Laura Borràs es una víctima. Después se pueden añadir adversativas, adjetivos y todo tipo de comodines que complementen, profundicen y/o maticen la afirmación, pero desnuda o complementada, se trata de una aseveración inapelable. Laura Borràs es una víctima del famoso lawfare, este tipo de "guerra judicial" que según la definición clásica "consiste en utilizar el sistema legal contra un enemigo, perjudicándolo, deslegitimándolo, haciéndole perder tiempo y dinero, o para obtener una victoria en las relaciones públicas". O por motivación política, como es el caso del independentismo, contra el cual se ha aplicado de manera masiva. No hay que decir que este uso de la guerra política se puede aprovechar de un error o de una mala praxis de la persona contra la cual se dirige, pero siempre con la finalidad de agrandar la falta y convertirla en una enorme montaña de estiércol que lo ensucie y a la vez destruya de manera definitiva. Y este es exactamente el caso de Laura Borràs, a la cual se ha aplicado el lawfare punto por punto, en una construcción de manual que no tiene rendijas, ni permite dudas.

¿Cómo se construye un caso de lawfare? De entrada, siempre empieza con una investigación prospectiva, porque el objetivo no es la persecución de un presunto delito, sino la de la persona objeto de deseo. Se trata de lanzar la red con el fin de intentar encontrar algún resbalón que permita crear un caso judicial. En el caso de Laura Borràs, quedó claro en el juicio que la empezaron a investigar sin tener ninguna prueba, ni ningún indicio de delito. A partir de la investigación prospectiva, especialmente cuando se trata de persecución política, se crea un gran relato mediático que se alimenta de pseudofiltraciones, hipótesis y medias verdades, y que tiene como función magnificar la presunta culpa del político en cuestión. Nuevamente, es el caso de Laura Borràs, sometida a un fuego permanente de artillería pesada, tanto periodística, como política, hasta el punto que aquello que se habría resuelto como un fallo administrativo, se ha acabado vendiendo como un gran caso de corrupción, talmente como si Laura, que no se ha puesto un euro en el bolsillo, fuera equiparable a los ERE andaluces o a la Gürtel pepera. Una vez empezado, el proceso judicial se alarga ad eternum, con movimiento Guadiana, ahora aparece, ahora desaparece, ahora reaparece, cosa que es un permanente desgaste a la imagen del político encausado, que en el caso de la Borràs ha significado estar más de cinco años bajo la diana. Es decir, la han perseguido mientras ejercía de líder de su partido en el congreso español y mientras era presidenta del Parlament.

Para continuar, también hay que recordar que el lawfare siempre cuenta con un tribunal de parte, que en este caso es flagrante, atendido el conocido posicionamiento político del señor Barrientos, el presidente del tribunal que ha juzgado a Laura Borràs, al cual pidió recusar y que ya había sido apartado del juicio de la Mesa del Parlament, justamente por parcialidad. Finalmente, no hay mejor culminación de una persecución política, a través de la judicialización, que pactar con los otros implicados con el fin de llenar con testimonios interesados aquello que las pruebas no consiguen. Y cuando todo el proceso se ha culminado, entonces vienen las penas amplificadas, tan desmesuradas en el caso de Laura Borràs, que incluso han motivado un voto particular de uno de los tres jueces del tribunal.

El caso Borràs no es, ciertamente, de la misma naturaleza de los otros casos que han afectado a los líderes independentistas. Pero sí que es lo mismo la persecución que ha sufrido, el lawfare que le han aplicado, y el objetivo de destruirla que intentan alcanzar.

Todavía hace falta una coletilla dantesca con respecto al juicio de la presidenta del Parlament: la maniobra de acompañar la brutalidad de las penas con el regalo envenenado de una petición de indulto parcial. Esta jugada, que demuestra sobradamente el carácter "político" de la sentencia, es especialmente perversa: por una parte, deja la entrada en prisión de Laura Borràs en manos de un gobierno socialista que, cuando se decidiera el indulto, podría haber perdido las próximas elecciones, si es que le interesara entrar en este avispero; de la otra mantiene la amenaza de la prisión durante unos cuantos años más. Y por si no fuera suficiente, la inhabilitan por la barbaridad de trece años. Y todo sin haber robado ni un euro, con un alto nivel en el cargo que ocupó en la Institució de les Lletres y por haber cometido el error de una mala praxis administrativa que, además, es común en todas las administraciones públicas de todos los colores, ¿o no? Un disparate tras otro que solo puede explicarse en el contexto de una persistente e implacable persecución política.

Si todo no fuera suficientemente estridente e injusto, también hay que subrayar la mezquindad de los partidos políticos, que han mojado pan de una manera descarnada, pidiendo su cabeza reiteradamente antes, durante y después de sentencia. Los comuns y compañía, saliendo en bandada de caza mayor, y los dos partidos independentistas, teóricamente compañeros de lucha y represión, mostrando su alegría desmesurada sin ningún pudor, a pesar de conocer perfectamente las garras de la represión. Si me permiten la maldad, me temo que sería la misma alegría (quizás menos pública) que tendrían si detuvieran al president Puigdemont, ¿o sospecho más de la cuenta?

El caso Borràs no es, ciertamente, de la misma naturaleza de los otros casos que han afectado a los líderes independentistas. Pero sí que es lo mismo la persecución que ha sufrido, el lawfare que le han aplicado, y el objetivo de destruirla que intentan alcanzar. Que un caso de mala praxis de poco nivel llegue a una sentencia tan desorbitada, dirigida contra una líder en plena proyección política no es inocente, ni casual, sino claramente intencionado y tendría que ser motivo de preocupación democrática y solidaridad. Contrariamente, ha sido la excusa para que los buitres salieran a practicar el vuelo rapaz. La sentencia no retrata las miserias de Laura Borràs. Retrata las miserias de unos y otros, los que quieren destruirla y los que aplauden, encantados, al aquelarre.