En España éramos todos muy amigos, casi ná, y la amistad era tan profunda y tan sincera que se acabó de golpe cuando el independentismo ganó las elecciones. Entonces se acabaron las buenas palabras y desapareció aquel cepillo muy largo que tenían en Madrid para recibir a los políticos catalanes. Ahora tienen una espada y un haz de lictor. Primero se reían del separatismo, se descojonaban, con suficiencia y chascando la lengua, pero, poco a poco, se les acabaron las ganas de reír. Todos aquellos grandes señores españoles que iban de fanfarrón y de cosmopolita en Catalunya, que habían visto mucho mundo y que cuando confraternizaban con los indígenas citaban a José María Pemán y decían solemnemente que la lengua catalana era como de un “vaso de agua clara” mientras apuraban la copita de coñac; todos los Eduardos Mendozas, todos los Javier Cercas, todos los grandes intelectuales, habitualmente hijos de funcionarios de la administración colonial española y franquista, todos aquellos que decían que la cultura catalana catalana tenía un techo muy bajo, que era propia de lanudos y de provincianos, todos estos, a la hora de verdad, con ocasión del debate de ideas que hoy supone la secesión de Cataluña, más allá de repetir miméticamente las argumentaciones de Jiménez Losantos y de la FAES, no han aportado nada significativo. Nada de intelectualmente sólido, en especial mi admiradísimo Mario Vargas. Por filantropía obviaré el absurdo. Sucesión o secesión de José Enrique Ruiz-Domènec. El páramo intelectual que ha generado el españolismo sobre Catalunya es tan sorprendente como significativo. Más allá de las proclamas vacías y de la palabrería, el discurso de España sobre Catalunya hoy sólo es el intento de justificar lo injustificable, la simple represión y la violencia del Estado en todas sus formas. Ni siquiera han sido capaces de producir un best seller tan importante y popular comparable a Victus, de Albert Sánchez Piñol, en el territorio del independentismo.

Es en este contexto que la reciente publicación de un artículo del profesor Francisco Rico —en El País el pasado martes— podía hacer pensar que, por fin, un intelectual españolista de reconocido y merecido prestigio estaba dispuesto a aportar algo que nos hiciera reflexionar a todos. Algo diferente a las amenazas e insultos. Por fin un erudito de verdad y lector sagaz como el profesor Rico, maestro de maestros, se disponía a contraatacar como una especie de titánico Ronaldo contra el Barça. Mi primer sentimiento fue de cautela y de admiración. Debo confesar que he leído todos sus libros y que cualquier texto de Francisco Rico nunca es cualquier cosa. La pieza se llama Nada de nada y se presenta como una aproximación desde fuera de la política, “desde lejos” y desde la perspectiva del análisis literario. La propuesta no podía resultarme más agradable. Sin embargo, empieza con mal pie. De manera espuria acude a un referente conocido, a una venerable auctoritas como el profesor Josep Fontana, pero explicando algo bastante diferente del auténtico pensamiento del historiador. Quizá el doctor Rico se ha creído que Fontana fuese un referente extraño pero afortunadamente la posición de Fontana sobre la independencia y sus argumentos históricos y políticos son suficientemente conocidos por el común. Tan conocidos que aquí afirmo y proclamo que Fontana no dice lo que Francisco Rico dice que dice. Por mucha ingeniería textual que Rico aplique, hace un uso abusivo que ni es exacto ni riguroso. Y tampoco es convincente cuando el profesor españolista se decide a hacer, a continuación, un juicio de intenciones, injustificable y fantasioso. Es cuando afirma que la buena salud electoral del independentismo, la solidez del votos soberanistas viene determinada por la “tranquilidad de saber que no tendrán ningún efecto”, o lo que es lo mismo, que reitera la vieja fantasía según la cual el independentismo, en realidad no persigue conseguir la independencia. Como si los recientes hechos de octubre no hubieran estado a punto de provocar la efectiva separación de España y la brutal respuesta del Estado no fuera suficientemente clara y elocuente ni lo desmintiera. El independentismo, en opinión de Rico, es una fantasía interesada y esta opinión no la fundamenta en nada más sólido que su dignísimo pero insuficiente juicio subjetivo. Planteamiento inconsistente e indemostrable, por lo tanto. Como también es inconsistente, por no decir falaz, lo que viene a continuación. Cuando Rico afirma que la nación catalana es una identidad imaginada, manipulando engañosa y fraudulentamente el conocido concepto de Benedict Anderson de “comunidades imaginadas” extraído de su libro Imagined Communities de 1983. Según el profesor Anderson, uno de los grandes estudiosos del fenómeno del nacionalismo, todas las comunidades nacionales, no sólo la catalana, también la española, la francesa, la estadounidense o la mongola, todas sin excepción son comunidades imaginadas. Y no por ello menos reales políticamente. En consecuencia, que el estudio de la ficción o de la exégesis literaria aplicada al fenómeno independentista, tan sugestivo, acaba precipitadamente su recorrido antes de empezar por falta de aparato y de competencia lectora. O dicho de otro modo, doctor Rico, demà ens afaitarà. O dicho en la lengua de Cervantes: a otro perro con ese hueso.