Intelectual de prestigio, culta y olvidada, Olimpia Fulvia Morata es una mujer nacida en Italia, en Ferrara, en 1526, y que con solo 29 años muere de tuberculosis en Heilderberg en 1555, dejando un legado intelectual poco explotado. Mujer, joven, italiana, humanista y protestante, si la buscáis en las enciclopedias tiene quizás media página, no más. Y, en cambio, ella, y muchas otras mujeres del Renacimiento, son unos referentes estimulantes que nos estamos perdiendo.

Su padre, Fulvio Pellegrino, era tutor de la Casa de Este, hecho que propicia que Olimpia crezca en la corte, aprenda latín y griego y lea a los 13 años autores como Cicerón o Calvino. La duquesa de Ferrara Renée la escogió para que acompañara a la princesa Ana, que tenía 8 años, y fuera su institutriz. Estudian juntas geometría, geografía, los clásicos y literatura.

Una vez abandona la corte, y con la conversión al protestantismo de su padre, se interesa por Lutero y por Calvino. Debe abandonar Italia por sus ideas liberales. Se casa con Andreas Grundler von Schweinfurt en Baviera, y forman un matrimonio de intelectuales interesados por la filosofía, los clásicos y la Biblia. Olimpia Fulvia sufrió persecuciones, aunque la acogieron en la corte de los Erbach y pudo ser profesora de clásicas en Heilderberg, escribió comentarios en los Salmos y dejó escritos que después de morir se pudieron publicar.

Naturalmente, eran mujeres de clase alta o media, las únicas que, si tenían la suerte de contar con progenitores de mentalidad abierta, eran educadas exactamente igual que lo habrían sido sus hermanos

Olimpia murió joven, enamorada de su marido médico, con quien había sufrido todo tipo de tribulaciones, incluso la prisión, y sobre todo defendiendo la libertad de conciencia, un bien excelso que ella supo reconocer de muy pequeña.

Ella es un nombre que tendríamos que recuperar, junto con Tarquinia Molza, reconocida por sus méritos singulares y considerada una mujer excepcional como poeta, filósofa, cantante y compositora, o la alquimista Isabella Cortese, o la también erudita Cassandra Fedele, a la incomprendida humanista y más tarde espiritual Isoita Nogarola, la poeta Gaspara Stampa y la también poeta Vittoria Colonna, amiga del artista Michelangelo. Sin olvidar la poeta y feminista Tullia d'Aragona, todas ellas mujeres interesantísimas que nadie nos ha enseñado en la escuela y que han trazado caminos que no transitamos porque no sabemos dónde están. Naturalmente, eran mujeres de clase alta o media, las únicas que, si tenían la suerte de contar con progenitores de mentalidad abierta, eran educadas exactamente igual que lo habrían sido sus hermanos, quizás con una excepción, que es la retórica, ya que se consideraba inútil que supieran hablar en público cuando una mujer no lo hacía.

El recuento de nombres de mujeres referentes en nuestra educación es muy bajo. El trabajo de recobrarlas es minucioso, pero es un tributo que no hacemos solo a su memoria. Es un regalo que nos hacemos a nosotros y a quien vendrá.