Cojo en cierta medida prestado el título de un titular de Le Nouvel Observateur —ahora L'Obs— de hará unos 50 años sobre un escándalo de escuchas en Francia, donde hablaba de los oídos de Poniatowski (Ponia para los amigos). No sé qué conocen los gobernantes españoles de dos de los más infames ministros del Interior de la V República, el mencionado Ponia y Pasqua, especialmente el segundo, con una lengua tan larga como pérfida. Pero son sus seguidores. En Francia, bajo Giscard d'Estaing y Chirac, entre otras fechorías, las escuchas ilegales, nunca negadas e incluso reivindicadas, fueron una práctica común que nunca fue perturbada judicialmente. L'état c'est l'état. Punto final.

Ahora, en España, tenemos una comisión parlamentaria de investigación para determinar el alcance y responsabilidades de la sistemática violación del estado de derecho —que los que se hacen llamar constitucionalistas, es decir, la Brigada Aranzadi, tanto se apresuran a defender— que supuso la policía patriótica.

Esta policía patriótica se dedicó a dos objetivos primordiales. Por una parte, hundir todo lo que se pudiera la política y a los políticos catalanes al margen de su implicación en el procés, ya que arranca incluso antes de que todo empezara. Por la otra, no menos patrióticamente, comportó en buena medida enterrar pruebas que apoyaran la corrupción sistemática, duradera en el tiempo y con tentáculos por todas partes, del PP. Aquí, incluso, se engaña al cabecilla de la trama espoliadora con el fin de convertirlo en chivo expiatorio, Luis Bárcenas, con todo tipo de ataques físicos y personales, abandonándolo, claro está, a su suerte. Tan mal no les ha ido en esta segunda rama, pues no todos los procesos por corrupción contra el PP han concluido con condena. Los que todavía sobreviven sufren, sin embargo, un raro amodorramiento y el propio Bárcenas calla y, cuando habla, genera más confusión. En todo caso, es un gusto observarlo, titánico, asimilando las condenas que pesan sobre él. Como el otro cabecilla, en otra época figurín y piedra angular de la corrupción, Francisco Correa. La Gürtel en plenitud.

Es sorprendente que una comisión parlamentaria española vaya a investigar a la policía patriótica en sus fechorías contra la política catalana y algunos de sus líderes

Además de esta segunda rama de la policía patriótica, que ya cuenta con dos comisiones anteriores, se intentará sacar los colores al PP, con la pretensión de expulsar de la política para siempre a Rajoy, Fernández Díaz —con sus subordinados, ahora no muy amigos—, Saénz de Santamaría, Cospedal, Sánchez-Camacho y, si fuera posible, al mismo Aznar, entre otros. No hay que ser muy pesimistas para avistar un fin no especialmente negativo para los populares, vistos los resultados de las comisiones precedentes.

Al margen, hay que recordarlo, cohabitan tres procesos judiciales en Madrid sobre la política patriótica, al cual se ha añadido otro sobre el caso Pegasus. En Barcelona también se abrieron unas diligencias sobre lo mismo, pero su velocidad procesal convierte una tortuga en un Ferrari. Rápidos o lentos, monotemáticos o como piezas de otras causas, ni la guerra sucia sobre Catalunya ni el Pegasus parecen que llegarán algún día a acabar no ya condenando a alguien, sino haciendo sentar este alguien en el banquillo de los acusados.

Sin embargo, todavía es más sorprendente y curioso, a las alturas que nos encontramos de la legislatura en la Carrera de San Jerónimo, que una comisión parlamentaria española vaya a investigar a la policía patriótica en sus fechorías contra la política catalana y algunos de sus líderes.

Cuesta de creer que parlamentarios españoles acepten investigar esta vertiente de las cloacas del Estado. No especulemos. La piedra de toque será la admisión de las listas de testigos que se propongan y de los documentos que se reclamen. No es osado decir que una serie de gente será borrada de las listas; otros, admitidos, o no declararán porque están sometidos a procesos judiciales actuales o inminentes, o se ampararán en secretos de estado. Por cierto, la ley de secretos oficiales sigue siendo la de 1968 y más que ley de secretos oficiales parece más bien la ley del perpetuo silencio. El régimen de exclusión de la publicidad al cual, sin lugar a dudas, serán sometidos muchos de los documentos que se soliciten, acabará de marcar el buen fin de la comisión. Menos mal de los audios, aunque viejos, recién conocidos. No sería tampoco de extrañar que aparecieran más grabaciones.

Al fin y al cabo, todo apunta a que es más que probable una nueva pantomima parlamentaria. Se seguirá luchando contra molinos de viento. La impunidad, ¡diantre!, seguirá rigiendo urbi et orbe. No sin la ejemplar cobertura que algunos jueces dan a la causa del Estado. En conclusión: de oír y ver, diría que muy poco. Ojalá me equivoque.