante una buena serie de polis, tirando a muy buena y redonda en la 7T. Neopolar (ciertos toques existencialistas son patentes) de la mano del autor de las novelas que la serie adapta, Michael Connelly, y del productor Eric Overmyer, un exproductor de la suprema The Wire. Se recrea un mundo social, político y policial donde la corrupción está presente, la ética profesional es de geometría variable y no siempre todo con un sentido de justicia natural compartible. Y una moral, digamos, funcional. Los Ángeles, ahora solo la ciudad, sin su desierto, ya no es tan protagonista. Pero, en todo caso, recuerda la Bay City de Chandler.

Cuenta con cuatro protagonistas. El principal, el cara de palo Titus Welliver (Hieronymus "Harry" Bosch), Jamie Hector (su compañero: Jerome "Jerry" Edgar), el también hierático Lance Reddick (el peculiar jefe de policía Irvin Irving) —los dos importados de The Wire— y el espectacular (la persona está sincronizada con el personaje, de adolescente a mujer joven) Madison Lintz, sutil, elegante, de inteligencia sin estridencias. Sigo sin saber, salvo Lintz, si son grandes actores que llevan al límite la inexpresividad o los han contratado porque este es prácticamente el único registro que dominan a la perfección. Vistas algunas otras intervenciones suyas, me decanto por la segunda alternativa. Pero sea como sea, la producción —espléndida, con un montón de productores ejecutivos (Welliver, como suele pasar con los protas, también ocurre), guionistas y directores— da lo que quiere dar, distanciamiento y estoicismo, según cómo, furioso.

Sigo sin saber si son grandes actores que llevan al límite la inexpresividad o los han contratado porque este es prácticamente el único registro que dominan a la perfección

El elenco de secundarios —en papeles, no en categoría— es literalmente brutal. La, para mí, gran Amy Aquino, aquí está de demasiado buen rollo, incluso cuando está llena a tope de cabreo —seguramente lo que le pedían— y el personaje resulta forzado y demasiado periférico, un poco menos en la 7T. Así, Sarah Clarke, Brent Sexton, Jeri Ryan, Paul Calderón (prota en la 7T), Matthew Lillard, Winter Ave Zoli, John Getz, John Ales, Ryan Hurst, Jacqueline Obradors, Chris Vance, Richard Brooks y, ahora —y en el futuro spin-off, ya estrenado en el 2022— más protagónica, Mimi Rogers, como a abogada penalista Honey "Money" Chandler. Y además Bess Armstrong como jueza Dona Sobel. Atentos a la banda sonora —excelente jazz, pasión por el jazz!—, una traducción superior y un doblaje como pocos.

Finalizada para siempre, si la veis, veréis por qué hemos esperado el spin-off con Welliber, Rogers y Lintz, como mínimo, de la mano de IMDbTV vía, una vez más, de Prime Video. Recomendable cien por cien.

Siguiendo con la corrupción, tenemos aquí una variante que es la corrupción de estado por intereses que solo unos saben y que diseñan un teatrillo en el cual los presuntos protagonistas son sus figuritas, intercambiables y con valor ínfimo —por descontado—, figuritas que, de vez en cuando se rebelan.

Así, muy interesante y convincente, la serie noruega Nobel (2016, 8 capítulos, en Filmin). Fue galardonada, entre otros, con el Prix Europa a la mejor serie del año. Una dirección impecable (por Olav Sørensen: Operación Telemark, también en Filmin), un guion sólido (Mette M. Bølstad & Stephen Uhlander), congruente y lleno de interpelaciones, y una producción —ancha coproducción, mejor dicho: noruega, sueca, islandesa y checa— con potentes exteriores en Marruecos y con muy creíbles efectos especiales. Todo coronado por unas sólidas interpretaciones que encajan como un guante en la historia; del extenso elenco destaco el prota Aksel Hennie (primer teniente de operaciones especiales, Erling Riiser), la magnética Tuva Novotny (su mujer, Johanne, y alto cargo en el Ministerio de Asuntos Exteriores), Anders Daniels Lie (primer teniente Jon Petter Hals), Danica Curcic (la también teniente e intérprete, Adella Hanefi), Dennis Storhøi (general Ekeberg) o Hallvard Holmen (el tenebroso Rolf Innherad, dirigente de una especie de ONG "Petróleo para todo el mundo"). La banda sonora original (Kristian Eidnes Andersen) no deja indiferente.

La historia es simple. Un destacamento avanzado noruego en Afganistán, bajo el mando de la OTAN, tiene que intentar la eufemística guerra denominada misión de paz. Pero se trata de unas fuerzas especiales, no de una ONG. Además de contener a los afganos, talibanes y no talibanes, sin saber exactamente quién es quién, tienen que proteger unas aparentemente bien intencionadas inversiones noruegas en aquellas tierras en competencia con China. Empieza a verse el plumero del pacifismo noruego —en palabras de uno de los soldados. Devuelta esta fuerza expedicionaria a casa de permiso, Noruega se demuestra para ellos y algunos otros, por lo menos políticamente, tan peligrosa e intrigante como en la remota meseta asiática. Ni los premios Nobel de la Paz, aunque sea de refilón, se quedan inmunes a la elegante, nada ruidosa, pero eficiente visión crítica de la serie. Vale mucho la pena.