Que TV3 sea siempre noticia no es una buena noticia. El país ha normalizado que flote en la opinión pública una polémica continua vinculada a su televisión pública. De entrada se podría decir que es una muestra de salud democrática, que la televisión trata lo que interpela a la ciudadanía y que mantiene vivo el debate público en vez de adormecerlo y doblegarlo a los intereses de la clase política de turno. El hecho, sin embargo, es que lo excita por el motivo contrario: poco o mucho, los catalanes son conscientes de que la televisión pública es un filtraje del panorama político del país y, aunque mantener la fe en la política ya no es tan frecuente, me parece que el catalán medio todavía confía lo suficiente en TV3 para que, haciéndole de altavoz, resuelva las frustraciones que la política ya no resuelve. En general, es más fácil que alguien muestre indignación por un reportaje del 324 que por unas declaraciones de Pere Aragonès, porque TV3 todavía no ha entrado en la parcela mental que los catalanes dedican a todo lo que les produce indiferencia.

Siendo una función primordial de TV3 la normalización de la lengua catalana, el espectador tiene a menudo la sensación de que rema en la dirección radicalmente opuesta, en una mezcla de incompetencia profesional y de marco mental españolizado

La semana pasada leía la columna Coses estranyes que passen als informatius de TV3, de Josep Sala i Cullell. Esquemáticamente, Sala expone los problemas de sesgo político que en ella detecta. La cuestión con TV3 es que no solo lo que queda dentro del perímetro de los informativos es noticia diaria. Sin ir más lejos, el lunes la polémica giraba en torno al Planta Baixa de Agnès Marqués y del hecho de que nadie se había tomado la molestia de buscar a un experto en desinfección de fiambreras que hablara catalán. El conflicto lingüístico es mayoritariamente lo que convierte —justificadamente— a la televisión pública en el blanco de todas las críticas día tras día, porque siendo una función suya primordial la normalización de la lengua catalana, el espectador tiene a menudo la sensación de que rema en la dirección radicalmente opuesta, en una mezcla de incompetencia profesional y de marco mental españolizado.

El humor es una forma de tapar que, con el dinero de todos, la capacidad y voluntad de informar de la televisión pública del país vive instalada en una especie de suspensión tensa

Parece también que la televisión pública no acaba de sentirse del todo incómoda siendo el centro de atención. Solo hay que entrar en el perfil de Instagram del 324 o de 3cat para repescar los últimos vídeos más polémicos. La estrategia de TV3 en las redes es la viralización —como hacen la mayoría de usuarios con voluntad de captar seguidores—, pero TV3 está dispuesta a hacerlo a cualquier precio, incluso si en ello hay que dejarse el prestigio. De enseñar cómo hacer una felación con un plátano por la Marató a publicar cíclicamente reels sobre la ecoansiedad para que los boomers se ensañen con ello, si TV3 quiere volver a ser tomada en serio, debe replantearse una estrategia en las redes en la que la noticia sea la noticia y no quien la hace. Hay un meme que circula cuando el 324 la pifia, en el que un usuario se pregunta seriamente si el 324 es un perfil de noticias reales o es como El Mundo Today. El humor es una forma de tapar que, con el dinero de todos —como en el caso de la función de normalización lingüística—, la capacidad y voluntad de informar de la televisión pública del país vive instalada en una especie de suspensión tensa.

TV3 es hoy un muñeco de plastilina que cada uno modela a su cabeza con manos de desesperación. Porque, en un momento en el que cuesta mucho creer en algo, en esta tele todavía queremos creer

Haciendo este análisis, resulta difícil saber si TV3 arrastra controversias por el contenido que ofrece o por el contexto político y por la incidencia concreta que tiene lo segundo sobre lo primero si no hay nadie lo bastante delicado dedicado a limar el sesgo que, por otra parte, tienen todas las televisiones públicas, para que no sea motivo de polémica. TV3 es hoy un muñeco de plastilina que cada uno modela en su cabeza con manos de desesperación, y es cierto que lo hacemos porque, en un momento en el que cuesta mucho creer en algo, en esta tele todavía queremos creer. A diferencia de la educación, por ejemplo, la tele todavía la sentimos lo bastante nuestra. Por eso vivimos los éxitos del SX3 como una victoria personal o la innovación de la plataforma 3cat como una victoria política. Pero la televisión no es un agente externo que pueda divorciarse del resto de instituciones. En una atmósfera de mediocridad, españolización, alabanza del gesto y premio a la superficialidad, el espectador tiene la sensación de que TV3 no está protegida con una capa de profesionalidad impermeable a todo lo que pervierte, el buen periodismo, por ejemplo. O con la conciencia lingüística y el saber que, en el mundo del audiovisual, TV3 todavía es la primera trinchera de la lengua. En fin. Como en todo, a pesar de las contingencias externas, quien quiere hacer algo busca una herramienta y quien no quiere busca una excusa.