El ruido ambiental y en particular el nocturno es un tema que hace tiempo que me interesa por una razón muy sencilla: afecta a mi calidad de vida. Desde los perros que ladran en el pipicán de delante de casa a medianoche, hasta los grupos que siguen sus celebraciones en medio del griterío a las 3 de la madrugada, pasando por los camiones de la basura que hacen su trabajo a las 4 de la madrugada. Si a eso añades el ruido de las terrazas a pie de casa hasta bien entrada la noche, la verdad es que el silencio en horas de descanso de los que tenemos unos horarios más bien normales resulta casi una excepción.

La naturaleza del problema es muy elemental: aquellos que hacen ruido en horas de descanso generan una externalidad negativa a la intimidad y al descanso, provocan molestias, obligan a cerrar ventanas, a dormir con aire acondicionado, etcétera, a personas que no tienen nada que ver con los que hacen ruido. El problema no es específico de nuestro país, es bastante general, pero que no se gestione razonablemente sí es bastante específico.

Aunque luchar contra esto figura en las agendas de la política, en la práctica el ruido todavía no nos lo hemos tomado en serio. Celebrar como se hace la Semana Sin Ruido (25 de abril a 1 de mayo recientes) o el Día Internacional de Concienciación sobre el Ruido (27 de abril), es un brindis al sol.

La OMS considera perjudiciales para la salud niveles de 53 dB Lden (nivel ponderado día-noche-noche) y 45 db Ln (noche). Según la UE, la contaminación acústica es el segundo factor ambiental con más impacto sobre la salud después de la atmosférica. El ruido excesivo afecta nuestro bienestar emocional, sociológico y social y aumenta el riesgo de sufrir molestia intensa o trastornos del sueño, entre otros. La Agencia de Salud Pública de Barcelona publicó hace poco un informe sobre el ruido ambiental y sus efectos sobre la salud y la calidad de vida de los barceloneses. La mitad de los barceloneses percibe que su barrio es muy ruidoso.

El problema del ruido ligado con el ocio nocturno viene de comportamientos incívicos individuales y de grupo, de gente que se ve legitimada a hacer ruido sin considerar que perjudican a otros

Ahora mismo, es sobre el ocio nocturno donde está centrada la atención de mucha gente que se siente perjudicada, entre los cuales me cuento. Uno de los casos de más actualidad en Barcelona se da en la calle Enric Granados, que ha pasado de ser una calle residencial tranquila a ser una terraza ruidosa continua, hecho que ha provocado infinidad de quejas de los vecinos e incluso una manifestación en la plaza Sant Jaume.

Una visión personal desapasionada y lo más objetiva posible del problema, me da como resultado algunos parámetros muy básicos que pueden ayudar a entenderlo, y quizás a resolverlo en la medida del posible. El problema del ruido ligado con el ocio nocturno viene de comportamientos incívicos individuales y de grupo, de gente que se ve legitimada a hacer ruido sin considerar que perjudican a otros. Y como aunque existe normativa sobre ruidos, como no se aplica es como si no existiera y, por lo tanto, no sirve.

Hay a quien culpa del ruido nocturno el exceso de terrazas (hay por todas partes, incluso en las calles más inverosímiles por el tráfico que soportan, acumulando doble contaminación: atmosférica y acústica). No nos engañemos, aunque también creo que hay demasiadas y que se ha facilitado el aumento de superficie en exceso, las terrazas no hacen ruido, el ruido lo hace a la gente en una muestra de falta de respeto por el resto de ciudadanos y de incumplimiento de la normativa.

El ruido del ocio nocturno tiene un cooperante, la guardia urbana, que al menos en Barcelona tengo la percepción que no existe, ni en este problema ni en otros. En la época Colau es un cuerpo casi invisible, más todavía en conflictos leves y de gestión difícil como es el ruido.

En resumidas cuentas, entre unos y otros, el ruido del ocio nocturno está para quedarse. El país encuentra en la noche una válvula de escape. A una parte de la ciudadanía le importa un rábano molestar al vecindario, más todavía si no se hace ni el mínimo esfuerzo por hacer cumplir la normativa. Quien busque el silencio en la noche que cierre ventanas o que se vaya a zonas despobladas; el resto, que se cargue de paciencia y resignación. Calidad de vida en caída libre, imperio de la jarana en un país al que no le iría mal hacer menos vida de terrazas y discotecas y hacer más en las bibliotecas y en las salas de conciertos.

 

Modest Guinjoan, economista