Esta semana pasada murió O. J. Simpson, a quien no se le recuerda como estrella del fútbol americano, sino como protagonista del que fue llamado el juicio del siglo cuando el año 1995 quedó absuelto del asesinato de su exmujer y de la pareja de ella. Recuerdo muy bien el juicio porque fue tema de muchos telediarios. En los Estados Unidos, la nación entera siguió el proceso por más razones que estrictamente los hechos que se tenían que juzgar; que tenían, por otra parte, ya de partida, sin sumar todo lo que después pasó, los elementos requeridos para un buen espectáculo.

Entre todo, sin embargo, una cuestión muy significativa desde el punto de vista social, el veredicto mostró al mundo entero la imagen de dos comunidades enfrentadas por la raza; porque allí se jugaba mucho más que un partido particular entre víctimas y agresor, había dos bandos nacionales que se tomaron el resultado del proceso judicial de una manera muy diferente. Las encuestas pusieron de manifiesto una gran diferencia entre la comunidad afroamericana y la comunidad blanca en la percepción de culpabilidad. No parecía que vieran el mismo juicio, tampoco que las pruebas aportadas fueran las mismas.

Es evidente que la mirada y la evaluación patriarcal de todas las cosas, más todavía de las relaciones sexuales, sigue girando en torno a los derechos de los hombres y las obligaciones de las mujeres

Lo mismo podría haber pasado, no conozco los datos, en términos de género, dada la naturaleza de los hechos que se produjeron; aunque el 1995 no es el 2024, la diferencia entre hombres y mujeres podía haber sido grande. Una y otra cosa me han hecho volver a pensar en la división social que veo en el caso Dani Alves en Catalunya. En las casas, en los grupos de amigos y amigas, en el trabajo, hay una clara división, en este caso no por color de piel, sino por sexo, en la opinión mayoritaria sobre los hechos ocurridos y la culpabilidad o no del exjugador. Hay demasiados hombres que ven a Alves no culpable y a la prisión por culpa de las leyes actuales, no porque los hechos sucedidos lo requirieran. ¡Y es muy preocupante!

Es evidente que la mirada y la evaluación patriarcal de todas las cosas, más todavía, si es posible, de las relaciones sexuales, sigue girando en torno a los derechos de los hombres y las obligaciones de las mujeres; y que, aunque hemos avanzado en el concepto de igualdad y en la defensa de los derechos de las mujeres, estos principios no tienen la misma huella en hombres y mujeres. Hay una gran desconexión entre los dos sexos. A cada cosa que pasa, recogemos evidencias que este es un posicionamiento que respetan y comparten y entienden a muchas más mujeres —tampoco todas— que hombres. Y es especialmente sangrante ver esta disparidad entre mujeres y hombres que conviven juntos, hablo tanto en el terreno particular —mucho más difícil todavía, a mi entender— como en el terreno público. Empieza a ser muy urgente que los hombres, en general, se interroguen a ellos mismos sobre temas de género, porque el cisma ya no es solo una cuestión de unos cuantos, puede ser de un país entero.