Supongo que, a no ser que los resultados hagan que se tengan que repetir las elecciones más de una vez, o que se hagan pactos imposibles para gobernar, estos comicios pasarán a la historia mucho más por el meme de la reacción de Àngels Barceló al anuncio de que se convocaban que por cualquier aspecto propiamente político. Aunque es cierto que posiblemente todavía no lo he visto todo, especialmente en la política española.

El día 23 de julio no es un día para ir a votar, aunque todos lo tendrían que ser; y no lo digo porque haga demasiado calor, sino porque la campaña ha sido tan precipitada que no sé si ha existido. En todo caso, no para mí, saturada como estaba de la anterior y especialmente de lo que se ha hecho con los votos, que va mucho más allá del sonsonete conveniente "en las municipales es diferente". No he digerido las elecciones pasadas y ya me toca votar el domingo, y se me hará más difícil que nunca, porque tendré que luchar contra mi propia desgana. La desmotivación puede ser que esté influida por una cuestión de calendario —el deseo de vacaciones y la canícula que seguramente hará—, pero la desgana es directamente política.

No sé cómo se tiene que acabar la deslealtad hacia la ciudadanía catalana de los partidos españoles cuando están en el gobierno gracias a muchas y muchos votantes catalanes, pero no harán que me quede en casa

Es el resultado de tener que afrontar un panorama político desolador que se puso en evidencia en el debate a dos. No iba nada conmigo, porque no son opción para mí, pero todo fue tan penoso que no es solo que el debate aburriera, sino que inquietaba ver en manos de quién estamos; gane quien gane, Sánchez o Feijóo. Por no añadir el resto de partidos que pueden entrar en el gobierno. El espectáculo que ha ofrecido en Badalona Garriga, el candidato de Vox, no necesita ningún tipo de comentario; pero por el lado de Sumar no veo que, como catalana, no salga también perdiendo. La candidata ha rectificado convenientemente para poner la mesa de diálogo como el umbral español para Catalunya de la izquierda más vergonzosa. Un techo que no es ni de cristal que deja patente que tampoco serán respetados mis derechos fundamentales de ciudadanía y que las oportunidades de vida de todo el mundo que vive en Catalunya seguirán siendo ejecutadas en el porcentaje más pequeño posible. No podré entender nunca —es solo una manera de hablar— que un partido que supuestamente pone las desigualdades en el centro de sus objetivos políticos no empiece por cambiar eso.

El panorama es yermo incluso aquí, pero tampoco me consuela pensar que mis opciones de voto son diferentes, porque tampoco sé si mi voto acabará llevando a la presidencia a un partido o más de uno que vaya contra los intereses de la ciudadanía catalana. Y ahora no hablo de la independencia, que también, sino de la política que los unionistas dicen que importa, la del día a día. Sin ir más lejos, por ejemplo, el último revés democrático por parte del PSOE, ahora con la impugnación de la ley contra la sequía aprobada por el Parlament.

No sé cómo se tiene que acabar la deslealtad hacia la ciudadanía catalana de los partidos españoles cuando están en el gobierno gracias a muchas y muchos votantes catalanes, pero no harán que me quede en casa. Tampoco lo harán los partidos catalanes, aunque no entiendo que dejen que se rían de ellos en Madrid. Y, además, una y otra vez. Es absolutamente vergonzoso.

Hay una guerra de desgaste en muchos frentes, por eso es más importante que nunca resistir. En democracia, esto pasa una vez y otra por ir a votar. En el caso del independentismo, pasa siempre por sacar más votos que nunca, cada vez más, porque hay demasiado interés en que perdamos, en demostrar que estamos acabados; por mucho que se diga lo contrario, los votos siguen contando. Aunque, ciertamente, según cómo se utilizan, cuentan muy poco o justo cuentan para lo contrario de la voluntad con la que han sido emitidos, seguimos. Busquemos, tanto como sea necesario, la opción que mejor nos pueda representar.