No paran de crecer los ilusos enterradores de Jan Laporta. Primero fue el capataz neofascista de la Liga de Fútbol, después las cloacas habituales del poder español (incluido el microestado independiente de Su Florentinesa) y, últimamente, incluso una entidad tan incorruptible como es la UEFA. A mí me encanta que la nómina de litigantes se vaya engordando, como se llena el carrito de la compra en el supermercado en un día optimista de principios de mes, pues, cuantos más sean los bobos que creen que el Barça sobornaba árbitros, más acabaremos riendo al final del camino y más alta será la victoria del presidente Laporta. Entre los conspiranoicos (a saber, una especie de gente que opina que se puede comprar árbitros haciendo uso de un burócrata y al precio de aquello que, en el mundo de la bimba, es pura calderilla) también hay fans del Barça. Pero bien, qué le haremos; mis consocias llegaron a votar a Josep Maria Bartomeu.

Por aquello que las segundas partes nunca son buenas, durante un tiempo pensé que, a pesar de ser el candidato óptimo para presidir de nuevo el Barça, era mejor que Jan no se volviera a presentar. Tu tía en patinete. Hace falta que Jan forme parte del ecosistema tribal por unos cuantos años más, porque, vista la numantina lucha de nuestra clase política con los españoles después del 1-O y habiendo manifestado tanta cobardía moral de tantos héroes de pacotilla, todavía hoy resulta un bálsamo que el presidente Laporta nos mire a los ojos para decirnos que no solo defenderá al Barça, sino que atacará las injurias al club a golpe de espada. Es así como debe ser, porque, entre los socios y los catalanes en general, todavía hay peña que tiene la curiosa ocurrencia de creerse a la justicia española (sí, la misma que encerró dos años a un presidente del club por ningún delito) y, más en concreto, los informes de la Fiscalía.

Hacedme caso, consocias y lectores; tened la bondad de hacer como Jan y acostumbraos a ganarlo todo con santa normalidad. Menos junquerismo. Que lloren los otros

De poco sirve, hijita mía, que una cosa tan cutre como La Vanguardia haya tenido la revelación repentina de recordarnos de que en la Fiscalía enemiga mandan la pasma y los ultrasur. Si pensáis que exagero, recordad simplemente como, hace pocos días, un árbitro retirado de primera división confesaba que Florentino Pérez lo había presionado en los vestuarios para que lo arbitrara bajo los mismos criterios que aplicaba al Barça. Aparte de apuntar el hecho innegable de que ganar siempre provoca envidia, incluso de la gente que maneja las riendas del Estado, es importante subrayar que la cosa en cuestión puede hacerse pública en una radio como la SER y que ni la Liga de Fútbol, ni mucho menos ninguna otra instancia del Estado, haya movido un puto dedo para investigarlo. Eso de compararme con los blancos siempre me ha dado pereza, pero entenderéis que dude de los criterios de los españoles para investigar el apasionante mundo de la pelota

Pero bien, todo eso da lo mismo; porque aquí lo importante es recalcar como, cuando Jan Laporta nos regaló al mejor Barça de la historia, el Madrid se disfrazaba de procesista y ya se pasaba todo el día llorando por el árbitro. Nosotros, en aquellos tiempos gloriosos que muy pronto volverán, creíamos que el árbitro era un simple privilegiado más que tenía que agradecer el hecho de poder ver a Messi de cerca sin pagar entrada. Mientras el Madrid lloraba por el árbitro, Piqué metía el sexto gol y Jan Laporta ya tenía mesa reservada en el mejor restaurante de la capital. Entonces lloriqueaban por el árbitro y ahora aprovechan que volvemos a encarar los clásicos con la tranquilidad de un asado para ir más lejos y ensuciar las victorias a través del alcantarillado. Hacedme caso, consocias y lectores; tened la bondad de hacer como Jan y acostumbraos a ganarlo todo con santa normalidad. Menos junquerismo. Que lloren los otros.

Hoy, si la normalidad se impone, tendremos a los llorones a doce puntos. Y la nómina de ilusos enterradores se engordará todavía un poco más. Pero os lo aseguro: cuantos más serán, más nos reiremos. No podréis con Jan Laporta.