La Vanguardia y El País son de esos panfletos tan opulentos y agradecidos que prefieren enviar a sus redactores de excursión por Euskadi para charlar con el lehendakari, a encargarles a los plumillas de la casa la enésima editorial contra la independencia. Los periódicos españoles ya tardaban en explotar la sensatez inmovilista de Urkullu y su apariencia prudente con el objetivo de mofarse de la unilateralidad y recordarnos que esto de la independencia, hoy en día, es tan ilegal como delirante. De hecho, a ellos poco les importan las elecciones y se la resopla también la numerosa cantidad de países que han abrazado la plena condición estatal a partir de los noventa (el Reino Unido, en última instancia), porque el objetivo único de la clase periodística más cuerda de la tribu sigue siendo vender la moto de una tercera vía para evitar el referéndum de autodeterminación. El resto, simples contingencias. 

Urkullu pone el mapa español en orden (King of the North, impuestos y concierto a salvo), y da lecciones a Catalunya con este tono profesoral de erudito que habla des de las esferas celestes mientras amasa los testículos de los santos. Urkullu, el líder del PNV y representante marmóreo de un nacionalismo vasco que se ha pasado años tocando la flauta y mirando de soslayo algunas de las muertes de ETA, ahora va y nos regala una clase magistral sobre lo que es legal o deseable. Urkullu, el rey de un partido que durante lustros surfeó con la legalidad y la decencia, pactando con abertzales violentos con tal de incorporarles al debate parlamentario (¡y bien que hicieron!), ahora dice que nos impartirá una lección sobre moderantismo. A nosotros, lehendakari, poemarios sobre el respeto a la ley, los justos. A nosotros, lehendakari, sermones sobre la libertad, los mínimos, que al menos podemos decir que hacemos gala de un subsuelo limpio de cadáveres y sobretodo de metralla. 

Ironías de la vida, mientras los independentistas ya casi habían abandonado por suerte la vasquitis crónica (resucitada pomposamente con la campaña de blanqueo de imagen de Arnaldo Otegi en los medios catalanes), ahora resulta que el pactismo de siempre mira a Euskadi para comprar un nuevo anzuelo de la moderación. La historia nos regala ejemplos de un contorsionismo admirable: liberados del fantasma terrorista, la única salvación de los federalistas catalanes parece ser que en Euskadi sobreviva la existencia de un nacionalismo moderado que no ponga al Estado contra las cuerdas. Cualquier excusa será buena para evitar que los catalanes se confronten con el espejo de las urnas: un lehendakari del antiguo régimen, aleccionador y cuerdo, será el último recurso de pingüinos, federalistas e incluso comunes: la vida puede llegar a ser tan sorprendente como entretenida.  

Los nacionalismos periféricos, ha demostrado el tiempo, sólo pretendían salvar a España. Dedíquese usted a legitimar a Iberia tanto como quiera, querido Urkullu. Pero a nosotros, lehendakari, tenga la bondad de dejarnos en paz y no moleste.