En 2020 se declaró en el mundo de manera general la epidemia por covid-19 en medio del desconcierto que significaba no conocer la gravedad real, el alcance, la duración que podía tener y el tratamiento que se le podría dar. Eso pasaba mientras las muertes a nivel mundial sumaban centenares de miles de personas y los sistemas sanitarios estaban completamente desbordados. En este contexto, también de manera bastante general en todo el mundo, se tomaban medidas drásticas en el ámbito de la movilidad y de las relaciones sociales con el fin de minimizar los contagios entre la población. Todo por la maldita acción y la extensión de un virus desconocido que generaba reacciones de miedo y precaución, a la espera de encontrar unas vacunas que le plantaran cara.
Las consecuencias de restringir la movilidad y las relaciones sociales tuvieron inmediatamente su translación en el ámbito de la actividad económica, que estaba condenada a una caída sin precedentes en nuestra época por culpa de un problema sanitario. Por suerte, las vacunas llegaron, y el 2021 y 2022, sin que la pandemia haya desaparecido, sus efectos son limitados, están bajo control y se puede decir que prácticamente no afectan ahora mismo a la actividad económica.
El 2020 fue, pues, desde la perspectiva de la incidencia de la covid sobre el mundo de la empresa y de la actividad productiva en general, el año de la pandemia, un annus horribilis en toda regla. Los presagios se confirmaron y, en efecto, la caída del PIB aquel año se situó en muchos países desarrollados entre un 5 y un 10% por debajo de los del 2019, y concretamente en el estado español rayó el -11%.
En 2020 los resultados en términos de beneficios se redujeron a casi la mitad, siendo, sin embargo, un hecho claramente destacable que se mantuvieron valores positivos tanto de rentabilidad económica como financiera
Del impacto de la covid en las cuentas empresariales del 2020 se acaba de publicar un estudio que da detalles a nivel de empresas. Esta semana Pimec ha presentado el Anuario de la pyme catalana 2022 (sumando ya la decimonovena edición). La base de las estimaciones que se hacen son los estados contables de 84.781 empresas, de manera que estamos ante un cuerpo informativo muy amplio, representativo del mundo de las sociedades limitadas y las sociedades anónimas.
En 2020 la pyme catalana tuvo una caída de actividad (medida con el VAB o valor añadido bruto) del 12,9%; en la gran empresa (más de 250 trabajadores) la caída fue un poco inferior, del 10,9%. El número de empleados en uno y otro tipo de empresa fue del 2,7% y del 3,4%, respectivamente. Esta relativa moderación de la caída de empleados se explica fundamentalmente por las líneas de apoyo que dieron los gobiernos, siendo el más importante y conocido de los instrumentos los ERTE, que hicieron posible evitar despidos que de lo contrario habrían sido inevitables. Con respecto al número de empresas del colectivo de pymes con asalariados, desaparecieron 7.520, lo que representó una caída del 3,3% y acabó el año con 217.350 empresas.
El anuario referenciado da los valores de empleo, de empresas, de productividad y de VAB por 17 actividades diferenciadas (primario, nueve actividades industriales, la construcción y seis actividades de servicios) de las pymes catalanas. Centrando la atención en el VAB, las diecisiete actividades experimentaron caídas, aunque de intensidades diferentes. Las mayores caídas correspondieron al material de transporte, textil, papel, alimentario (todas ellas entre -20% y -24%), pero de manera claramente destacada la principal caída la tuvo el sector de hostelería y restauración, con un -62,3%.
Por dimensión de pyme, la caída del VAB con respecto al 2019 afectó con intensidades idénticas tanto a las microempresas (menos de 10 trabajadores) y las pequeñas empresas (10 a 49 trabajadores), con una caída del VAB del 13,8%; como las medianas empresas (50 a 250 trabajadores) que el VAB cayó un 12%.
En correspondencia con estos datos, la cifra media de ventas de la pyme catalana en 2020 cayó un 10,7%. Los resultados en términos de beneficios se redujeron a casi la mitad, siendo, sin embargo, un hecho claramente destacable que se mantuvieron valores positivos tanto de rentabilidad económica como financiera. Asimismo, indicadores como la solvencia a largo plazo o la capitalización empresarial, se mantuvieron a niveles altos.
En definitiva, el 2020 fue un año malo, pero hubiera sido mucho peor sin las líneas de apoyo público (financiero y de empleo) y sin una resiliencia empresarial que es, probablemente, el mejor de los activos que tiene nuestro tejido productivo.