Vale, sí, ha conseguido Irene Montero que no hablemos de la ley parida por ella y avalada por el Gobierno y buena parte del arco parlamentario. Ahora solo hablamos de su autora, y no para criticarla, sino para compadecernos por un supuesto linchamiento que, hasta la fecha y por lo que hemos visto acontecer en otros, ha sido regla general con tonos diversos sin que nadie hiciera tanto aspaviento, pero que ahora se alargará todo lo que puede hacerlo la volatilidad de la información en tiempos apresurados.

Que en un mismo gobierno hayan coincidido un vicepresidente y una ministra obliga necesariamente a estar alerta. Al menos en los que se consideran estados democráticos. Quizás porque el matrimonio tiene, respecto a la democracia española, una consideración crítica, pueden permitirse la licencia de compartir el poder. Se ha criticado hasta la saciedad la endogamia del Tribunal de Cuentas o de la judicatura, pero hablar de parejas de la izquierda parece ser tabú, y de hecho me parece bien que referirse a la intimidad de quienes tienen tanta exposición pública ha sido sello de nuestra cultura política. Pero ¿se trata aquí del mismo supuesto que aquella alusión del socialista Pablo Sebastián al popular Ruiz-Gallardón a su eventual relación extramatrimonial? Creo que no hablamos de lo mismo.

La ministra de Igualdad estaría condenada a caer en el olvido si no fuera porque sus propuestas son jurídicamente muy dañinas y formalmente erradas

Escuchando a Iglesias y Montero, es fácil percibir que solo un miembro de ese matrimonio merece plaza en la universidad, pero que ninguno de los dos debería participar del gobierno de una nación que pretenda mirar hacia delante sin renegar de su pasado, de sus instituciones y de la seguridad jurídica. En todo caso, cualquier observador objetivo con un mínimo criterio advertiría que solo la universidad actual podría dar cabida (plaza funcionarial incluida) a quien no lo merece y que los gobiernos del presente están trufados de personas que en la vida privada habrían sido despedidos, y no de manera improcedente. A las mujeres nos debería ofender profundamente ese absurdo argumento de algunas de que tenemos derecho a que también mujeres tontas ocupen cargos de responsabilidad. Como si los gobernantes tontos, sean hombres, mujeres o tertium genus, que ahora la cosa a ese respecto se ha puesto complicada, nos conviniesen a la ciudadanía en algún caso, O como si a las mujeres no debiera importarnos que los referentes que ofrecemos tuvieran tan cortas miras y fuesen tampoco ejemplares.

¿Quién querría ser como Irene Montero, excepto la que, desde la inutilidad, pretendiera medrar por aprovechamiento de una relación de amistad o relación sentimental? Decirlo tan crudamente puede entrar de forma poco respetuosa en la intimidad de las personas, pero en este caso esa intimidad genera una mejora de su economía que corre por cuenta de nuestros bolsillos. Y es que en el fondo Toscano solo dijo que Montero estaba en política como Botella, corroborando que la taberna y el hemiciclo se van pareciendo cada vez más. Desde Rufián ya nada es lo que era, aunque para violencia política, la de Pasionaria sentenciando que Calvo Sotelo no volvería a hablar en las Cortes poco antes de que la Guardia de Asalto lo cosiera a tiros y lo dejara abandonado en la calle.

Como Botella, también la ministra de Igualdad estaría condenada a caer en el olvido, si no fuera porque sus propuestas son jurídicamente muy dañinas y formalmente erradas. Así que, a diferencia de lo que ha ocurrido con la mujer de Aznar, desgraciadamente, a la mujer de Iglesias, durante largo tiempo después de su caída, nadie la podrá olvidar. Sí, a veces el olvido es lo bueno.