Sin poder disfrutar mucho tiempo de haber amnistiado a Pedro Sánchez, el independentismo se dispone a enfrentarse muy pronto a unas elecciones con la ausencia total de ningún tipo de obra de gobierno. Si hace unos años todavía tenían la vergüenza de hablar sobre la unidad del famoso 52% en el Parlament, ahora los partidos del procesismo ya se calientan para una lucha descarnada que dejará en bandeja la campaña a Salvador Illa, que solo tiene que contemplar cómo las fieras van devorándose incluso los cartílagos para poder erigirse ante el pueblo como una opción más bien poco sexi pero ordenada. De hecho, el vacío de proyectos es tan manifiesto que, hoy por hoy, el único interés de los comicios es la ambigüedad del posible retorno del Sant Cristo Gros de Waterloo; y, en eso de las medias tintas y del imperio de la hipótesis, los convergentes no tienen ningún rival en el mundo. De momento, Puigdemont está en el centro.

El sueño húmedo de los convergentes sería reciclar pósteres y anuncios de las europeas del 2019, en aquella campaña creada por los críos del Opus y Elsa Artadi donde la querida Sílvia Bel decía aquello de "si quieres que vuelva el presidente, debes votar al presidente" como si recitara el Cant Espiritual del abuelo Maragall. Pero en Junts también hay gente con un poco de memoria que recuerda como el mismo Puigdemont ya quedó en segundo lugar en las elecciones del 2017 y en tercero en las de 2021, artificiosamente reencarnado en Laura Borràs. También intuyen que hay gente que no acaba de ser tan boba como se piensa el presidente 130, individuos que recordamos la negativa de aplicar el resultado del 1-O, la brillante idea de suspender la DUI (repito por enésima; sin ninguna votación parlamentaria) y también este retorno en diferido después de haber dicho que Pedro Sánchez era un trilero, para acabar pactando la amnistía.

Consiguientemente, confiarlo todo en la mentira sistemática ya no resulta una apuesta segura. A su vez, Esquerra quiere contraponer el fuego de los nostálgicos con el sonsonete de una obra de gobierno (por decirlo en su particular idiolecto) tan sólida como robusta, y en la carretada de millones de euros que se habrían repartido mediante el nonato proyecto de presupuestos. La idea tiene cachondeo, pues —por aquellas cosas de la vida, gracias a la sequía y a un desdichadísimo asesinato en la cocina de una prisión— los catalanes hemos descubierto que nuestro Gobierno tenía consellers que se ocupaban de tales menesteres. La invisibilidad permanente no es patrimonio único de los republicanos, ya que la CUP también ha optado por desaparecer casi totalmente del mapa, y de los anticapitalistas solo ha sobrevivido un alcalde gerundense que parece sociovergente incluso cuando anuncia la horterada esta del Temps de Flors.

Ante el vacío absoluto, del personalismo en decadencia y de las fórmulas que solo pretenden lamer las migajas del mundo convergente, la única salida que tiene la política catalana es la expulsión de todos los virreyes que todavía perviven de la españolización del país

Por fortuna, en la ANC leen artículos de calidad (de nada, compañeros) y han acabado descuidando la posibilidad de incumplir su razón de ser con la mandanga de la lista cínica, lo cual tendría que haber comportado que –a pesar de ser más convergente que el moño de Marta Ferrusola— la gafe Dolors Feliu hubiera presentado la dimisión como presidenta del ente ayer mismo. Dicho esto, los partidos del procesismo también han acelerado el calendario electoral para evitar la fragmentación del cuarto/quinto espacio de Orriols y Ponsatí, obligadas a correr de lo lindo; la primera para convertir el aislacionismo purificador de la raza en un fenómeno que pase del municipalismo a todo el país (Albiol lo intentó, con poco éxito), y la segunda para hacernos olvidar que la bella teoría de un movimiento político cocinado a fuego lento y con la participación de la sociedad civil ya estaba tramado para convertirse en un partido político.

Ante el vacío absoluto, del personalismo en decadencia y de las fórmulas que solo pretenden lamer las migajas del mundo convergente, la única salida que tiene la política catalana es la expulsión de todos los virreyes que todavía perviven de la españolización del país. El lector me responderá que eso implica regalar la Generalitat a Salvador Illa y aumentar (todavía más) la dependencia política de Madrid. Me permito recordarles que el independentismo creció y se consolidó bajo la presidencia de José Montilla, cuando se vio que incluso un PSC a menudo mucho más combativo que el de Maragall tenía que admitir que la Generalitat es una gestoría que solo vale para repartir sueldos. Ahora lo esencial es expulsar a la gente que ha vivido del 155; incluida Clara Ponsatí, que el año 2017 sabía perfectamente todas las engañifas de Puigdemont y, sin embargo, se aprovechó para ser eurodiputada.

La abstención en las últimas elecciones generales y municipales han desnudado el cinismo de la partitocracia procesista como ningún otro mecanismo político. Ahora hay que rematar el trabajo al Parlamento, para dejar sin recursos a los vividores de la ocupación y trabajar para que los restos vivos de la nación edifiquen los nuevos cimientos del conflicto. El 12-M solo tendrá como candidatos a los virreyes y las larvas que pretenden nutrirse de su lastimosa basura. Ahora tenéis la posibilidad de expulsarlos y de empezar a recobrar el poder con paciencia. Todo al mismo tiempo.