Después de la aplicación (y acatamiento) del 155, los partidos independentistas juraron de forma solemne que aplicarían un cordón sanitario a los responsables de apropiarse de nuestra autonomía. El pacto en cuestión se firmó haciendo honor a la metódica procesista: sin ningún tipo de garantía ni, sobre todo, de asunción de responsabilidades en caso de incumplimiento. Gracias al calorcito que genera el transcurso del tiempo, el olvido de las cosas pasadas y la costumbre de opinar que la gente es mema, la partidocracia catalana ha cambiado la acepción de la palabra "cordón" para acercarla, si me permitís un poco de poesía barata, a su significado más umbilical. Es así como Convergència se abrazó al PSC gracias a la repartidora de pasta denominada Diputación de Barcelona y, después de las municipales, republicanos y juntaires han normalizado de nuevo las alianzas con el socialismo.

Los electores, por consiguiente, tenemos que asumir forzosamente que eso de los cordones sanitarios es como la mayoría de pastillas: aparte de tener contraindicaciones (como ha pasado con Vox y con el PP de Badalona) acostumbran a caducar. De hecho, el barroquismo mental de la casta procesista ha conseguido la gracia de hacernos ver que, igual que un clavo saca otro, los cordones solo prescriben mediante otro alehop. Así se explica el vodevil de Ripoll, donde la victoria de Sílvia Orriols ha sido la excusa perfecta para que la mayoría de partidos (a la espera de Junts) pinten la victoria de Aliança Catalana como la prueba fehaciente del retorno del fascismo al planeta tierra. Por obra y gracia de Orriols, pactar con el PSOE-PSC ya no implica cohabitar políticamente con todos aquellos que se hicieron los sordos durante las hostias del 1-O, sino compartir pupitre con unos chicos la mar de demócratas y simpáticos.

Yo no creo, como piensa Orriols, que la inmigración actual en Catalunya sea la causante de un proceso de sustitución ni que configure el principal factor de criminalidad en el país

La política catalana es un delirio francamente adorable. Parece que Junts y Esquerra se sienten la mar de cómodos pactando con un socialismo que, aparte de seguir justificando la violencia del 1-O, levanta muros en las fronteras con Marruecos, o que mantiene casi intacta la ley mordaza del PP. Ya tiene gracia que, por poner solo un ejemplo, Juan-José López Burniol pueda escribir en La Vanguardia que durante años votó al PSC porque le parecía el mejor partido a la hora de asimilar la inmigración española a Catalunya (traducido a lenguaje más sencillo, de acabar con la cultura del país) y que la simple hipótesis de pensar en cómo afecta la irrupción de muchos recién llegados a nuestras costumbres sea vista como una barbaridad fascistoide. Es francamente curioso, en resumen, que todo el mundo utilice la figura de Orriols y de sus 1.401 votantes en Ripoll para ir manteniendo el colonialismo español.

Yo no creo, como piensa Orriols, que la inmigración actual en Catalunya sea la causante de un proceso de sustitución, ni que configure el principal factor de criminalidad en el país. Contrariamente, diría que los enemigos de la nación son los miles de votantes españolistas (especialmente, los progres del PSC que no tuvieron ningún inconveniente en pasarse a Ciudadanos) que aprovecharon el autoritarismo del PP para ignorar la violencia policial del 1-O. Más que los recién llegados, me exaltan los políticos procesistas que pretenden estamparnos a la máquina del olvido para que la nación vaya desapareciendo dentro del azucarillo del buen rollo con España a través de pactos municipales. Discutiré las veces que haga falta con Orriols y me alejaré de la tentación de cualquier cordón que no sirva para azotar insistentemente a los responsables de traficar con las ilusiones del pueblo y dejarlo en la estacada.

Tampoco compro los cordones informativos. Y quién sabe si, para ver qué piensan Sílvia Orriols y sus votantes, quizás haría falta hacer el esfuerzo de mover el culo y hablar. No hay que darles la razón; será suficiente con escuchar sus razones, que dicen que es una de las bases de eso que llaman democracia. Dicen, vaya.