De la misma manera que parece que el verano acaba antes de lo que dice el calendario astronómico y que al iniciarse el curso escolar la segunda estación del año ya se marcha por la puerta —aunque todavía entonces al sol le quedan coletazos de calor y de claridad—, en otoño le pasa un poco lo mismo pero al revés y aunque el viernes pasado, 23 de septiembre a las tres de la madrugada, el sol atravesaba el ecuador celeste y pasaba del hemisferio norte al del sur, la verdad es que parece que el otoño no empieza del todo hasta que no se cambia la hora y a las seis ya es oscuro. Aquel último fin de semana de octubre marca las noches de sofá y manta, más vislumbrando Todos los Santos, que no el equinoccio en el cual acabamos de entrar, que todavía mira de reojo las playas cada vez más bellas y solitarias.

En la ventana, el primer viento fresquito silba tímido entre las ranuras del cristal, agita las ramas de los árboles más tiernos y anuncia un cambio de tiempo que no sabes si ha venido para quedarse, liberándonos de aquel infierno que han sido julio y agosto, o si nos comeremos las castañas en manga corta y todavía no podemos guardar la ropa de verano. Lo cierto es, sin embargo, que con este desbarajuste climatológico que nos acompaña últimamente son bien pocos los que hacen aquello del cambio de armario. Lo vas teniendo todo a mano porque no sabes nunca qué aire nos ofrecerá el nuevo día y la ropa de entretiempo casi que ha pasado a mejor vida.

Aquel último fin de semana de octubre marca las noches de sofá y manta, más vislumbrando Todos los Santos, que no el equinoccio en el cual acabamos de entrar, que todavía mira de reojo las playas cada vez más bellas y solitarias

Ahora que llega la hora de la ambigüedad meteorológica, de no saber si tienes que coger impermeable antes de salir de casa o de dudar si te hará falta chaqueta gruesa o fina, es de agradecer encontrar a tu alrededor puntales que no sean veletas del mal tiempo, sujetos al primer golpe de aire. Ya que a partir de ahora el viento es incierto, que por lo menos algo de nuestro entorno no lo sea y nos sirva de anclaje en medio del ambiente otoñal.

Ahora que el calor ya no molesta ni se engancha y apetece un abrazo largo, ahora que el té ya humea dentro de la taza al horizonte y que convivir bajo los mismos abrigos acorta el lecho. Ahora que disminuye el día, personas que alargan la alegría. Ahora que la luz se apaga antes, personas que encienden el amor. Ahora que el frío pica en la puerta mal cerrada, personas que te miman delante de una ventana medio abierta. Coger un mismo cesto entre dos, ir a coger níscalos y que lo menos importante sea encontrarlos. Personas con quienes desear la lluvia por el placer de un paraguas compartido. Personas perennes en época de hoja caduca.