Del acto de investidura de los nuevos consellers de la Generalitat de Catalunya se ha destacado bastante la expresión que el president Aragonès utilizó cuando se dirigió a ellos: aquello de "pensad y trabajad para el país entero, para la Catalunya entera". La polvareda levantada por el comentario debe radicar en el hecho que, diciéndolo justamente ahora, de esta manera y poniendo tanto el acento en ello, parece que esté insinuando que hasta ahora no se había estado haciendo así. Como queriendo decir que menos hablar de independencia y más dirigirnos a todo el mundo, como si trabajar para tener un nuevo Estado no fuera querer mejorar la vida de toda la gente. Enterita.

Según los cálculos hechos por el periodista de la SER, Albert Prat, y que publicó en su perfil de Twitter, en la toma de posesión de conselleres y consellers, Aragonès usó hasta 5 veces la expresión "la Catalunya entera" y 3 más "el país entero". Eso durante escasos 7 minutos. Madre mía la proporción: sale a más de una vez por minuto. Está claro que era un mensaje que él y su equipo querían destacar, tal vez también para sacudirse la presión y las fatigosas críticas de los sectores desvinculados del procés catalán, que siempre están con la cancioncilla engañosa de que los partidos separatistas lo son tanto que no piensan en gobernar para los que no los votan (cree el ladrón que todos son de su condición, parece ser).

En el Govern no hay ningún conseller/a del Ebro, del Camp de Tarragona o del Pirineo

El caso es que quizás el president se pasó de la raya, sin embargo, a pesar de este acceso de fiebre de insistir en lo de lo entero, tampoco es exactamente nueva la debilidad. Haciendo una pequeña búsqueda te das cuenta de que desde hace un año, más o menos, lo ha utilizado en una decena de ocasiones como mínimo, empezando por el mismo debate de investidura y acabando por cualquier acto solemne donde pudiera meter el lema de la discordia o la concordia, depende de cómo se mire o de quién lo mire. Y lo ha hecho en diferentes formatos: tenemos que hablar de país entero, somos el gobierno de la Catalunya entera, avanzamos hacia una propuesta que se dirige al país entero, hemos venido a representar el país entero. Y así ir dibujando el mapa. Bien íntegro y absoluto.

Dejando de lado el contenido político de la cuestión —quien dice político dice partidista— y la velada deslegitimación de otros compañeros de viaje o de hemiciclo, la verdad es que la afirmación es difícil de creer porque para dirigirte al país entero, primero tendrías que tener en tu propio gobierno una representatividad de su todo y eso no pasa. Una vez más y ya van muchas —demasiado, casi todas de hecho— en el Ejecutivo no habrá ningún conseller o consellera de las Terres del Ebre y, si la memoria no me falla y la hemeroteca no me ha engañado, la última persona en tener un cargo de esta envergadura fue Marta Cid, la ampostina de ERC que dirigió la cartera de enseñanza de 2004 a 2006, en el primer tripartito y en sustitución de Josep Bargalló. Desde entonces, nada de nada, y ya no miremos más atrás, antes que ella, porque nos horripilaríamos.

En esta última remodelación tampoco hay ningún Molt Honorable del Camp de Tarragona ni del Pirineo y la única escasa representación de la Catalunya Nova recae en el conseller Josep G. Cambray y la reincorporada Meritxell Serret, del Segrià y La Noguera, respectivamente. Difícilmente se puede gobernar un país entero si la mirada que se le lanza es sesgada. Porque si el prisma es centralista, entonces la onda expansiva de los círculos concéntricos del poder llega solo donde llega y ya con la fuerza disminuida.

De nada sirve decir país entero ocho veces en siete minutos si después, a la hora de la verdad, la patria no se ve tan completa como la soñaba Pere Quart

La credibilidad se gana también dando ejemplo y la verdad es que dudamos mucho de que la nula presencia de consellers del sur pueda ser justificada por falta de talento existente. Cuesta tragarse que el president no haya encontrado a nadie —pero nadie nadie— con capacidad para gobernar que sea de fuera del ámbito metropolitano y alrededores o que no sea del norte. Más si, como es el caso, la configuración del Ejecutivo no se ha ceñido solo a criterios de partido y ha abierto miras a ideologías y maneras de hacer diferente. Puesto a abrir el foco, la variable de territorialidad no la habéis tenido en cuenta. Teníais más donde pescar, pero no habéis tirado la red en todos lados.

Así las cosas, la realidad es que se ha dejado perder una nueva oportunidad de demostrar que el equilibrio territorial es más que un concepto que se va soltando en  los discursos de vez en cuando para quedar bien cuando se viaja a comarcas. Si el feminismo reivindica tener mujeres en los lugares de poder porque entonces la mirada sobre las decisiones es diferente, lo mismo pasa con la territorialidad. No es solo tener ocasión de escuchar en el gobierno y con toda normalidad diferentes acentos del habla y dignificarlos (que quizás así dejarían de estar estigmatizados o de ser motivo de cierta burla), es también tener un mayor conocimiento de la realidad y de las necesidades más alejadas de la yema, es vertebrar el Principat con buenas comunicaciones —y no como compensación o chantaje a cambio de unos Juegos Olímpicos insostenibles—, es invertir el flujo que unos siempre subimos y los otros pocas veces bajan —como si no estuviera a la misma distancia. Es, en definitiva, dotar de contenido las palabras con un hecho en consecuencia. De nada sirve decir país entero ocho veces en siete minutos si después, a la hora de la verdad, la patria no se ve tan completa como la soñaba Pere Quart.