El momento político en el que nos encontramos estas semanas, y hasta que termine de dibujar la configuración de un Gobierno o la repetición electoral es decisivo. Y lo es, no solamente para los que andan pendientes de dónde ubicarán sus posaderas durante los próximos cuatro años. En mi opinión, lo es porque España se la juega.

El ensimismamiento en el que se ha sumido nuestra “patria” durante tanto tiempo, convencidos los españolistas de que su idea de “la Nación” era la única forma de comprender una realidad, choca de bruces con lo que sucede. Con la esencia de esta piel de toro en la que, si de algo podemos presumir, es de diversidad. De paisajes, de culturas, de lenguas, de tradiciones, de climas y de maneras de entender la vida.

Nunca entendí bien eso de “ser español” hasta que no ejercí como tal fuera de nuestras fronteras. Es cuando te encuentras ante una realidad distinta, allá donde no se hacen las cosas como tú pensabas que era “lo normal”, cuando te das cuenta de qué manera te influye el lugar en el que has crecido. Y aprendes a relativizar y comprendes que existen otras formas de hacerlo, otras maneras de entenderlo e, incluso, puedes llegar a sentirte bien enseñando y compartiendo “lo tuyo”.

El primer gazpacho que hice en mi vida fue en Bélgica, y me sentí orgullosa al compartirlo y ver cómo alucinaban los belgas con la sopa de tomate fría. Mi primera tortilla de patata fue en Derby (Reino Unido), y esa tarde la pasé cocinando con un hindú que me enseñó a preparar Pollo Tika Massala. Desde entonces, me acuerdo de aquella cena y los pasos para preparar la salsa, y de su olor. Aquel amigo me explicó muchas cosas mientras cocinábamos y me ayudaba a pelar patatas y yo removía despacio el preparado para acompañar el pollo. Él era sij y llevaba el cabello enrollado sobre su cabeza, cubierto por un turbante.

La vida me ha dado la oportunidad, y el gran regalo, de poder visitar muchos rincones del mundo. Y en todos ellos, aprender, compartir, y darme cuenta de que no se es “más ni menos” por haber nacido donde te ha tocado

Portaba, entre sus metros de tela, un pequeño peine de madera, el kangha; y su pulsera en la mano derecha (Kara). Me explicó cuál era su visión del mundo, y mientras la cocina se llenaba de olores que te hacían viajar hasta la India, aprendí.

La vida me ha dado la oportunidad, y el gran regalo, de poder visitar muchos rincones del mundo. Y en todos ellos, aprender, compartir, y darme cuenta de que no se es “más ni menos” por haber nacido donde te ha tocado. Pero sobre todo, aprender a querer tu raíz, aquello que te hace comprender el mundo sin darte cuenta.

Cuando regresé a España, tras varios años viviendo en distintos países, me tomé mucho más en serio nuestras tradiciones, nuestra gastronomía, nuestras lenguas. Desde el profundo respeto y admiración por quienes cuidan de ello y lo mantienen vivo.

En uno de los proyectos en los que he participado durante años, el concepto de Felicidad en el desarrollo de las sociedades, aprendí que aquellos pueblos que cuidan de su lengua, de su cultura, de su entorno y lo hacen de manera colectiva, viven más felices que quienes andan como zombis consumiendo lo que esté de moda, flotando en la superficie y chapoteando en barros que no permiten crecer nada. Bután es el primer país del mundo donde hay un ministerio dedicado exclusivamente a evaluar el nivel de felicidad de sus habitantes. El FIB (índice de felicidad interior bruta, por sus siglas en inglés) es un proyecto realmente interesante que, desde la Economía del Desarrollo, analiza y estudia los factores determinantes para que las sociedades vivan lo más sanas y satisfechas posible.

El estudio sobre la Felicidad Interior Bruta es una de las áreas de investigación a la que me dedico desde hace años. Y es frecuente que la gente no lo tome en serio, piensen que es “cosa de hippies” y no se paren a prestarle un poquito de atención.

Entre los conceptos que se tienen en cuenta en el sistema de la FIB es el buen uso del tiempo, la intensidad de las relaciones sociales, la diversidad y la capacidad de resiliencia ecológica. Más allá de la economía, en el sentido que nosotros conocemos, este sistema pone atención en la satisfacción de una serie de necesidades inmateriales como la libertad, la estabilidad emocional o psicológica y la identidad.

Como apuntaba al principio, un factor determinante es la vida de la comunidad, “con los otros”, como vector esencial de la Felicidad Interior Bruta. La participación en ritos y tradiciones sociales, prácticas culturales, y el cuidado de las lenguas propias así como del propio entorno dan sentido a la trayectoria individual de la vida de sus integrantes. Para los budistas, el sukha, que es algo parecido a la felicidad para nosotros, tiene mucho que ver con la búsqueda de la realización personal y social. Y según esta visión del mundo, la felicidad está más próxima en las relaciones interpersonales, en las experiencias vividas, en lugar de la acumulación de bienes materiales.

Esto, que puede sonar muy idealista, marca la línea de actuación de las políticas públicas en Butan. Y a través de los estudios de investigación de economistas como Stiglitz o Sachs, puede incluso ser medible y cuantificable, determinando qué vectores, qué factores influyen en la felicidad colectiva, suponiendo un valor muy importante para una sociedad.

No espero que España se asome a mirar al FIB, aunque no le vendría nada mal.

Lo que sí me gustaría es que se aprovechara la oportunidad para construir un Estado que sepa valorar y honrar su diversidad. Como una madre, consciente de que todos sus hijos son distintos y que todos brillan, precisamente, por sus diferencias, pero a todos ellos se les quiere igual.

Que se normalicen las distintas lenguas es una buena manera de dar los primeros pasos. Y que se entienda que precisamente, eso es España: desde Galicia hasta Málaga; desde Murcia hasta Girona. Y que tendrá sentido mientras quienes la integran, se sientan respetados, queridos y protegidos ante posibles peligros externos. En la medida en que se ha querido dar a entender que existe una España, dueña y señora de las esencias, que machaca a los suyos propios, España se ha desdibujado. Y por ello, es perfectamente comprensible que haya quien no se sienta parte de ella. Porque en ella no caben ni su lengua, ni su cultura, ni su manera de entender su realidad.

Como casi todo en esta vida, las cosas funcionan por voluntad y compromiso. Por honestidad y rigor. Por querer que salgan, y respetar el procedimiento para conseguirlo. Si se hacen trampas, si se miente, se engaña, se tambalean los proyectos. Sea el que sea. Y nada funciona. La base de la estructura social es la confianza. Y esta se ha roto, sobre todo en España.

En la medida en que se ha querido dar a entender que existe una España, dueña y señora de las esencias, que machaca a los suyos propios, España se ha desdibujado. Y por ello, es perfectamente comprensible que haya quien no se sienta parte de ella. Porque en ella no caben ni su lengua, ni su cultura, ni su manera de entender su realidad

Es ahora el momento de oportunidad para tejer de verdad unas relaciones basadas en el respeto, la confianza y el compromiso de un trato justo, sin abusos ni mentiras. Es el momento de los hechos, de demostrar que se entiende la esencia de España y que se quiere transitar esa vía, como última llamada para la convivencia. No queda otra.

Y quizás así sea como a esta configuración del mapa le pueda quedar algo de recorrido. Llenándola de contenido, del auténtico y no del superficial ni de la moda.

Tiene, por lo tanto, una oportunidad España de demostrar que su grandeza y riqueza está, precisamente, en la diversidad de sus pueblos, de sus tierras, de sus culturas y naciones. Negar la realidad mantendrá a este proyecto continuamente truncado, con sus gentes a desgana y sin interés por avanzar de manera conjunta.

Es esencial que la libertad impere; que el diálogo trasparente y que las promesas sin trampas sean herramientas diarias de construcción. Que se pueda consultar, dialogar y abordar compromisos sin miedo.

Es fundamental para avanzar en un camino de democracia que buena falta nos hace y no es casual que venga de la mano de los independentistas.