Madrid suma más de un millar de muertes a día de hoy. El 60 por ciento de los muertos de todo el Estado (1.770) con sólo el 15 por ciento de la población. El virus ha causado ya 191 muertes en Catalunya, el 11 por ciento con un 17 por ciento de la población. Y también son significativos los estragos que la pandemia está haciendo en Castilla y León, limítrofe con la comunidad de Madrid. Con 2,5 millones de habitantes, la tercera parte de Catalunya, ya han muerto 112 personas. Son datos fríos, demoledores. Pero absolutamente ajustadas a lo que estamos viviendo y su gravedad, más que los contagiados, una cifra aproximada. Por eso el drama toma otra dimensión en Alemania. Porque a pesar de una cifra de contagios muy importante (21.000 por 25.000 en España) la letalidad es mínima, menos de la mitad que en Catalunya.

Pues si es así o bien en Igualada y la cuenca de Òdena se ha cometido un error (y todo hace pensar que no) o bien el error se ha cometido no interviniendo con más determinación en Madrid que, claramente, es el foco principal de contagio y donde más daño, según las cifras del Ministerio de Sanidad, está haciendo el coronavirus.

No es el momento de reproches sino de tomar decisiones, de la eficacia y el rigor. Sin duda que el presidente Pedro Sánchez ha obrado haciendo lo que creía más acertado. Tan cierto como a estas alturas las cifras en su comunidad, él es madrileño, son devastadoras. De sabios es rectificar si es el caso. Y nadie tendría que querer utilizar un cambio de estrategia o de acentuar las medidas de confinamiento, como de hecho ya está pasando en Italia pero también en la Gran Bretaña, para erosionar ningún gobierno. Tiempo habrá para hacer valoraciones.

Cuando Alba Vergés anunció el confinamiento de Igualada, se emocionó. Es su ciudad y la medida también significaba el inicio de un alejamiento con su familia. Y como decía el otro día Jordi Basté, cuando anunció que tenía el coronavirus, lo peor era no poder abrazar a gente que quiere. A Vergés la señalaron, algunos con maldad e interesadamente, precisamente por haberse emocionado cuando anunciaba la primera medida drástica en todo el estado, el confinamiento de una capital (la suya) y los pueblos de los alrededores. El confinamiento de su familia. Y lo hizo con determinación porque estaba convencida de que era lo que tocaba. Ojalá en todos los gobiernos hubiera una Alba Vergés, hubiera mujeres (u hombres) dispuestos a tomar decisiones por mucho que les afecten personalmente.

Pedro Sánchez no se ha emocionado en ninguna de sus intervenciones. Por descontado tampoco cuando decidió tomar el control de todo, al revés que Merkel en Alemania. Este es, de hecho, el rasgo diferencial en la gestión de los gobiernos español y alemán. Merkel optó por la colaboración con los länder, Sánchez para someter las autonomías. No es menor y sí muy indicativo de esta manera de hacer que impregna España. En todo y para todo. Desde la gestión aeroportuaria a una emergencia nacional como esta. España se ha hecho así y se sigue construyendo y gobernando así. Es una pulsión latente que gobierna la economía y que ahora también gobierna la vida.

Las medidas efectivas que hasta la fecha ha tomado Merkel no difieren mucho de las que ha tomado Sánchez. Incluso más laxas y tardías en Alemania. Tanto es así que han mantenido restaurantes abiertos. Pero si en España se pueden sobrepasar hoy los 2.000 muertos, en Alemania son unos 100. Las circunstancias no son las mismas. Ojalá Sánchez, si así tiene que ser, se emocione tanto como quiera anunciando que confina Madrid ante el avance imparable del virus —y Catalunya si hace falta— aunque él sí que pueda seguir abrazando felizmente a su familia cada noche. Por las obras los conoceréis. Aunque a veces también el lenguaje es significativo y revelador. Alemania apuntando la raíz del problema, Sánchez con invocaciones patrióticas, con un discurso nacionalista que también habría valido para animar a la Roja. Cierto que en Catalunya también hay quien se viste con la bandera para todo. Pero, afortunadamente, con menos predicamento.