Si eres de derechas, muy de derechas, es lógico que tengas reticencias ante el discurso de Aragonès. Y si eres ferozmente contrario a que catalanas y catalanes deciden qué quieren ser, también. Por eso es tan sorprendente el voto en contra de los comunes que, cuando menos sobre el papel, ni son de derechas ni son contrarios al ejercicio del derecho de autodeterminación. En este sentido, ¿los comunes están o no ante una gran oportunidad coyuntural? Da la impresión de que sí. Pero inexplicablemente la desprecian, la dejan pasar con una frivolidad que da miedo.


Los comunes gobiernan en el Ayuntamiento de Barcelona gracias a un acuerdo con la derecha extrema y en Madrid (Unidas Podemos) con el mismo PSOE que ni deroga la ley mordaza (derechos civiles) ni favorece el acceso a la vivienda (derechos sociales), entre otros. La percepción en las filas de buena parte del independentismo de izquierdas es que el único papel que parece complacer a Catalunya en Comú es el de muleta. Aquí o allí. En su defecto, parecen sentirse huérfanos. Imaginamos que los comunes se hubieran sumado ni que fuera acríticamente al preacuerdo entre CUP y ERC. El escenario que se dibujaría evocaría aquellos gobiernos transversales de la Catalunya republicana, la de Macià y Companys. La pregunta a hacerse es ¿en qué punto los acuerdos programáticos con el PSC y el PSOE en Barcelona o en Madrid son más progresistas? ¿En cuál? Con un solo ejemplo sería suficiente.


Trigo de otro costal es la actitud del independentismo "nítido". El rechazo de los herederos del estropicio y diáspora convergente a hacer a Pere Aragonès presidente de la Generalitat tampoco tiene nada que ver, paradójicamente, con el discurso de investidura del republicano sino, lisa y llanamente, con el resultado del 14-F. También una mochila de reproches y desconfianzas, compartidas, que viene de lejos. La persistente negativa de Junts a corresponder los gestos históricos de los republicanos solo hace que ensanchar la grieta. No busquemos ninguna otra explicación que, en todo caso, sólo es subsidiaria.


Hay otras objeciones o reclamos, sí. Pero la victoria republicana es el principal problema. El cambio de paradigma es el problema. La alternancia es el problema después de 40 años de una determinada hegemonía. El problema tampoco es el candidato en sí mismo, ni su discurso. El problema es Esquerra Republicana de Catalunya. Y el acuerdo entre cuperos y republicanos también es un problema importante en la medida en que desubica a los campeones de la "unidad" entendida en torno a una determinada figura central. El mundo posconvergente querría a los republicanos (y cuperos) en el mismo papel que los comunes respecto del PSC. Subordinados, subalternos, muleta.


Pujol fue investido en 1980 gracias a ERC. Mas fue presidente en el 2012 con los votos de ERC. También Puigdemont. Y Torra. Turull también lo habría sido. O Borràs, si no hubiera perdido por tercera vez. Igual que ahora, a pesar de todos los pesares, preside el Parlamento por los votos de los republicanos. En el medio, los republicanos también invistieron a Pasqual Maragall. ¡Anatema! Aquella decisión fue recibida con una crispación insólita hasta entonces. Las calles se llenaron con una frase para la historia que lo dice todo con muy poco: "CiU + ERC = Catalunya". De esta ecuación, esta tradición política ahora hace caer a "ER(C)" y de repente nuevamente a la CUP. El país pequeño e inviable que algunos proyectan es la exacta medida de lo que defienden y propugnan.


Pere Aragonès hizo un muy buen discurso de investidura. Es innegable. A pesar de su juventud se nota que tiene muchas horas de vuelo. En todo caso nunca se ha cuestionado que es un hombre con notables aptitudes. Lo que le toca demostrar es actitud. Y si a lo largo de la campaña ya demostró actitud, en la sesión de investidura la evidenció con mayúsculas. Solvencia y compromiso. La réplica del miembro de Junts, Albert Batet, todavía lo hizo crecer más. Claro está que si este es el nivel, dejémoslo.


Aragonès tuvo los votos de los nueve diputados de la CUP después de un preacuerdo de la dirección ratificado por las bases cuperas sobre las cuales pesa el estigma de ser una olla de grillos. La decisión cupera es histórica. Si antes siempre eran los últimos en llegar y a menudo arrastrando los pies, ahora han sido los primeros, con determinación, con un preacuerdo (perfectible, como todos) que pone primero el acento en el eje social y lo rubrica en el eje nacional. El acuerdo de republicanos y cuperos evidencia el giro a la izquierda del independentismo que se acentúa porque el mismo secretario general de Junts, Jordi Sànchez, también reclama que lo és, con independencia de los perfiles y tradición política de la mayoría de los dirigentes y bases.


Los comunes se autoexcluyeron desde el minuto uno de la fórmula de frente amplio propugnada por los republicanos. Pero es que ahora también se desmarcan de un acuerdo entre CUP y ERC, desperdiciando la coyuntura, un absurdo ante un acuerdo de las izquierdas que se presentaron a la investidura con "la derecha" desorientada. Nada parece indicar que el martes, en segunda vuelta, algo tenga que cambiar. Los comunes seguirán en el "no", desdichadamente, cerrando así el paso a una mayoría soberanista transversal y claramente a la izquierda. Mientras los de Junts amenazan ahora también en huir adelante y apostar por el "no". De hecho, no quieren ni siquiera que Aragonès opte a ser investido el martes, una más de las ocurrencias que verbalizó Batet. Y la única propuesta que se entendió con claridad de un discurso embarullado en el fondo y en la forma.


Digerir el "empate técnico" requiere, seguro, tiempo. Lo que ya quiere decir que no debe de ser tan empate técnico si lo has vivido como una jarra de agua fría. Ante la clara mayoría independentista que avala la investidura de Aragonès, el "empate técnico" todavía parece menos empate.


Santa paciencia, solo queda esperar a que les pase la rabieta ni que sea al último momento. Más valdrá tarde que nunca, si no es que empujados por la indigestión deciden hacer como una de las madres del juicio salomónico. O para mí o para nadie.