Me gusta irme porque me libera del tedioso deber de la catalanidad. Aguantar las incomodidades del momento en que alguien te atiende en castellano y nadie está dispuesto a cambiar de lengua. Tener que leer en cada conversación alguna tara que justifique nuestra situación de pueblo sometido. Tener que hablar de la misma gente de siempre porque, en un país pequeño como el nuestro, todo es personal. A pesar de todo, puedes sacar a la chica de Catalunya, pero nunca podrás sacar Catalunya de la chica. Irme donde sea no me hace entender quiénes somos de una manera nueva, tan solo me lo hace entender mejor. Paradójicamente, desde lejos, todo parece más preciso.

La posición que Paula Badosa otorga al Catalán no es problemática porque la proscriba a un argot de gente pequeña con ambiciones pequeñas destinada a hacer cosas pequeñas

El otro día, Paula Badosa decía que el catalán no es una lengua y hoy puede ser el día en que tu padre, catalanohablante incluso con las plantas del jardín, se dirija a alguien en castellano porque piensa que así lo entenderá mejor. En Inglaterra. En Dinamarca. En Eslovenia. En Croacia. La posición que la tenista otorga a nuestra lengua no es problemática porque la proscriba a un argot de gente pequeña con ambiciones pequeñas destinada a hacer cosas pequeñas. Es problemática porque es la posición que ocupa dentro de la cabeza de muchos catalanohablantes cuando, para elevarse a la categoría que atribuyen a los que hablan castellano, destierran una parte de lo que son para gustarse más vía validación lingüística con el interlocutor. Eso es, desgraciadamente, lo que nos convierte en gente pequeña con ambiciones pequeñas destinada a hacer cosas pequeñas: querer convertirse en una sombra de quien ni se toma la molestia ni de reconocernos.

No es preocupante que alguien que ha nacido y crecido educado en que es de segunda todo lo que tiene que ver con nuestra lengua diga lo que dijo Paula Badosa. A menudo es pura demografía. Es preocupante, sin embargo, que incluso aquellos que creemos concienciados y sensibilizados con el negrísimo futuro que pinta la actual coyuntura lingüística, en la práctica, se comporten como lo debe hacer cada día esta locuaz tenista. Decir que "el catalán no es una lengua" y desterrarlo de las redes sociales, del entorno laboral, del círculo de amigos, de la poesía que escribes, de la música que cantas, de tus interacciones sociales rutinarias o de los libros de verano que has escogido este año es casi lo mismo. Al menos Paula tiene la valentía de decirnos la verdad, aunque sea en un ejercicio de charlatanería, y no se excusa detrás del cínico "el catalán me parece una lengua preciosa", típico de quien lo pondría en una vitrina para admirarlo y no lo tocaría nunca más. No te disculpes, Paula. Gracias por la honestidad.

Al menos Paula tiene la valentía de decirnos la verdad y no se excusa detrás del cínico "el catalán me parece una lengua preciosa"

Envidio la comodidad de quien no es completamente consciente de la lengua que habla y por qué la habla cada vez que la habla. Eso es lo que nos toca a quienes en el "que cada uno hable la lengua que quiera" ya hemos descubierto la trampita. A los que nos corre un escalofrío por el espinazo apenas oír que el catalán es de burgués. O de campesino —parece que nunca se ponen de acuerdo—. A los que no somos capaces de apagar el interruptor lingüístico ni cuando estamos fuera del país y a quienes, a pesar de reconocer el punto de injusto que tiene convertir a cada catalanohablante en un activista lingüístico, sabemos que eso es el mínimo imprescindible para no abandonarnos del todo. Y para no dejarnos a merced de una aritmética partidista que nunca acaba de estar a la altura.