Cuando empezó la guerra entre Rusia y Ucrania por la invasión de aquella sobre ésta, nos sorprendió el ritmo de la potencia rusa, el escaso número de muertos y la dificultad que aparentemente atenazaba a Rusia en la consecución de sus objetivos. Muchos analistas aventuraban al principio la posibilidad de que Rusia acabase el conflicto y la invasión en pocas semanas, pero poco a poco se fue haciendo inverosímil y se intentó explicar con la dificultad técnico-bélica rusa para lograr la victoria. 

Ahora que la guerra de Gaza ha estallado y vemos el número de víctimas que provoca, hemos de ser capaces de aceptar dos cosas: que aquella guerra no era tal (de hecho, Putin prohibió expresamente el uso de la palabra) y que la "operación" va a durar mucho más de lo previsto. Con el foco mediático internacional en otro lado y a pesar (o por causa) de los evidentes intereses occidentales en la zona, el conflicto de Ucrania ha dejado de ser objeto de mimoso cuidado por Estados Unidos y Europa, y teniendo en cuenta que éstas eran sus principales y casi únicas valedoras, la situación corre el riesgo de eternizarse. El desgaste, como arma, siempre hace más fuerte al que de entrada lo era. Será larga, dijo Putin, y lo será. Casi tanto como la de Gaza.

Netanyahu, como Putin, ha dicho que la guerra será dura, y larga, y tal vez ello tenga como efecto colateral, y quizás escondidamente deseado, el correlativo estancamiento de la guerra en Ucrania

Que ahora existan ya analistas rigurosos que aprecian conexiones entre Rusia y el ataque de Hamás en los perímetros de la Franja de Gaza permite entender mejor la situación. Putin no podía permitirse una guerra al estilo tradicional en Ucrania, con cuya población ha tenido y tiene lazos fraternos la suya. La gente no habría podido entenderlo. En cambio, sí hay odios ancestrales y larvados entre judíos y musulmanes, odios que aunque para muchos ya no tienen sentido, con que un porcentaje radicalizado a lado y lado así lo quiera, se mantendrán. 

Netanyahu, como Putin, ha dicho que la guerra será dura, y larga, y tal vez ello tenga como efecto colateral, y quizás escondidamente deseado, el correlativo estancamiento de la guerra en Ucrania. Al final, se trata de dos territorios no tan lejanos de nosotros, sometidos ahora a dinámicas que, para nuestra cómoda situación de tertulia de sobremesa o de café universitario, solo pueden ser objeto de análisis de parte sin más prueba que nuestra convicción. Desgraciadamente y por lo que parece, tendremos oportunidad para seguir haciéndolo durante largo tiempo. Tanto como le sea posible a cuantos intereses de nulo nivel ético se ciernan sobre la muerte y la deshumanización del otro.

Como los muertos lejanos siempre lo son mucho menos que los que tenemos cerca, ahora nuestro folletín local, ese que da de nuevo la presidencia del Gobierno a Pedro Sánchez, al frente de un gobierno supuestamente progresista, pero donde anidan desprecios para quien es diferente, y políticas públicas ideológicamente muy distantes. Tal vez la estabilidad no dependa, pues, de que no se cumplan los pactos de Sánchez con Puigdemont, sino de todo lo que separa a quienes ahora se han unido a pesar de odiarse cordialmente. Quién se lo habría dicho hace nada a todos ellos… También larvados estos odios, esperemos que en todo caso no tantos como para llevarnos a lugares en los que no querríamos estar. Aunque viendo que en plena calle ha recibido un tiro un exdirigente político, ya nada puede asegurarse sobre esos odios que no deberían ser.