Anna Gabriel, la diputada estrella de la CUP, advirtió ayer a Carles Puigdemont que si pretende que la cuestión de confianza incluya los presupuestos, lo deberán decidir las bases cupaires en asamblea. Zasca al president de la Generalitat y, atención, aviso al nuevo flamante secretariado nacional cupaire, que encabezan Quim Arrufat i Lluc Salellas.  Son dos referentes de "consenso" en una organización cuya dinámica interna ha estado marcada en los últimos meses por el disenso y la fractura.

Gabriel -o sea, Endavant-OSAN-, o sea, la CUP que manda o quiere seguir mandando en la CUP, pretende también seguir marcando la hoja de ruta no sólo del procés sinó de la dirección política del procés, de la presidència de la Generalitat, del Govern, y de la legislatura. La cupdependencia, el si no quieres caldo, dos tazas, se confirma día sí y día también como el gran adversario interior del independentismo en la larga marcha hacia el Estado catalán. O, al menos, del proceso independentista como lo conciben la mayoría de los partidarios del proceso independentista, no sólo JxSí, el ahora PDC, ERC y los independientes, sinó la ciudadanía que papeleta en mano otorgó el 27-S 62 diputados a esa lista y 10 a la CUP. Esa fue la relación de fuerzas, por decirlo en términos de Foucault y no otra; esa fue la decisión democrática de las catalanes y de los catalanes que votaron a las formaciones independentistas y eso es lo que la CUP que manda en la CUP continúa obviando. Entre otras cosas, porque para los que en la CUP mandan la democracia parlamentaria, liberal, capitalista y burguesa es fundamentalmente eso, puro sistema a triturar algún dia en la batidora de la maldita historia.

La cupdependencia, el si no quieres caldo, dos tazas, se confirma día sí y día también como el gran adversario interior del independentismo en la larga marcha hacia el Estado catalán

La CUP es un producto del agotamiento del atractivo que tuvo ERC para los segmentos más jóvenes del electorado independentista en los días finales del pujolismo (ahí, los convergentes intentaron pescar en río revuelto). De eso y, también, de una ética de la honestidad y de la autenticidad a pie de obra ganada en mil y una batallas municipales, enmarcadas en el programa máximo de combate por los derechos sociales y nacionales. Esos factores empezaron a engordar la nómina, inicialment muy exigua, de concejales e incluso alcaldes de la CUP en zonas del interior y de la costa. Las sucesivas crisis del posindustrialismo, con el cierre de empresas de las que dependían municipios y comarcas enteras del país, sembraron mucho resentimiento en las llamadas clases populares. En las clases medias, los futuros hipotecados de las nuevas generaciones y, desde luego, el empuje de algunos no-valores, la no-responsabilidad o la cultura del no por el no (el nihilismo reactivo) llevaron a muchos hijos (e hijas) de “casa bona”, convergente, republicana, o “progre”, de Iniciativa o del PSC más catalanista, a los casals de la CUP.

Mézclese todo ello con la vieja tradición libertaria del país y el papel de diversos grupúsculos sectarios de extrema izquierda, no necesariamente independentistas, que jamás obtendrían un sólo diputado por sus propios medios pero que se atreven a decirle a la humanidad como debe organizar su vida y se entenderá la naturaleza del cóctel que hoy se llama CUP. En fin, incluso conozco a unionistas de izquierda algo exquisita que votaron a la CUP, obviamente para no votar a Artur Mas o a Oriol Junqueras, porque el 27S la lideraba un tipo “enrollado” como Antonio Baños. Los caminos del sufrido elector, y más el catalán, son a menudo inescrutables.

Y, desde luego, sírvase frío: el hielo lo ponen las respuestas de Madrid al llamado "desafío catalán". En ese doble marco, profunda crisis económica y de valores y emergencia del independentismo transversal, mayoritario, como alternativa a la asfixia centralista, la CUP entró en el Parlament en el 2012, con 3 diputados como una suerte de garante "social" del procés. La labor de los David Fernàndez y los Arrufat, que combinó proporcionadamente el apoyo a la hoja de ruta soberanista del Govern Mas hasta el 9N con la denuncia de los recortes, la corrupción, incluída la del partido del ahora expresident, y los estragos de la crisis, le valió una respetabilidad en sectores del independentismo que multiplicó sus apoyos populares por más de tres el 27-S.

Iniciada la legislatura de la independencia, toda esa ejecutoria “responsable” mudó en un marcaje a JxSí que llevó primero al veto a Artur Mas, a su sustitución por Carles Puigdemont y, para no dejar ninguna duda que ello tampoco suponía un apoyo al nuevo president, a tumbarle los presupuestos del 2016, incluido el plan de choque social, a él y a Oriol Junqueras. El ministro Cristóbal Montoro aplaudió con las orejas. Y todo ello, pese a una falta de unanimidad interna absoluta que llegó a partir literalmente en dos a la militancia y los simpatizantes de la CUP en la famosa asamblea de Sabadell del 27 de diciembre del 2015 en la que los contrarios y los partidarios de investir a Mas empataron a 1.515 votos. Un empate resuelto en el más restringido consell polític del 3 de enero por 38 a 22 que decidió mandar a Mas a la “papelera” de la maldita historia. Las organizaciones satélites afines a los de Gabriel, se impusieron a las organizaciones territoriales y a las gentes de Poble Lliure, que acabarían abandonando el secretariado cupaire.

Podria ser que la CUP, necesitada de una perestroika y una glasnost de urgencia, hubiese hallado en Arrufat y su equipo lo más parecido a su Gorbachov. Pero esta es solo una hipótesis.

Con esos antecedentes, ¿es posible pensar una nueva CUP tras la elección del nuevo secretariado de Arrufat que, contra lo que suele suceder en la organización supone el reingreso de un ex a la primera línea política? La respuesta va por barrios. Los hay, en el soberanismo de calle, que incluso rezan porque Puigdemont pierda la cuestión de confianza y se convoquen elecciones cuanto antes... para enviar a la CUP donde imaginan. Y los hay también que están convencidos que otra CUP es posible. En cualquier caso, Gabriel ya ha orientado la discusión: cuestión de confianza y presupuestos no serán, de entrada, un dos en uno. ¿Acaso Arrufat piensa lo mismo? 

El retorno del exdiputado cupaire ha sido sancionado con la votación más alta y clara, un 76,2%, registrada en los convulsos procesos internos de la organización en los últimos meses. Con todo, la participación en el proceso Embranzida -una denominación al estilo de las de los debates de la izquierda abertzale- ha superado escasamente el millar de militantes, lo que vuelve a abrir severos interrogantes. Podria ser que la CUP, necesitada de una perestroika y una glasnost de urgencia, hubiese hallado en Arrufat y su equipo lo más parecido a su Gorbachov. Pero esta es solo una hipótesis. ¿Quién manda aquí? ¿Gabriel o Arrufat? "La asamblea", responde el coro al unísono. Y el comité invisible continúa trabajando.