No nos pensábamos ayer cuando nos fuimos a dormir, tarde, por otra parte, que la noticia al levantarnos sería una distinta a los resultados electorales. Bastante jugosos por muchas razones y con una buena dosis de suspense para llenar horas y horas de conversación intrascendente. Nada hacía pensar que los titulares serían otros y, lo que es más importante, que muchos de los pactos se tendrían que repensar. Pedro Sánchez es muy bueno dando giros de guion y, a la espera de cómo le sale este, ya ha conseguido cambiar de tema. Los resultados españoles y catalanes a las elecciones municipales y en algunos casos también autonómicas han dado el vuelco al mapa político español y Sánchez ha dado el vuelco al discurso mediático.

No son lo mismo, y la gente tampoco vota lo mismo, las elecciones municipales, las autonómicas y las generales, pero, aun así, el PSOE ha salido malparado, porque el azul está en ascenso, y de aquí que el 23 de julio tengamos que volver a votar. ¡No sé si lo resistiremos! Pediría, insistentemente, que no hagan campaña, porque no hemos acabado una, que empezaremos otra y eso nos perjudica la salud. Porque las instituciones dejan de funcionar, porque no son nada edificantes y, principalmente, porque no cumplen nada —NADA es NADA— de lo que dicen. Sin ir más lejos, demasiado políticos no reconocen como suyas las mismas palabras con las que han ganado los votos, una vez vistos los resultados y los pactos que los pueden mantener en la silla; por ejemplo, en Barcelona, en el caso de Colau y Collboni la misma noche del recuento.

Pero el problema no es que ofenda a la vista o los oídos, el problema grande, grave, gordo es que ante estas distorsiones, que muchas veces se perciben, pero no se saben explicar, se engordan sin cesar las filas de la extrema derecha

Pero no son los únicos. No hay el más mínimo rigor en la palabra y menos todavía coherencia o voluntad de respetarla y mantenerla en la mayoría de la clase política actual. Parece que eso no pasa factura, pero a mi entender sí que tiene un efecto directo en el desencanto de la ciudadanía respecto de los partidos políticos. Además, especialmente los de izquierdas, que es de donde, supuestamente, puede venir el cambio. La lógica partidista necesitas cada vez más filigranas argumentales de fórmulas supuestamente brillantes, con una etiqueta bien pensada, pero del todo artificiosas, que no convencen y que hacen escorar cada vez a más población hacia la indiferencia, la falta de opción y la simplicidad supuestamente efectiva de los planteamientos antidemocráticos.

No querría ser pesimista, pero hoy no puedo evitarlo, encontraré seguro alguna salida. La tendremos que encontrar, sin embargo, a mi entender, fuera de los partidos políticos —lo tenemos que intentar y volver a intentar—, porque entre ellos, el concepto de transformación real hacia una sociedad igualitaria y acomodada en un sentido de dignidad y respecto de la ciudadanía en su conjunto, especialmente de la clase obrera en el sentido más clásico, se pudre. ¡No quiero ya ni hablar del eje nacional, aunque no lo olvido! Duele oír hablar a según quién de cambio y mayorías progresistas de izquierda, solo los tenéis que mirar bien y veréis que no son como nosotros. Pero el problema no es que ofenda a la vista o los oídos, el problema grande, grave, gordo es que ante estas distorsiones, que muchas veces se perciben, pero no se saben explicar, se engordan sin cesar las filas de la extrema derecha.