El primer signo de la corrupción en una sociedad que todavía está viva es que el fin justifica los medios”
Georges Bernanos

 

En un frío invierno de hace siete años, en los cines Paz de Madrid, en la emblemática calle Fuencarral, se proyectaban cintas de lo más variopintas. Uno podía ver Ocho apellidos catalanes y a la par el documental El Colibrí, producido por Quién Dijo Miedo Producciones y que trataba, ni más ni menos, que de la caída del caballo de Jorge Fernández Díaz, hombre, al parecer, pecador que tuvo una epifanía en Las Vegas, “la ciudad del pecado” (les recomiendo que vean la serie Lucifer, para que vean qué cerca están Los Ángeles de la tentación). Dios vino a ver al luego ministro del Interior, pero él no se dejó vencer tan pronto: “a partir de ahí estuve siete años luchando”, comentaba en la hagiografía cinematográfica. Mentía. Contra yo soy la verdad y la vida ha estado luchando toda su vida. A lo que sí se rindió fue al poder del Opus, de los conservadores y de lo que le ofrecía. Basta con ver los resultados.

El episodio es especialmente repugnante si uno tiene en mente a los grandes intelectuales católicos, por eso he encabezado la columna con una cita de Bernanos sobre el primer signo de corrupción de una sociedad: creer que el fin justifica los medios. En eso no habrían disentido ni Mauriac ni Greene ni Chesterton, si me apuran. Pero Jorge no era un intelectual, y su ángel, Marcelo, era de segunda; solo sabía aparcar, lo cual es lógico, ya que bajó bandera tan cerca de los casinos de Nevada. La cuestión es que su acólito auspició, movió, pagó y tapó la trama del más abyecto maquiavelismo patrio desde la época de los GAL socialista. No hay nada comparable a la utilización espuria y nauseabunda de los fondos públicos y del poder del Estado desde entonces. Ninguna otra corrupción se le parece. Ninguna. Ningún tipo que se haya llevado dinero o comisiones o se lo haya gastado en putas es comparable en obscenidad a lo que montó el santo varón del PP en torno al tema catalán y, posteriormente, contra el enemigo comunista en Podemos. ¿Cómo mueren las democracias?, me preguntas clavando en mi pupila tu pupila enrojecida. Así, así es como mueren.

La abyección democrática llevada a cabo por Fernández Díaz y sus acólitos con empecinamiento de conversos supera cualquier cosa imaginable. Esto no va solo de catalanes o de independentistas —que obviamente también. Esto va de pasarte por el forro del rosario los principios de un estado de derecho, la ley de Dios y de los hombres, y de utilizar los medios pagados con el dinero de los ciudadanos para atacarlos y reprimirlos desde el núcleo llamado a protegerlos. De esa santa mierda, hablamos.

El PP decidió atacar con falsas noticias, con montajes y con persecuciones policiales a todo aquel que se le ponía por delante

Fernández Díaz y Paco Bomba (alias Francisco Martínez, secretario de Estado) y el resto de la banda acusada ahora de organización criminal eran el cogollo del organismo llamado a protegernos a todos. Al menos Fouché era un sinvergüenza total, es decir, no iba con un rosario y una bandera en la mano (les recomiendo la semblanza de Stefan Zweig). La nueva querella de Rosell, aceptada a trámite por un juzgado de a pie de Madrid —después de que la Audiencia Nacional y el Tribunal Supremo lo mantuvieran encarcelado espuriamente durante dos años— ha permitido volver a poner sobre el tapete la mayor vergüenza democrática de las últimas décadas. Sin paliativos. Supongo que será porque creen que puede tener un papel que jugar en el prosaico mosaico de la pelea electoral, pero esto no es una cosita que enfrentar con los volquetes de putas de un diputado socialista canario, esto es mucho más grave, esto tiene la gravedad máxima que un amante de las libertades y de la democracia liberal pueda concebir. Duele ver la falta de reflejos de tantos que compran el axioma posibilista y ateo de Fernández Díaz: contra mi enemigo, todo vale, incluso destruir el bien común y los principios morales. Así es como el PP decidió atacar con falsas noticias, con montajes y con persecuciones policiales a todo aquel que se le ponía por delante, en Barcelona, en Andorra o en Madrid. Poco les importaba.

Supongo que gran parte de la ciudadanía no es que aplauda tales comportamientos, es que se ha perdido en los prolijos, va y viene de Martínez, Villarejo, Gago, Martín Blas, García Castaño, el niño Nicolás, el agente del FBI y la madre de todos los corderos. No se preocupen por nada de eso. Déjenselo a los jueces —a aquellos que no han vendido su alma al diablo— y solo retengan que con la connivencia de las dos vicepresidentas del Gobierno —Soraya y Dolores— y con toda probabilidad con el conocimiento del presidente del Gobierno se utilizó a la policía llamada a protegernos y a proteger los principios democráticos para salvar al PP de la acción judicial y para atacar a los que consideraban sus adversarios políticos. Vomitivo, inconstitucional, inadmisible. De eso va la vaina y sobre eso se ha tirado una capa de mierda para amortiguar la asquerosa realidad. La nueva querella de Rosell puede que quede en nada —el caché del juez Hermenegildo Barrera recoge una admisión amplia de querellas, de fachas, de podemitas, de locuelos, de los socialistas contra su gestora, etc.—, aunque muchas de ellas no han llegado a nada. Al menos los abogados de Rosell han tenido el buen tino de sacar del foco a Alicia Sánchez Camacho —que seguro que sigue en las listas para seguir aforada— y así posibilitar que se realice un mínimo de instrucción antes de que entren en acción las fuerzas sepultadoras.

Es el principal foco de pus de nuestra herida convivencia y en el que más empeño se ha puesto en tapar desde las más diversas instancias

En términos sociales no llegará el agua al río. La principal vergüenza y peligro al que nos enfrentamos están representados por la indiferencia hacia las tropelías que se ejecutan contra los considerados enemigos. La mierda de Fernández Díaz y la de las escuchas de Pegasus, si es que no están relacionadas, constituyen el más grave atentado a la democracia española de las últimas décadas y han sido ejecutadas por aquellos que de forma democrática habían accedido a los resortes del poder. Gare à toi!

No lo vean solo como catalanes. Esto es gravísimo, por lo que supuso para ciertas opciones políticas, pero lo sería igual si hubiera afectado a otras. Es el principal foco de pus de nuestra herida convivencia y en el que más empeño se ha puesto en tapar desde las más diversas instancias. No les hablo de la pútrida acción de los que se llaman colegas de profesión, cuyos nombres aparecen o no en los mensajes y llamadas y sin cuya connivencia con el poder corrupto, nada de esto hubiera sido posible.

Corromper la democracia no es cosa de gente de bien.

Feijóo debe, sin duda, asumir esa pestilente carga y desmarcarse públicamente de ella. El perdón de los pecados exige un examen de conciencia —que le están haciendo otros—, decir los pecados, dolerse por ellos y hacer propósito público de enmienda democrática. Eso siempre que no seas un sepulcro blanqueado, como la antigua estrella de Quién Dijo Miedo. Yo digo miedo. Me da mucho miedo que esto haya podido suceder.