Cada vez que leo o escucho el lema "Os queremos en casa", hecho para reivindicar la libertad de los presos políticos independentistas y el retorno de los exiliados, pienso en Tamara Carrasco, la miembro de los CDR confinada en Viladecans. También recuerdo a la superviviente de la violación de los Sanfermines. La sentencia prohibía a los violadores en serie de La Manada pisar la Comunidad de Madrid, donde vive la superviviente, con el pretexto de que así se evitaba que se cruzaran con ella. En la práctica, sin embargo, la sentencia la recluía en la Comunidad de Madrid, porque en el resto de España podía toparse con sus agresores, que se podían pasear impunes. Con la idea de garantizar un espacio seguro para ella, los jueces acabaron definiendo los límites geográficos de su libertad.

En el dominio del sujeto privilegiado sobre el subalterno, la casa ―el hogar, la comunidad, la familia― tiene un papel ambivalente. Por una parte, el opresor intenta desmenuzarla, a fin de que el disidente pierda redes de apoyo vitales. Durante la época de esclavitud, las familias afroamericanas se desmembraban por la venta de sus integrantes. Una vez abolida, la pobreza, los tiroteos policiales y el encarcelamiento masivo han hecho el trabajo. Por otra parte, la casa ha sido un espacio de represión en sí mismo. La lucha de las mujeres ―o la LGTBI― es un ejemplo. El "os queremos en casa" nos ha excluido del espacio público y nos ha arrinconado en el privado, donde hemos sufrido todo tipo de violencias, desde la física hasta la sexual.

Pasada la violencia policial del 1 de octubre, la nueva oleada represiva contra el independentismo ha sido ejercida por instituciones catalanas. Los presos políticos están en las prisiones catalanas, los Mossos d'Esquadra zurran a miembros de los CDR y el Parlament de Catalunya va acatando los designios del juez Llarena, con su red de leyes, reglamentos e informes de los letrados. "Tratamos de desobedecer o garantizar los derechos de los diputados de acuerdo con los reglamentos y las leyes", dicen, como si muchos reglamentos y leyes no fueran la estructura del régimen del 78 en Catalunya.

El discurso represivo pervierte conceptos tan liberadores como el amor o la fraternidad, porque traslada la responsabilidad del odio y la división de las instituciones represoras a quien se rebela

La represión española es tan efectiva porque los catalanes mismos, también los independentistas, tenemos asumidos ―tenemos incorporados, dentro de nosotros―, los discursos que nos oprimen. El más evidente es el dogma del "hay que evitar muertos", que nos responsabiliza de la violencia ejercida contra nosotros. La perversión del razonamiento la conocen tanto en los Estados Unidos, donde los activistas antirracistas no han dejado de enfrentarse a la extrema derecha desde el asesinato de una activista en Charlottesville; como en la China popular, donde el lema de algunas feministas, a pesar de las torturas que sufren si son encerradas, es el "no nos podéis encarcelar a todas".

Así pues, la trampa de incorporar el relato represivo es que cuerpo y mente ―el hogar más íntimo y personal― se convierten en las principales herramientas para frenar la liberación propia. No sólo porque te autocensuras o porque te autoreprimes. También porque la visión sobre ti misma ―te miras a través de los ojos del dominante― determina la relación con los otros. El discurso represivo pervierte conceptos tan liberadores como el amor o la fraternidad, porque traslada la responsabilidad del odio y la división de las instituciones represoras a quien se rebela. Si la afirmación del ser subalterno es vista como odio hacia el represor, el amor pasa a ser la negación de la identidad del oprimido. Si la resistencia a la dominación es vista como la causa de la fractura social, y no la consecuencia, la fraternidad se convierte en la aceptación de la sumisión. Blandidos por el represor, todos estos conceptos estigmatizan y disciplinan al disidente; blandidos por el disidente, censuran las discrepancias dentro del movimiento y lo rasgan.

Ahora que la división entre el independentismo empieza a materializarse con insultos, acusaciones y reproches ―magnificados por intereses partidistas―, el reto pasa por recoserlo apelando a unas visiones de fraternidad, amor, unidad y cohesión libres de los imaginarios establecidos por el españolismo. Liberar la mente es clave para el éxito de la futura estrategia independentista. Mientras no se haga, el "os queremos en casa" será más la síntesis perfecta de la efectividad de la represión española que no un anhelo de libertad.