Si no fuera porque el independentismo lleva años de malas noticias, podríamos decir que acaba de sufrir una septimana horribilis, no en vano se han juntado dos informaciones muy lesivas para la causa catalana. Una, la desmedida petición de seis años de prisión y veintiuno de inhabilitación contra Laura Borràs, a raíz de los contratos que concedió cuando era presidenta de la Institució de les Lletres Catalanes. Más allá de si ha habido alguna irregularidad administrativa (en ningún caso enriquecimiento ilícito), es evidente que su causa se ha hinchado hasta límites que sólo pueden entenderse desde la perspectiva de la persecución política. Y la otra noticia, la decisión del abogado general del TJUE, Jean Richard de la Tour, con respecto a las cuestiones prejudiciales que el juez Llarena presentó, cuando la justicia belga le denegó la extradición del conseller Lluís Puig. El abogado concluye que Bélgica no puede entrar a valorar si el Supremo es autoridad competente para juzgarlo, si no demuestra "deficiencias sistémicas y generalizadas" en el funcionamiento de la justicia española. Es decir, si no demuestra que España es como Turquía, o, como mínimo, como Hungría o Polonia. Finalmente, remacha diciendo que Llarena puede volver a presentar la euroorden contra Puig si demuestra que la anterior se denegó contraviniendo el derecho de la Unión. Y aunque sólo habla del caso de Puig, es evidente que estas conclusiones afectan directamente a la causa que el president Puigdemont, Clara Ponsatí y Toni Comín tienen presentada en el TJUE.

En resumen, podría parecer que Llarena ha perdido todas las batallas anteriores, pero que puede ganar la guerra gracias a este último triunfo, que no es menor. ¿Quiere decir realmente eso? Es decir, ¿quiere decir que Puigdemont está a punto de ser extraditado a España? En absoluto, no solamente queda una intensa y crucial lucha del exilio en el tribunal europeo, sino que hay muchos elementos que juegan a favor de una resolución favorable.

Vayamos por partes. El primero: ha sido una mala e inesperada noticia. Era previsible, como decía Boye, que el abogado general siguiera la última jurisprudencia del propio TJUE, que le basta al denegar una euroorden si "existe un riesgo real de vulneración de derechos fundamentales", sin tener que demostrar que son sistémicos y generalizados. Pero no ha sido así, y hoy Llarena puede apuntarse un primer tanto, el único hasta ahora conseguido después de una pública y vergonzosa carrera de derrotas europeas. Con esta resolución del abogado general, al exilio y a su equipo jurídico se les viene trabajo encima todavía más pesado. Pero, a partir de aquí, son muchos los motivos para no caer en el desánimo.

Sin el exilio, sin la resiliencia de Puigdemont, sin el coraje de los eurodiputados perseguidos y sin la brillante estrategia de sus abogados, la causa catalana se habría convertido en humo, y la represión española habría desaparecido del escenario europeo

El primero: la resiliencia demostrada por el exilio y su eficacia en la estrategia defensiva. Como bien recuerda el mismo president Puigdemont, no es la situación más difícil que ha vivido en el exilio. Es cierto que parecía que el camino sería más fácil, pero eso no quiere decir, de ningún modo, que se pierda. Segundo: la causa catalana ya lleva un largo recorrido por los tribunales europeos y cualquier jurista europeo sabe que no es un litigio sobre hechos delictivos, sino sobre derechos fundamentales, y esta cuestión es muy sensible en Europa, a diferencia de España, donde los derechos personales y colectivos se vulneran reiteradamente. En resumen: Europa sabe más sobre lo que pasa en España, y el exilio sabe defenderse más. Tercero: como se ha dicho, la jurisprudencia más reciente del TJUE avala un criterio diferente del del abogado general, cosa que no ha tenido en cuenta a la hora de basar sus conclusiones. ¿Quiere decir esto que el TJUE podría contradecir a su propio abogado y resolver en favor del exilio? No es la costumbre, pero ha pasado en varias y significadas ocasiones, especialmente en temas muy sensibles, como es el caso. Con todo esto sumado, quedan claras dos cosas: una, que el proceso va para largo, descartada la posibilidad de una cuarta euroorden hasta que acabe todo el contencioso; y la segunda, que el exilio tendrá que volver a la casilla de salida, y demostrar con más rotundidad que en España hay una justicia patriótica que ha buscado la persecución política. Como ha dicho Toni Comín, no les costará mucho "demostrar que en España hay un fallo sistémico y un riesgo de vulneración de derechos fundamentales".

Este es el nudo gordiano que plantea el abogado general y que el exilio tendrá que deshacer: demostrar que en España existen las "deficiencias generales y sistémicas" que pide el abogado general. Es aquí donde el optimismo de Boye y del exilio crece exponencialmente, sobre todo a partir de las grabaciones de Villarejo, de las múltiples evidencias de una Operación Catalunya orquestada desde las entrañas del Estado, Ministerio del Interior incluido, y de la promiscuidad entre cloacas, jueces, periodistas y políticos. La última grabación a raíz del FerrerasGate, donde se explica con naturalidad que el juez de la Audiencia Fernando Andreu conocía la fabricación de una fake news para hacer perder las elecciones a Xavier Trias (hecho que ocurrió), o que estaba a favor de dejar hacer el 9-N y después detener a Artur Mas, será oro puro en la causa en Europa. Fabricación de informaciones falsas, intervención en procesos electorales, complicidad entre redes policiales corruptas, periodistas y políticos para hundir a líderes independentistas, destrucción de bancos privados, en la misma Operación Catalunya, espionaje masivo de líderes civiles y políticos avalada por jueces, etcétera. Es tanta la munición que utilizarán los abogados del exilio, que será, sin duda, una batalla legal ingente, de enorme importancia en Europa, dado que se centra en la defensa de derechos fundamentales. Y España no lo tiene fácil, por mucho que haya tenido ahora un empujoncito.

Acabo con una reflexión final, del todo necesaria, visto el cainismo que se ha instalado en las filas independentistas, más dedicadas a defender los intereses de los partidos que la causa de la libertad: la importancia que ha tenido, tiene y tendrá la lucha del exilio contra la represión española. Sin el exilio, sin la resiliencia de Puigdemont, sin el coraje de los eurodiputados perseguidos y sin la brillante estrategia de sus abogados, la causa catalana se habría convertido en humo, y la represión española habría desaparecido del escenario europeo. Ahora, en cambio, España verá cómo se retratan públicamente, en el corazón de la justicia europea, sus miserias. Y es gracias al exilio que ha sufrido derrotas vergonzosas en varios tribunales. La lucha del exilio, con Puigdemont al frente, ha sido tan importante, como miserable ha sido el rapaz comportamiento de una parte del independentismo a la hora de despreciarla y minimizarla.

Finalmente, pues, no y no: ni están a punto de extraditar a Puigdemont (ni a Puig, ni a Comín, ni a Ponsatí), ni está perdida la guerra. Sólo ha habido un tropiezo inesperado en un camino que parecía más sencillo. Queda mucha partida, queda mucho juego, y quedan muchas jugadas por hacer. Como dice el president Puigdemont, ni esta es la peor situación en que se ha encontrado, ni es tampoco el peor de los escenarios. Y hay que recordar que, de todos estos escenarios peores, ha salido siempre vencedor.